sábado, 3 de febrero de 2018

LA CUENTA ATRÁS


(Creado por Noel)


-12:00 horas


"Definitivamente, todo ha terminado..."

Aquel negro pensamiento iba tomando forma en su mente, cada vez con más fuerza, según pasaban las horas... junto a la pegajosa desesperación que llevaba implícita.

Trató de concentrarse en su tarea, pero los chirridos metálicos de la enorme estación, condenada irremisiblemente, parecían querer recordarle exactamente lo contrario.

De todos modos, ¿qué sentido tenía tratar de salvarle la vida? En apenas doce horas la estación, y todo cuánto contenía, se habría convertido en vapor ardiente.

Agitó la cabeza violentamente.

Ella era médico. Su obligación, su pasión, su sentido en la Vida, era, precisamente, salvar vidas. Y aquel joven técnico de laboratorio tan sólo era un muchacho. Un muchacho que había resultado herido PRECISAMENTE salvándole la vida a ella.

Quedaban algo menos de doce horas. Era sumamente improbable recibir ayuda y la estación era irrecuperable. Pero, por pequeña que fuese, siempre quedaba una esperanza.

"Doce horas de esperanza..."

Cogió el escalpelo y profundizó cuidadosamente la herida. Lo necesario para ver qué debía hacer, pero lo justo para no provocar más daños. Lamentó profundamente que el avanzado equipo quirúrgico de la enfermería estuviese completamente inoperativo. Tenía que operar a la antigua, abriendo el cuerpo y metiendo las manos. Y la última vez fue en la Facultad, en la muy lejana Tierra, quince años atrás.

El joven, cuya etiqueta del pecho decía que se llamaba Lucas, estaba inconsciente a causa del anestésico, tumbado laxamente en la camilla de la enfermería y sujeto por las correas. Nada funcionaba, excepto el reflector de baterías que había conseguido en un rincón. En toda la estación sólo estaba disponible el suministro energético de emergencia: poco más que las luces y el soporte vital. Nada de gravedad artificial.

La sangre brotó como un torrente de la herida en el abdomen y, formando bulbosas esferas carmesíes de distintos tamaños, se alejó flotando en todas direcciones. Al practicar la incisión, toda la sangre acumulada en la cavidad abdominal, a causa de la violenta hemorragia interna, encontró una salida y lo salpicó todo con su intenso tono bermellón.

Diana metió el aspirador y vació de sangre la cavidad. También aspiró las gotas más grandes que flotaban siniestramente a su alrededor. Debía encontrar rápidamente la causa de la hemorragia. Ahora que había un escape, la presión había descendido y las heridas internas podían reabrirse.

Ajustó la potente lámpara para ver qué había roto por allí dentro. Sentía como se le chamuscaban los cabellos de la sien, pero no le importó. Necesitaba la luz a toda costa.

No veía nada.

Examinó concienzudamente las entrañas expuestas del joven, consciente del crítico paso de los segundos. Tras un largo minuto lo encontró.

La arteria ilíaca derecha había sido prácticamente seccionada. La sangre manaba a borbotones, roja y brillante, siguiendo los impulsos del corazón, mientras el aspirador, hábilmente colocado, evitaba que más sangre flotase por la sala. De las tres bolsas de transfusión que pendían sobre la cabeza de Lucas, una ya se había vaciado y la segunda estaba por la mitad.

Cogió un pedazo de malla orgánica. La sacó del envoltorio estéril y le quitó el plástico que recubría su cara inferior. Tuvo muchísimo cuidado de no tocar la parte expuesta, pues estaba cubierta por un poderoso pegamento, mucho más potente que el cianoacrilato que se usaba algunas décadas antes. Si aquello tocaba alqo que no fuese su objetivo, se engancharía a ello para siempre. Y tenía muy pocas.

Las mallas eran un entramado de fibras de colágeno recubiertas con tejido conjuntivo sintético. Eran lo mejor en caso de rotura de grandes vasos sanguíneos. Antiguamente, los vasos se cosían con microcirugía, pero las mallas adhesivas habían acabado con aquello. Se pegaban al exterior de la arteria, cegando la herida, y ya está. Con el tiempo, el cuerpo reconstruía la pared arterial, cicatrizaba la rotura y la malla se degradaba hasta desaparecer por completo.

Con sumo cuidado, tras haber colocado la arteria lo más correctamente posible, cogió la malla con unas pinzas por la pequeña aleta en su centro, y la colocó sobre el vaso dañado. No importaba que sangrase. En cuanto el adhesivo entrase en contacto con la pared de la arteria, se acabó la hemorragia.

Y así fue. El pegamento se agarró con fuerza descomunal al tejido. Ella, hábilmente, movió las pinzas, empujando cada extremo de la malla alrededor de la arteria, hasta abrazarla por completo. La hemorragia cesó del todo.

Por primera vez en más de un minuto, se atrevió a respirar. Tomó las constantes vitales manualmente, con el estetoscopio y sus dedos. En la Enfermería, nada funcionaba.

Aspiró el líquido abdominal y se aseguró de que no hubiese más heridas. Al parecer, todo lo demás parecía estar correctamente, así que, con paciencia, procedió a ir aplicando minúsculas gotitas de adhesivo tisular e ir cerrando las distintas capas de tejido que había tenido que cortar.

Satisfecha con el trabajo, comprobó que en el abdomen de Lucas sólo había quedado una fina línea roja, que desaparecería en pocas semanas, cuando...

"Pocas semanas", pensó. Agitó la cabeza con una sonrisa triste. "Ni siquiera tenemos un día de vida...".

Agotada por el estrés de la última media hora, soltó los cierres magnéticos de sus botas, cogió la punta de un cable que flotaba desde el techo y se dejó llevar por una lenta deriva a través de la sala. En ingravidez, la mejor forma de descansar era dejarse ir. El cable le serviría para no quedarse varada en medio de la sala sin poder impulsarse en nada. Miró atentamente al joven y vio cómo el color regresaba a sus mejillas. La segunda bolsa de sangre prácticamente estaba vacía, pero ya no seguía entrando más en sus venas. Definitivamente, la hemorragia había cesado.

En un par de horas despertaría de la anestesia... sólo para encontrar que tenía menos de diez horas de vida.

"Hausser, maldito fanático hijo de...", pensó con la mirada encendida de odio.



* * * * * *


A más de ocho años luz de distancia, un carguero pesado de la clase Orión, en ruta desde Épsilon Eridani hacia el Sistema Solar, recibió el angustioso S.O.S. de la maltrecha estación orbital. Los casi doce años luz de distancia entre Eridani y Sol implicaban entre tres y cuatro saltos, y la nave estaba en ese momento cargando el hipermotor para el segundo de ellos.

El capitán del Rigel Azul frunció el entrecejo. El mensaje había salido de la Cassiopea hacía más de veinte horas, repitiéndose constantemente. Lo recibían ahora, por la banda de superondas, ocho horas después de la primera emisión. Por tanto, a la estación le quedaban menos de doce horas de existencia.

Consultó la posición en las tablas estelares y realizó un par de rápidos cálculos. Según el mapa, el Rigel Azul era la nave más cercana. Pero su rostro se ensombreció.

Desde su posición actual, prácticamente a medio camino entre Eridani y Sol, no había ninguna ruta conocida hasta Tau Ceti. Todos los trayectos seguían rumbos de estrella a estrella, no desde puntos intermedios entre estrellas. Estaban a 8,16 años luz de Ceti.

Como la ruta no estaba cartografiada, podían existir múltiples riesgos en ella, como planetas oscuros o asteroides interestelares. Puesto que el Rigel Azul no podía alcanzar Ceti desde allí en un solo salto de seis años luz, su capacidad máxima, y dado el alcance de apenas dos años luz de los sensores de espacio profundo, requerirían entre tres y cuatro saltos para poder llegar con seguridad hasta la Cassiopea.

"Queda una hora para completar el proceso de recarga del hipermotor. Tras el salto, una hora de expulsión de radiación de taquiones y otra para que la navicomputadora realice los complejos cálculos antes del siguiente salto[1]. Más una hora de recarga de los condensadores superconductores para poder saltar de nuevo. Y tres (como mínimo) ciclos completos de espera, imprescindibles si no quiero cargarme el hipermotor y acabar con cualquier posibilidad de rescate… ", calculó mentalmente, con el ceño fruncido.

Uniendo los tiempos de descanso con los tiempos de cálculo de la navicomputadora, y sumando a éstos como poco tres recargas de salto, eran algo más de nueve horas hasta la distancia de seguridad de la estrella Tau Ceti, o sea, mil millones de kilómetros. A causa de la curvatura espacial producida por la gravedad de las estrellas, la normativa no permitía acercarse más a ellas con seguridad tras un salto. Evidentemente, en una emergencia de rescate, esos márgenes se podían superar sin problemas.

Por tanto, aún si lograsen llegar a Ceti en tres saltos, lo cual no permitían los sensores de la nave, e ignorando olímpicamente el margen de seguridad, apenas dispondrían de tres horas para alcanzar la órbita de Cíclope, el gigante gaseoso sobre el que giraba la enorme estación espacial, frenar hasta equilibrar las velocidades orbitales, recorrer el kilómetro y medio de circunferencia de la Cassiopea buscando supervivientes, volver al Rigel Azul... Y con cuatro saltos, la situación más probable, apenas tendrían cuarenta minutos para todo ello.

Meneó la cabeza negativamente.

Iba a hacer falta un milagro para conseguir salvar a aquellas personas.

Un milagro o una auténtica locura.



-11:00 horas


Tiró la herramienta al suelo con fuerza, sólo para verla rebotar y alejarse flotando, hasta quedar atrapada entre dos hierros retorcidos, a apenas un par de metros de distancia. Una violenta ira lo consumía.

Llevaba más de seis horas tratando de reactivar la potencia auxiliar, pero no había manera.

Gritó de frustración y golpeó un par de objetos inútiles, que salieron disparados hasta estrellarse contra la pared del fondo. Unos cuantos destrozos más ya no importaban y le servirían para ofrecer una vía de escape a la furia que hervía en su interior.

Se puso a caminar, tan rápidamente como le permitían las botas magnéticas, en círculos por la atestada Sala de Energía Auxiliar 3, tratando de calmarse un poco. Se agachó en una esquina, apoyó la cabeza en las manos y empezó a respirar profundamente.

Tenía que serenarse. Tenía que controlar sus nervios, o no podría concentrarse en lo que estaba haciendo. Y, si no lo conseguía, no podría salir de allí.

Poco a poco, la calma fue adueñándose de su ser, como una marea tranquilizadora que permitiría a su mente operar de la forma más adecuada.

Pensó en el reactor auxiliar. ¿Por qué no funcionaba? Era un simple modelo compacto de fisión de uranio, un diseño antiguo pero fiable, fácil de mantener y de hacer funcionar.

Todo estaba aparentemente bien. El líquido refrigerante circulaba, sin pérdida de presión. Aquello indicaba que los radiadores exteriores no habían sufrido daños. Todos los mecanismos del reactor, como los cañones de neutrones y los actuadores de las barras de control, estaban operativos. Había suficiente uranio en las barras de combustible... Debía estar funcionando sin problemas... pero no era así.

Consultó su reloj. Quedaban menos de once horas para que la Cassiopea se desintegrase en la atmósfera de Cíclope. Necesitaba la energía y la necesitaba ya.

El doble reactor principal, aquel complejísimo prototipo de reacción de antimateria, y su apoyo de fusión de deuterio, era inalcanzable. Toda la columna central de la estación estaba despresurizada y los accesos completamente destruidos. Sólo había sobrevivido la doble cúpula acorazada de contención de los reactores. Pero la estructura estaba arruinada, los pasillos de acceso volados y los conductos de energía destrozados. No había manera de ponerlos en marcha. Aún con la ayuda de un traje espacial era imposible llegar hasta ellos.

"Bueno... imposible no... pero es un viaje sólo de ida...", pensó tristemente.

Sin el apoyo del campo magnético protector, cualquier persona que saliese del casco de la estación estaría expuesta a una dosis letal de radiación. La estación, al perder la órbita, se estaba adentrando en los potentes anillos de radiación de Cíclope, mayores que los de Júpiter.

El complejo recubrimiento del casco de la estación y el campo magnético residual bastaban para proteger parcialmente a los supervivientes. Pero allí fuera no tendrían ninguna posibilidad.

Pensando en una situación de inoperancia total de la energía principal, los diseñadores de la Cassiopea habían equipado el anillo con tres salas de energía auxiliares, equidistantes, cada una con su propio reactor compacto. Cada uno de ellos, por separado, podía mantener durante días el campo protector, el soporte vital y las comunicaciones.

Así, si él lograba reactivar aquél reactor, el campo magnético se volvería a levantar alrededor de la estación.

Y los supervivientes (si los había...) podrían ponerse los trajes espaciales para cruzar las secciones despresurizadas, y reunirse todos en el mismo lugar, a la espera de un más que hipotético rescate.

Se levantó con decisión, respiró profundamente y recogió la herramienta que flotaba girando sobre sí misma.

Miró el vaso de contención del reactor, no ya como un enemigo, sino como un molesto misterio.

Dio dos pasos y se agachó a su lado.

"", pensó. "Si queda alguien depende de mí".

Y, desde luego, Yuri Volank no era de los que aceptaban una rendición.



* * * * * * 


Se despertó de golpe, sobresaltada. Una trémula penumbra lo envolvía todo. No sentía su cuerpo. Miró a su alrededor y vio que estaba flotando a media distancia entre el techo y el suelo, a apenas un metro de una de las paredes.

"No hay gravedad… mal asunto", pensó.

Trató de moverse, pero un agudo pinchazo de dolor taladró su cerebro.

Chilló y se llevó la mano al costado de la cabeza. La notó pegajosa.

No necesitó mirar su mano para saber qué era aquel pastoso y cálido líquido.

Sangre.

Lentamente, atenta a sus reacciones, movió los miembros. Experimentó varios latigazos de dolor, pero no parecía haber nada roto.

Cuidadosamente, se impulsó hacia el suelo y las suelas magnéticas hicieron contacto, evitando que siguiese flotando. Aguantando precariamente el equilibrio trató de dar dos pasos. Un rápido mareo la obligó a sujetarse con fuerza a la mesa, pero se pasó enseguida.

Entonces miró a su alrededor.

Todo el laboratorio estaba patas arriba. No había nada en su sitio. Y la energía estaba completamente cortada. Sólo funcionaban las luces de emergencia. Y, por lo visto, el soporte vital.

Trató de recordar. Ella estaba en el laboratorio, examinando uno de aquellos fascinantes artefactos, cuando oyó un sordo rumor. Inmediatamente después, como en una horrible avalancha, múltiples sonidos y vibraciones sacudieron la estación y... eso era todo lo que recordaba.

Caminó vacilante hasta una de las ventanas de observación y miró al exterior.

Se le heló la sangre en las venas.

No era astrofísica, sino exobióloga, pero conocía lo suficiente de ciencia espacial como para apreciar inmediatamente la magnitud de lo que estaba viendo.

Aquella ventana daba al interior del anillo principal de la estación. Los accesos a la columna central estaban destruidos por completo. Apenas unos cuantos hierros retorcidos aguantaban la torre en su sitio, en el centro del anillo.

Éste, por su parte, presentaba grandes secciones expuestas al espacio. El metal del casco estaba chamuscado y doblado hacia afuera, señal inequívoca de una violenta explosión interna. De varias explosiones internas, de hecho.

El diseño en secciones herméticas del anillo había preservado las zonas intactas. Y a ella con vida, en aquel caso.

También observó que la bella aurora que cubría siempre la estación había desaparecido. Aquello quería decir que el escudo magnético había dejado de funcionar. Era una muy mala noticia. No podía usar el traje espacial para llegar hasta las otras secciones intactas. Ni hasta el muelle de cápsulas de salvamento más cercano.

Caminó hasta la otra ventana y se echó hacia atrás, aterrorizada, ahogando un grito.

Allí, flotando desmañadamente, había un cadáver carbonizado.

Pero lo peor no era aquello.

Cíclope, el gigante gaseoso, estaba al menos a la mitad de distancia de lo normal.

La Cassiopea estaba cayendo al planeta...


-10 horas


—Señor, se ha acabado el ciclo de regeneración del hipermotor—dijo el Jefe de Ingeniería, por el intercomunicador.

—Gracias—respondió el Capitán. —Saltaremos a la mayor brevedad.

Se giró hacia el puesto de navegación.

—¿Han terminado los cálculos de la navicomputadora?

—Sí, señor, hace apenas dos minutos. He forzado un poco los cálculos y nuestra suerte… Podemos dar un salto de 3.61 años luz hasta una zona teóricamente segura. Los sensores no alcanzan tan lejos ni de casualidad, pero basándome en algunos modelos de predicción orbital y de tránsito interestelar de objetos oscuros, creo que el riesgo está bajo un umbral aceptable.

—Perfecto. Preparados para saltar en cuanto sea posible.

"Casi cuatro años luz", pensó. "Es casi la mitad de la distancia que nos separa de Ceti. Si pudiésemos llegar en otro salto, la tripulación de la Cassiopea tendría una oportunidad...". Por un momento, se permitió albergar un destello de esperanza.

Luego, de repente, una sombra cruzó su semblante.

Se dirigió a su primer oficial y se sentó a su lado.

—Williams, necesito todos los datos que tengamos en el ordenador acerca de esa estación.

—Sí, señor, enseguida. —Williams se puso a teclear. En unos segundos aparecieron los datos básicos de la Cassiopea.

Lo primero que pudo observar el Capitán era que la mayor parte de los datos eran confidenciales. Pero el que buscaba estaba disponible. Y no era nada bueno.

—¿Algún problema, señor?—dijo Williams, al fijarse en la expresión de su superior, y viejo amigo).

Por toda respuesta, el capitán señaló el dato que había estado mirando.

Williams se fijó en la pantalla... y negó tristemente con la cabeza.

    *Ocupantes: 157
                 -----Personal científico: 103
                 -----Tripulación: 54

Los dos cruzaron una mirada desolada.

La tripulación del Rigel Azul constaba de doce tripulantes. Y apenas tenía espacio para albergar a diez o doce más.

Suponiendo que todos hubiesen sobrevivido… ¿dónde iban a meter a más de ciento cincuenta personas? 

* * * * * *


Diana se despertó sobresaltada.

Se había quedado dormida sin darse cuenta. El estrés de las últimas horas había podido con ella. Desanudó rápidamente el cable de su muñeca y estiró de él, lo cual la movió hacia el techo. Giró sobre sí misma, hasta quedar boca abajo. Se impulsó con los pies suavemente en las planchas del techo y, describiendo una grácil voltereta, llegó al suelo, quedando asida a él por las suelas magnéticas. Acto seguido, se dirigió hacia la camilla.

Lucas respiraba con normalidad, su piel exhibía un saludable color y no había fiebre. Suspiró complacida. Todo había salido bien.

El joven debía estar a punto de despertarse, pues ya habían pasado más de dos horas desde que le administró el anestésico.

Ella aprovechó para estirarse y recolocar sus huesos. Dormirse flotando a la deriva, sin el saco, al cabo de un rato era cualquier cosa menos cómodo.

Se dirigió hacia uno de los grandes ventanales de observación. Era evidente que la estación continuaba su letal trayectoria de caída hacia el planeta. A su derecha, brillante como una joya, pudo ver a Nelis, la gran luna helada de Cíclope. Igual que Europa, en Júpiter, Nelis era un mundo cubierto de hielo con un inmenso océano global bajo éste.

Y, como Europa, lleno de vida.

Otros satélites estaban al alcance de su vista en aquel momento, desde aquella ventana. Incluído Proteo, el cálido mundo oceánico.

Se quedó mirando aquella luna, algo menor que la Tierra, que orbitaba a Cíclope en nueve días. Aquella era la razón de la presencia de la Cassiopea en Tau Ceti. Y lo que habían encontrado en él, era la razón de la crítica situación actual.

Sacudió la cabeza, irritada. El mayor descubrimiento de la Historia, destruido por un fanático religioso.

¿Cómo era posible que nadie se hubiese dado cuenta de las psicóticas inclinaciones de Hausser? Se habían preparado durante cinco años para aquella misión. Habían pasado miles de filtros, pruebas, tests... ¿Cómo alguien como Hausser, capaz de matar a decenas de personas para preservar sus ideas, había podido colarse en la misión?

Y entonces, ante aquel ventanal, tuvo la respuesta.

Hausser no se había colado en la misión. Hausser había sido elegido para la misión... por si tenían éxito.


* * * * *


Era la tercera vez que lo intentaba y el reactor auxiliar seguía sin arrancar.

La ira que lo consumía ya era incontrolable. Si había más supervivientes a bordo de la Cassiopea (y, por el aspecto general, así debía ser) dependían en exclusiva de que él lograse reactivar aquel maldito chisme.

Controlándose apenas, repasó mentalmente una vez más sus pasos. Miró el reactor desde todos los ángulos posibles. Realizó las pocas comprobaciones que pudo sin tener energía...

Debía funcionar. Debía estar en marcha. Todo estaba aparentemente correcto.

Pero no arrancaba. El flujo de neutrones no se activaba y no se iniciaba la reacción en cadena.

Frustrado y estresado como pocas personas habrían podido estarlo a lo largo de la Historia, Yuri, incapaz ya de controlarse, agarró una barra metálica y la emprendió salvajemente a golpes con el vaso de contención del reactor.

—¡¡Funciona de una vez, trasto de las narices!! ¡¡Arranca ya, maldita sea!! ¡¡PE-DA-ZO DE TRO-ZO DE CA-CHA-RRO I-NÚ-TIIIIL!!—A cada sílaba daba un violento golpe con la barra de acero.

Y el reactor...

... arrancó... 

* * * * * 


El Rigel Azul se materializó en el espacio real, exactamente a 3,589 años luz del punto de origen, prácticamente tal y como había sido calculado.

Los preparativos para el siguiente salto empezaron de forma inmediata, pues el tiempo apremiaba.

La tripulación, acostumbrada a las leves molestias ocasionadas por un salto espacial, se recuperó enseguida y se puso manos a la obra. Apenas habían regresado al espacio convencional, ya estaban abiertas las ventilaciones de nitrógeno líquido del hipermotor, y se estaba drenando el exceso de radiación de taquiones.

Por su parte, la navicomputadora ya había sido cargada con todos los programas de astronavegación, y todos los datos necesarios en espera, para que el cálculo se iniciase automáticamente en cuanto los superconductores estuviesen a plena capacidad.

El capitán se retiró un momento a sus dependencias. Su organismo era más sensible que la media a los saltos espaciales y sufría los efectos secundarios de manera más acusada.

Durante un salto, la nave abandonaba el espacio convencional durante una fracción infinitesimal de tiempo, adentrándose en las misteriosas regiones del Hiperespacio, un reflejo gigante de todo el Universo pero con leyes físicas extrañas y caóticas, y volvía a reaparecer en otro punto previamente calculado... si todo iba bien.

Teóricamente, en un una fracción de picosegundo tan ínfima, no había tiempo material para sentir nada. Se estaba en un lugar e, inmediatamente, sin ninguna sensación de tránsito o velocidad, se estaba en otro lugar. Pero, por alguna misteriosa razón aún no aclarada por la Fisiología, las personas acostumbraban a sentir leves mareos, desorientación, pequeñas punzadas de dolor en la cabeza, un leve aturdimiento o pérdidas mínimas temporales de memoria.

Todos aquellos efectos eran más acusados en algunas personas en especial, como en el caso del capitán. Por ello, se echó en su cama y trató de recobrar la normalidad.

En ello estaba cuando se le ocurrió una buena idea. Se levantó pesadamente, haciendo una mueca de malestar y llamó a Williams por el intercomunicador. El primer oficial apareció en el umbral apenas un minuto después.

—Señor.

—Williams, creo que tengo la solución para el tema de los supervivientes de la Cassiopea.

—¿Y cuál es?—preguntó su amigo, mirándolo interesado.

—Quiero que vacíe los dos contenedores de mineral de más a proa durante esta hora—el Capitán hizo una mueca de dolor—, y que los conecte a la red de soporte vital de la nave. Además, haga instalar reforzadores de campo magnético en esos contenedores, para proteger a sus ocupantes. Y dispóngalos de las mayores comodidades posibles.

—Si, señor. Perderemos la mercancía, pero las vidas de esas personas son mucho más valiosas.

—No vamos a perder la mercancía. Estamos lejos de las rutas de navegación, en pleno espacio interestelar. No hay riesgos para ninguna nave. Dejaremos la mercancía reunida en un solo punto, con una boya de localización, y apuntaremos cuidadosamente las coordenadas espaciales. Cuando esas personas estén a salvo, regresaremos a recoger lo que hemos dejado.

Williams alzó una ceja y sonrió. Su capitán pensaba en todo.

—Sí, señor. Nos pondremos a ello ahora mismo. ¿Necesita algo más?

—No, gracias, Williams... excepto un milagro. —Ésto último lo murmuró apenas para sí mismo.

Cuando Williams salía del camarote del Capitán, entraron apresuradamente Ally Ngyuren, la Astrofísica, y Samuel Scott, el Oficial de Navegación. Eran dos jóvenes muy prometedores que estaban en sus dos años de prácticas de navegación, tras graduarse con honores en la Academia Espacial[2].

—Señor, ¿podemos comentarle una cosa?—dijo el joven.

—Por supuesto. Díganme—respondió el Capitán, masajeándose las sienes.

—Le estábamos dando vueltas a algo que llevamos tiempo estudiando, y creemos que puede ser de enorme utilidad ahora—explicó él, dubitativo y frotándose las manos nerviosamente. —Quedan diez horas para que la Cassiopea desaparezca. Y necesitamos ganar tiempo. Pero según la Navicomputadora, nos harían falta dos saltos más hasta Tau Ceti. Éste lo hemos podido forzar mucho por la práctica imposibilidad de que hubiese objetos oscuros en esta zona, según los modelos—miró a su compañera.

—Pero hay informes teóricos bastante sólidos—terció ella—que predicen la existencia un par de enanas marrones en un radio menor de 2 años luz de Ceti, fuera del límite de su Oort. Esta región del espacio es rica en ese tipo de objetos, como usted sabe. No se sabe dónde están y, además, pueden arrastrar sus propios cinturones de cuerpos menores. Podemos saltar con un riesgo aceptable, hasta 2,5 o 2,6 años luz, justo en el límite absoluto de los sensores y de la prudencia… y ello nos obliga a otra espera más y a otro salto más…

—Continúen.

—Por tanto, tres horas de espera ahora, y otras tres tras el siguiente salto, nos deja con menos de cuatro horas para alcanzar a la Cassiopea. Es muy, muy justo… quizá imposible—Scott bajó la mirada.

—Correcto. ¿Y qué sugieren ustedes?

—Gastar dos horas y media de computación, ahora, en una locura—afirmó la joven con seguridad, mirando fijamente al Capitán.

—¿Y por qué demonios deberíamos hacer eso?—preguntó él, entrecerrando los ojos.

—Porque podemos ganar bastante tiempo con ello.

—¿Y cómo, exactamente? No lo entiendo.

—Nguyren y yo llevamos tiempo con unos proyectos de emergencia de salto—explicó el joven, excitado. El Capitán asintió. Conocía sobradamente la genialidad de su indómita astrofísica. El oficial continuó hablando. —Podemos forzar la maquinaria para que drene el hipermotor con solo dos de los cuatro superconductores. Seguiría tardando una hora, pero ya tendríamos media carga. Con sólo dos condensadores cargando, no es necesario que la computadora use más del 30% de sus recursos en el control de recarga, lo cual nos deja tiempo de computación libre. Y luego sólo necesitaríamos media hora extra para cargar los otros dos condensadores, en lugar de una. ¿Me sigue?

—Sí. Pero aún no veo cómo puede eso justificar una hora más de espera—dijo el Capitán, hablando pausadamente y tamborileando con los dedos sobre la mesilla.

—A ello voy—explicó Ngyuren. Estaba exultante y hablaba un poco atropelladamente. —Durante las próximas dos horas y media debemos decelerar todo lo posible, y establecer nuestra posición con la máxima precisión que podamos. Como los sensores están inutilizados durante la regeneración, y como tampoco nos sirven más allá de unos 2 años luz, prescindiremos de ellos…

—¿C…cómo?—El Capitán arqueó las cejas. Ella levantó las manos, pidiéndole un momento de calma.

—Mi compañero y yo llevamos trabajando en un nuevo algoritmo de alta precisión desde el último año de la Academia. Ya hace algunos meses que está completo, pero nunca se ha probado. Si conocemos nuestra posición actual con suficiente exactitud, y como sabemos dónde está exactamente Tau Ceti, sus planetas y demás cuerpos menores, podemos calcular un salto sin sensores, puramente astrométrico.

—Entonces—intervino Scott—, la computadora trabajará en el nuevo algoritmo, con una precisión de doce decimales, durante toda la hora de drenaje al máximo de su capacidad. Luego, durante la hora de recargas parciales, seguirá en ello al 70%... y para entonces el cálculo estará casi al 80% y quedará menos de media hora a plena capacidad para que finalice… con lo cual, en lugar de esperar 3 horas, serán sólo 2 y media…

—¿Y? ¿Todo esto, tanto riesgo con la maquinaria y el vuelo, para ganar sólo media hora?—preguntó el Capitán, suspicaz.

—No—dijeron los dos con aplomo. —Todo esto, para poder llegar, con un solo salto, hasta la mismísima Cassiopea.

—¿Cómo? ¿Llegar en un solo salto desde aquí hasta la Cassiopea? ¿Y sólo astrométrico? Están locos…—No obstante, los dos jóvenes habían despertado su interés.

—Podemos hacer aparecer el Rigel Azul a muy poca distancia de Cíclope. Por ello es tan importante reducir lo más posible nuestra velocidad de vuelo, pues nos vamos a saltar toda la maniobra de aproximación. Y ello nos dará mucho más tiempo para salvar a esas personas—aseguró Nguyren, con la barbilla levantada.

—¿En la órbita de Cíclope? ¿Están seguros de eso?—Se incorporó un poco, dejándose arrastrar por una leve esperanza, muy a su pesar.

—Sí, señor...—contestó Scott con firmeza. —Según nuestros cálculos, grosso modo, el salto nos dejaría en algún punto de una esfera de más de medio millón de kilómetros de radio... —un destello de duda apareció en su mirada, que no pasó desapercibido para el Capitán.

—¿Pero? Porque hay un pero…

Los jóvenes se miraron, nerviosos.

—Medio millón de kilómetros de radio… a contar desde la superficie aparente de Cíclope...

El capitán valoró la información durante unos momentos.

—¿Saben que Cíclope tiene un diámetro de 240.000 kilómetros, ¿no es así?—preguntó.

—Sí, señor… Hay más de un cuarenta por ciento de posibilidades de aparecer dentro del gigante gaseoso, y no en su espacio cercano. Si eso sucediese... —se interrumpió la joven.

—... estaríamos todos muertos. —Terminó el capitán.

La chica bajó la mirada y asintió.

—Pero si funciona, tendremos… ¿6 horas y media de margen para el rescate en lugar de apenas 4? Y, además, sin apenas perder tiempo en el frenado y la aproximación. ¿Es eso?

—Sí—aseguraron al unísono.

—¿Pueden ustedes hacerlo? ¿Pueden darme esa precisión de salto, a pesar del riesgo? ¿Pueden darme esa precisión de verdad?

Ellos se irguieron, seguros de sí mismos, y sostuvieron unos segundos la profunda mirada gris del Capitán.

La chica tomó aliento.

—Sí, señor. Podemos darle esa precisión… con suerte, incluso más—dijo con aplomo.

El capitán los miró alternativamente unos instantes, como perforando sus almas. Cuando ellos estaban perdiendo la esperanza, pues parecía que iba a negarse, dijo una sola palabra.

—Adelante. 

-9 horas: 


Tras reponerse un poco de la impresión, se dispuso a hacer inventario de lo que había en el laboratorio. Primero buscó a más supervivientes, pero no quedaba nadie. Encontró sólo tres cadáveres en su sección... La mayoría de los científicos del laboratorio trabajaban en la sección dos... cuyo casco exterior había quedado destruido por completo.

En un armario, cerca de la portilla estanca, había cuatro trajes espaciales de alta resistencia. Sin embargo, con el campo magnético de la Cassiopea inoperativo tan cerca de Cíclope, tan sólo servían para no tener frío y no despresurizarse. En cuanto diese un paso fuera del casco de la estación, estaría sentenciada.

Pero no podía quedarse allí y dejarse morir. Tenía que hacer algo.

Sin energía, no había mucho que pudiese hacer.

Aún así, ella era científica. Algo se le ocurriría.

Y, al pasear su mirada por la atestada habitación, se le ocurrió.

¡Vaya si se le ocurrió!

Se dirigió hacia el avanzado microscopio de efecto túnel y lo estudió. Aquel chisme incorporaba una batería de nanoceldas de gel de litio de reserva, para evitar pérdidas de datos críticas durante experimentos cruciales, y unos potentes electroimanes, para dirigir el haz de electrones con el que se formaban las imágenes de los objetos de estudio.

Cogió algunas herramientas y se puso a desacoplar paneles.

Fuese como fuese, Ranja Chandrawar iba a sobrevivir.


-8 horas


Tras la euforia inicial al ver, ¡por fin!, el panel de control encenderse al arrancar el reactor, Yuri había estado trabajando febrilmente. Había conectado inalámbricamente su ordenador de antebrazo al panel del reactor. Toda la tecnología a bordo de la Cassiopea era compatible entre sí. Conectó con la red de sensores, al menos con lo que quedaba de ella, y arrancó un programa de diagnóstico. Esperó, impaciente.

En cuanto tuviese una idea clara del estado de la estación, se pondría manos a la obra tratando de recuperar la mayor cantidad posible de sistemas, con la absoluta prioridad del escudo protector. Para ello debía averiguar dónde estaban las secciones en cortocircuito y si podía puentearlas desde allí.

Al cabo de diez minutos acabó el diagnóstico. El computador que Yuri estaba usando en aquel momento no tenía nada que ver con el ordenador central de la estación, increíblemente más rápido. Pero se arreglaría perfectamente con lo que tenía.

El análisis de sensores reveló que la estación no estaba en tan mal estado como parecía a primera vista. Cierto que el acceso a la columna central, con el reactor principal, los suministros, el puente de mando y el ordenador estaban totalmente cortados. Pero las líneas de potencia auxiliares, la mayoría de los generadores de escudo y las redes de soporte vital estaban operativas.

Por suerte, Yuri había localizado el explosivo de aquella sala justo antes de que detonase. Había sido una afortunada casualidad. Los otros dos reactores habían sido destruidos, pero aquel se había salvado. Y la razón por la que no había logrado ponerlo en marcha, hasta que había empezado a golpearlo, era bien sencilla: una arandela.

Una simple arandela desprendida había cortocircuitado un emisor de neutrones y el sistema se había autoprotegido. Sin energía para diagnosticar problemas, Yuri no había podido saberlo. Pero su acceso de rabia, emprendiéndola a golpes con el reactor, había movido la arandela y ahora el reactor funcionaba sin problemas.

"Para que luego digan que las cosas no se arreglan a golpes", pensó, con una sonrisa triste.

—Bien—dijo en voz alta, irguiéndose. —Vamos a poner este pedazo d chatarra a salvo.

Conectó la turbina de gas al reactor y un alentador y agradable silbido ascendente llenó la sala. La electricidad empezó a fluir, activando los sistemas auxiliares en cada sección intacta.

Yuri se estremeció de alegría.

¡¡Funcionaba!!

Lentamente, sección a sección, la iluminación se incrementó, el soporte vital se activó a su régimen normal y los sistemas de emergencia empezaron a desempeñar su labor.

Y, con inmensa alegría, Yuri vio como empezaba a formarse la ya familiar aurora multicolor en casi toda la estación. Tan sólo un tramo de cuatro secciones había quedado desprotegido. Pero, por el estado que presentaba aquella zona del anillo, era poco probable que hubiese supervivientes.

También se empezaron a activar múltiples tableros de control y un terminal autónomo del ordenador central. Una sonrisa iluminó su rostro. Con aquel dispositivo tendría mucha más potencia de proceso disponible que con su modesto ordenador personal, incluso sin el acceso al computador central.

El joven ingeniero volvió al reactor y siguió trabajando para recuperar parte del control de la estación.


* * * * *


Ranja escuchó un sordo zumbido y, de repente, las luces aumentaron de intensidad. Diversos sistemas se activaron y el soporte vital incrementó su potencia.

Incrédula, se acercó a la ventana de observación.

Allí estaba el escudo magnético, cubriendo la estación... bueno, casi toda la estación: su sección no estaba protegida.

Alguien había logrado activar la energía auxiliar. Alguien le había brindado una oportunidad para sobrevivir. Y ella pensaba aprovecharla.

Volvió al lugar que ocupaba cuando las luces aumentaron y siguió trabajando. En unos minutos tendría terminado su tosco y artesanal aparatejo.

"Espero que sea suficiente para resguardarme hasta llegar a la zona protegida", pensó, esperanzada.


* * * * *


Diana ayudó a Lucas a incorporarse, pues el joven ya había despertado. En aquel momento, las luces incrementaron su intensidad y varios aparatos de la enfermería se activaron.

La doctora abrió mucho los ojos por la sorpresa, pero no perdió un minuto. Alguien había logrado reactivar la potencia auxiliar y no sabía cuánto tiempo duraría, así que había que aprovechar el regalo.

Lucas miró por la ventana y observó la aurora artificial.

—Diana—dijo con dificultad. —El escudo vuelve a estar operativo...

—¿Sí?—se sorprendió ella. Y, a continuación, añadió con aplomo. —Pues vámonos de aquí en cuanto sea posible. Tratemos de reunirnos con los demás supervivientes. Pero primero te voy a hacer unas pruebas, ahora que tengo aparatos.

Cogió varios instrumentos y, durante los siguientes diez minutos, escaneó a conciencia al joven. Todo estaba bien. No había daños ocultos, la hemorragia interna había cesado por completo y las constantes eran buenas.

Era el momento de coger los trajes espaciales y reunirse con los demás... si los había.

"Bueno", pensó. "Es seguro que hay, al menos, otra persona viva..."

Hizo que Lucas se apoyase en su hombro y se dirigía hacia la esclusa más cercana cuando percibió movimiento a su derecha.

Giró la cabeza y se quedó sin aliento.

Allí fuera, tras el ventanal, había aparecido una nave pequeña.

Era uno de los tres cazas estelares que la estación tenía asignados como protección.

Era la nave en la que Hausser había escapado tras colocar y detonar los explosivos en la estación.

El maldito bastardo había estado acechando a su presa, asegurándose de que no quedaba nadie con vida. Y, al ver que la estación recuperaba la energía, regresaba para completar su tarea.

La débil llama de esperanza que aleteaba en su corazón en los últimos minutos, se extinguió en un vendaval de ira y desesperación.

Estaban todos perdidos...


-7 horas


"Malditos herejes... se aferran a la vida como los parásitos que son", pensó Hausser.

Tras las explosiones la estación había quedado muy dañada, pero no había sufrido daños tan extensos como se había imaginado. Estaba mejor construida de lo que parecía. Suponía que habría sobrevivido alguien, pero en el estado en que había dejado a la Cassiopea, daba lo mismo. La instalación carecía en aquel momento de navegación, escudos, energía y comunicaciones.

No había salvación posible. No obstante, fiel a su contrato y a sus convicciones, había permanecido cerca de la estación, en una órbita paralela más rápida, para asegurarse de su completa destrucción.

Y, para su sorpresa, la aurora ondulante y multicolor, que revelaba con su presencia el funcionamiento del campo magnético protector, volvía a rodearla.

Uno de los generadores auxiliares había vuelto a funcionar. Aquello significaba dos cosas: que una de las bombas había fallado y que a bordo quedaba alguien que sabía lo que hacía.

La enorme estación no se podía salvar sin la propulsión principal. Pero con el campo magnético, los supervivientes aislados en las secciones intactas ahora podrían ponerse los trajes y tratar de abandonarla a bordo de alguna cápsula de salvamento. Bien manejadas, las pequeñas naves salvavidas tenían potencia suficiente para lograr alcanzar una órbita segura y estable, con suministros para una semana. Como eran inaccesibles salvo en caso de emergencia, y escaso de explosivos, Hausser había optado por destruir los accesos a las cápsulas, en lugar de las cápsulas mismas.

Ni su contrato ni si fe le permitían tolerar aquello, así que encendió los propulsores de su nave y se acercó a la maltrecha Cassiopea para escanearla.

El resultado le sorprendió muchísimo. Más del treinta por ciento del anillo tenía soporte vital y el escáner revelaba la presencia de ochenta y siete personas vivas.

Aquello era demasiado… un fallo imperdonable en un trabajo supuestamente profesional.

Afortunadamente, disponía de los medios para solventar la situación. Una obscena cantidad de dinero le esperaba a su regreso a la Tierra. Y la Fe también estaría a salvo de los infieles.

Hizo inventario de la munición que le quedaba. Dos misiles dirigidos y 2.500 cartuchos en los cañones de 50 mm. No era mucho, pues había usado el resto de la munición para fabricar los explosivos con que saboteó la estación.

Pero sería suficiente. Sin defensas, la Cassiopea era presa fácil.

Con los misiles destruiría el generador auxiliar y con las balas perforantes despresurizaría cuidadosamente las secciones intactas. Nadie sobreviviría.

Aún así, tendría que esperar una media hora, pues no tenía suficiente combustible para girar en redondo y atacar. Esperaría al siguiente cruce orbital, acoplaría su trayectoria con la de la estación y la acribillaría a placer.


* * * * *


El ordenador de Yuri, conectado a la maltrecha red sensora, emitió una señal de aviso. Se estaba detectando un haz de escaneo. Y una nave pequeña en una órbita paralela.

El ingeniero se abalanzó hacia el ventanal de observación y su alegría no conoció límites cuando vio pasar a lo lejos la silenciosa y grácil silueta del caza.

Pero su mente, increíblemente rápida y analítica, le devolvió a la realidad en apenas una fracción de segundo. Tomando en cuenta los datos previos, el sabotaje, los rumores de los días precedentes, la actitud de Hausser y el hecho de que aquella nave apareciese en aquel preciso momento, trece horas después del desastre, justo tras reactivar el campo protector…

Comprendió al instante que quién pilotaba el caza era el mismo que había provocado las explosiones.

"Hausser".

Y supo, sin lugar a dudas, porqué regresaba.

Una violenta ira consumió al joven ingeniero.

Aquel malnacido era el responsable de decenas de muertes, entre ellas, quizá, la de su adorada Elisabeth. Y volvía para rematar la faena.

Pues bien. Había muchos secretos y datos ocultos en aquella estación. Cosas que se suponía que Yuri no debería saber. Pero era uno de los mejores ingenieros de la Flota y un consumado fisgón.

Calculó mentalmente la trayectoria del caza y sus posibles derivaciones. Tenía más o menos media hora. Era muy poco y sólo tendría una oportunidad. Pero bajo presión daba lo mejor de sí mismo.

Corrió hacia el terminal del ordenador y empezó a teclear febrilmente.

Una sonrisa lobuna apareció en sus labios.


* * * * *


La estación estaba a tiro. Había completado la órbita y había usado los motores para frenar y situarse en trayectoria síncrona con la Cassiopea. Cinco mil metros más y podría iniciar su ataque, asegurándose de no perder munición desde una cómoda distancia de dos kilómetros.

Sonrió ferozmente mientras acariciaba el símbolo religioso que pendía en su cuello, musitando una oración.

La Fe quedaría salvaguardada. Los descubrimientos de los malditos científicos herejes morirían con ellos y Dios volvería a ocupar el lugar que le correspondía. Sentía Su mano guiándole con sabiduría para completar su misión.

Sonó un aviso en la cabina. Podía disparar.

Estableció como objetivo la sección dónde estaba el generador auxiliar y apretó el disparador.

Los dos misiles abandonaron el vientre del caza, encendieron sus propulsores de combustible sólido y partieron hacia la Cassiopea como dos flechas enfurecidas.

Quedaban veinte segundos para el impacto.


* * * * *


—Cálculo finalizado, capitán—anunció la joven oficial, excitada.

—¿Cuál es el resultado?—preguntó éste.

—Bueno... es un poco menos preciso de lo esperado, dadas las interferencias gravitatorias de la estrella Ceti, de los dos minineptunos coorbitales, de Cíclope y de todas las lunas del gigante… Y ha tardado algo más de lo que esperábamos…

—¿Cuánto?—volvió a preguntar, algo impaciente.

—Estee... una esfera de llegada de... 750.000 kilómetros de diámetro... desde el centro del planeta... Nunca se ha saltado tan cerca de una gran masa de gravedad y desde tanta distancia. La incertidumbre es bastante grande. Pero la hemos compensado tanto como humanamente es posible.

—Lo conseguiremos, capitán—terció Scott. —No vamos a aparecer dentro del planeta gigante. Se lo garantizo.

El Capitán permaneció en silencio. No era para nada el resultado que esperaba, pero había bastante margen.

Suspiró profundamente. Tampoco quedaba otra opción.

—Bien—dijo tras la larga pausa. —Que toda la tripulación suba al puente. Tengo algo que comunicarles a todos.


* * * * * 


Los dos misiles se acercaban a su objetivo con férrea determinación.

Yuri sudaba copiosamente mientras seguía tecleando con furia. El ordenador fue descontando los segundos, que pasaban angustiosamente rápido.

Quedaban quince.

Él siguió tecleando. Casi estaba. Necesitaba apenas unos segundos más.

Diez.

Ya casi estaba. Debía saltar el último cortafuegos.

Cinco.

El código. ¡El código final!

Cuatro.

Los últimos caracteres.

Tres.

Tecla ENTER.

Dos.

Transmisión enviada.

Uno.

Se cubrió la cabeza con los brazos y se arrojó al suelo.

Impacto...


* * * * *


Diana y Lucas observaron aterrorizados e impotentes cómo los misiles partían desde el caza y se dirigían imparables hacia la sección del reactor auxiliar.

Corrieron hacia la esclusa, pues era la parte más resistente de su sección, y esperaron el fatal impacto.


* * * * *


Ranja se había metido en su traje modificado apenas unos minutos antes del inicio del ataque de Hausser. Era difícil moverse con aquella pesada y extraña estructura metálica adosada al traje. Parecía que un trozo de grúa o andamiaje metálico hubiese impactado contra un astronauta con resultados poco agradables.

Pero el ingenio de Ranja había creado el primer traje con campo magnético propio de la historia de la Astronáutica.

... o, al menos, eso esperaba ella...

Despresurizó la sección y abrió uno de los paneles, exponiéndose al vacío espacial. Arrastrándose a duras penas, logró salir al exterior. En aquel preciso instante, observó dos cosas:

La primera, que su campo magnético personal funcionaba, pues al momento quedó rodeada por una preciosa y compacta aurora de luz de apariencia cuasi líquida.

La segunda, dos estelas de gases de propulsión que partían de un caza hacia la estación.

"¡Misiles!".

Estaban siendo atacados.

Furiosa, estampó el puño en el casco de la estación.

Tanto trabajo para nada.

Estaban muertos.


* * * * *


Cuando el impacto se produjo, no hubo ninguna explosión. De hecho, fue un simple golpe contra el casco blindado.

Al oír las dos sonoras campanadas de metal contra metal, Yuri se incorporó lentamente.

Miró alrededor. No había pérdidas de presión, ni daños, ni ningún destrozo...

Entonces sonrió.

Y la sonrisa se volvió una risotada. A los dos segundos estaba soltando carcajadas tan violentas y ruidosas que se hizo daño en la mandíbula y el vientre.

Se puso en pie precariamente y se acercó al ventanal. Miró desafiante a la nave de Hausser, a unos 2.500 metros de distancia y siguió riendo.

—¡Trata de disparar otra vez si puedes, maldito asesino!—le increpó. —He desactivado las cabezas de guerra de los misiles. Y, además, he hackeado el computador de tu nave, imbécil. No puedes maniobrar, no puedes navegar y no puedes disparar. ¡JAJAJA!.

Y, levantando lentamente los brazos, le hizo un violento corte de mangas, con el dedo corazón de la mano derecha firmemente extendido.


* * * * *


Extrañados, Diana y Lucas salieron de su escondite.

No había pasado nada. Sólo habían oído dos sordos impactos casi simultáneos, sin consecuencias.

Corrieron al ventanal y vieron los restos metálicos de los misiles alejándose de la estación.

Los proyectiles no habían explosionado.

Tras los primeros segundos de indecisión, se acabaron de poner los trajes y salieron de la arruinada sección de Enfermería.


* * * * *


Ranja no cerró los ojos cuando los misiles alcanzaron la estación. Su indomable carácter le impedía perderse detalle. Era de esas personas que son capaces de mirar a la Muerte directamente a la cara.

Pero no pudo evitar que sus ojos se abriesen desmesuradamente por la sorpresa, cuando vio a los dos misiles convertirse en un puñado de escombros espaciales, al impactar inofensivamente contra el blindaje exterior de la estación.

"¿Pero qué demonios ha pasado aquí?", pensó, intranquila.


* * * * *


Hausser rugió de frustración en la cabina.

Los misiles no habían estallado. Y, además, no tenía control alguno sobre la nave. Alquien había hackeado el ordenador del caza.

Yuri. Tenía que ser Yuri. Aquel maldito jovenzuelo de mente brillante había logrado sobrevivir… y se la había jugado.

"¿Pero cómo lo ha hecho?".

A través del zoom del visor, vio el gesto obsceno que le dirigía Yuri desde el ventanal de observación.

Sintió que la ira lo consumía.

Pero, unos segundos después, empezó a sonreír siniestramente.

Él también tenía ases guardados en la manga.

Y el suyo, en este caso, era que conocía perfectamente la manera de desconectar el cerebro electrónico del caza y operarlo de forma manual. Le iba a llevar un buen rato, pero el arrogante niñato se iba a llevar una desagradable sorpresa.

Se puso manos a la obra con determinación.


-6 horas


—Señores, se presenta una difícil situación y quiero que todos sean conscientes de ella y libres para decidir—empezó, de pie frente a toda la tripulación. Era responsable de aquellas personas. Para él, eran más que tripulantes. Eran su familia.

Los ocupantes del Rigel Azul miraron a su capitán inquisitivamente. En sus miradas se podía advertir un destello de nerviosismo e incertidumbre. Salvo en la Astrofísica y en el Oficial de Navegación, que ya conocían el mensaje del capitán.

—Bien—prosiguió éste tras una breve pausa. —La situación es la siguiente: como todos saben, hace unas seis horas recibimos una señal de socorro por la banda de superondas, procedente del Sistema Tau Ceti. Concretamente de la estación científica Cassiopea.

"La instalación ha sufrido considerables daños de origen desconocido y su órbita se ha degradado, trazando una espiral descendente que la llevará a sumergirse en la atmósfera del gigante gaseoso Cíclope en unas seis horas.

"Hay, presumiblemente, 157 almas a bordo de la estación, aunque seguro que se habrán producido muchas víctimas mortales. De todos modos, los cadáveres, en la medida de lo posible, también deben ser rescatados para que puedan ser inhumados de la forma adecuada.

"Dada la distancia que nos separaba de Ceti, la ruta no cartografiada con anterioridad y la urgencia de la situación, hemos procedido a un salto de más de tres años luz y, según la computadora, deberíamos dar dos saltos más. Eso nos haría llegar con apenas cuatro horas de tiempo para llegar hasta Cíclope, acoplarnos a la estación, rescatar a las víctimas y largarnos de allí. Sería prácticamente imposible.

"No obstante, nuestros compañeros Ally y Samuel, ha tenido una idea arriesgada. Llevando los cálculos de la navicomputadora al límite con un nuevo algoritmo de su invención jamás probado, nos pueden situar en algún punto de una esfera de 750.000 kilómetros de diámetro dentro del sistema Ceti.

Se oyeron murmullos sorprendidos, pero el capitán prosiguió:

—El problema es que, en el centro de esa esfera está Cíclope, con más de 240.000 kilómetros de diámetro, lo cual nos deja con más de un 40% de posibilidades de aparecer dentro del planeta. Y todos ustedes saben qué significa eso.

"Un salto así, tan cerca de una gran masa de gravedad y a tantísima distancia, nunca se ha intentado. Hay cientos de variables y de interferencias que la computadora no puede calcular y decenas de cosas pueden salir mal.

"Pero es la única opción que les queda a esas personas. Si nosotros no llegamos a tiempo, nadie lo hará. Si lo hacemos y funciona, dispondremos de seis horas de margen para acoplarnos y rescatar a esas personas, sin apenas perder tiempo en frenados ni aproximaciones.

"Por ello, quiero que cada uno de ustedes se tome los próximos minutos en pensar en esto y decidir qué van a hacer. Entiendo que ir allí es arriesgar la vida como nunca. No le reprocharé a nadie el que no quiera ir. Están en su derecho de pensar en su propia seguridad y en sus propias vidas y familias. Yo no tengo nada que perder, salvo la vida, así que voy a ir. Pero ni quiero, ni puedo obligar a nadie a seguirme.

"Piénsenlo y decidan libremente. Nada se les echará en cara. Jamás.

Un denso y grave silencio cayó en el puente de mando.


* * * * *


Unos pocos minutos más y habría terminado el puenteo del computador.

Y después, el "listo" de Yuri, y todo su nauseabundo nido de herejes, desaparecería para siempre. Ya no tenía misiles, pero le quedaban suficientes cartuchos a bordo como para despresurizar dos estaciones como aquella.

Hausser, con implacable paciencia, continuó enfrascado en su tarea, cable tras cable, placa tras placa.


* * * * *


Justo tras su exitosa desactivación del caza de Hausser, y pasada la euforia inicial, Yuri se sentó y se puso a pensar.

Aquel fanático podía ser un psicópata y un loco. Pero no era estúpido. Sin saberlo, había llegado a la misma conclusión que la doctora: Hausser estaba allí por si la misión tenía éxito.

Ignoraba realmente en qué consistía ese éxito, pues a él nadie le había hablado de los sorprendentes hallazgos en Proteo. Sólo sabía del descubrimiento de un océano subglacial en Nelis, lleno de vida. Claro que eso no era del todo correcto. Yuri tenía una especial empatía y una mente rápida y brillante. Había oído rumores y analizado rostros... y tenía una idea más o menos ajustada de qué podía ser lo que había aparecido en la luna oceánica.

Si estaba en lo cierto, era el mayor descubrimiento de la Historia de la Humanidad, a años luz de todos los demás.

Pero, si eso era así... ¿porqué la "carta en la manga" de Hausser? No tenía sentido...

A menos...

"Claro", pensó. "Aquí hay dos intereses: uno legítimo, que es el patrocinio de esta expedición, un logro científico e histórico (y humano)... y otro oculto, que tiene motivos para vigilar las actividades y anular cualquier información comprometedora..."

Miró a la inerte nave, más allá del panel de cristal.

"Si es lo que yo pienso, sólo puede tratarse de algún tipo de convicción fundamentalista desviada, o algún tipo de organización religiosa o secta, de gran poder. Quizá esa... Fe... que ganaba cada vez más creyentes en todo el mundo. Es la única explicación, pues mantendría el status quo y el poder que han ostentado las grandes religiones durante siglos."

Dejando vagar a su mente, comprendió que Hausser no era un simple asesino motivado. Debía ser alguien sumamente preparado, inteligente y lleno de recursos.

Ante aquel pensamiento, Yuri se tensó de repente. ¿Y si Hausser lograba puentear el ordenador del caza...?

Se levantó de repente y se paseó nerviosamente por la sala del reactor. Debía hacer algo. Lo que fuese.

No podrían abandonar la estación si no neutralizaban definitivamente aquella amenaza, aquella Espada de Damocles que pendía sobre ellos.

Por un momento pensó en llegar hasta el hangar de cazas y subirse a uno de los dos que sabía que quedaban para enfrentarse a Hausser. Pero desistió inmediatamente de aquella idea. Por dos motivos: ni sabía cómo diablos se pilotaban aquellas cosas... ni tenía la menor experiencia en combate.

La estación carecía de cualquier tipo de arma, pero...

Su mente de ingeniero se puso en marcha a toda velocidad.

"Un cuchillo de cocina no está concebido como un arma... pero también mata...". Pensativo, totalmente concentrado, examinó la sección al completo.

Entonces empezó a sonreír... Una atrevida idea empezaba a tomar forma en su mente.

Se puso manos a la obra de inmediato.

"No sé cuánto tiempo tengo, ni si lo lograré... pero tengo lo necesario y voy a intentarlo... Al fin y al cabo, nada tengo que perder".


* * * * *


Rajna se alejó del destrozado laboratorio, impulsada por un sencillo propulsor casero: un extintor de halón.

Su aurora magnética personal la rodeaba por completo, protegiéndola (eso esperaba) de las letales radiaciones espaciales.

Tan sólo debía recorrer algo menos de doscientos metros para sumergirse en el campo protector de la estación.

Mientras avanzaba lentamente, no quitaba los ojos del caza. Algo había pasado con aquella nave.

Tras disparar los misiles (que no habían estallado) estaba allí, a la deriva, sin moverse y sin proseguir su ataque.

Algo debía haber pasado con su sistema informático, algún tipo de interferencia...

"¡¡Yuri!! Sólo puede haber sido es bendito loco…".

Así que aquel joven genial seguía con vida. Era él quién había reactivado el campo y quien había frustrado el ataque del caza. No podía ser otro. Nadie en toda la estación tenía las habilidades necesarias para aquello...

Entonces, ¿quién pilotaba el caza?

Apenas dos segundos después supo la respuesta, tan ciertamente como que estaba flotando en medio del espacio.

"Hausser, cómo no...".

Su finísima intuición tocó a su hombro. De alguna manera supo que el hackeo del caza era sólo algo temporal.

Seguían en peligro.

Apretó los labios y, con firme determinación, varió su rumbo, dirigiéndose a la maltrecha estructura central de la estación.

Conocía la existencia de algo allí que, si aún funcionaba y usándolo de un modo muy poco ortodoxo, podría complicarle la vida bastante a Hausser.

Apretó el gatillo del extintor y aceleró al máximo.


* * * * *


Yuri, tras haber desacoplado todos los paneles interiores hasta llegar al blindaje del casco exterior, se metió en el traje espacial, cerró las esclusas de aire, abrió las válvulas y la sección del reactor perdió completamente la presión atmosférica.

Acto seguido desacopló el mamparo exterior. Era sencillo, pues la estación estaba diseñada para ser rápida y fácilmente reparada en cualquier punto de su estructura. Toda ella era como un gigantesco Mecano que podía desmontarse pieza a pieza con gran sencillez. Y volver a montarla con la misma facilidad.

El mamparo se desprendió del casco y flotó hacia arriba, impulsado por la mano enguantada de Yuri, alejándose de la estación. Poco importaba ya la pérdida de una pieza más. La Cassiopea estaba condenada.

Un agujero cuadrangular de tres metros de alto por cuatro de ancho sustituyó al panel en la gruesa pared del casco exterior. El negro infinito del espacio, salpicado a la izquierda por innumerables estrellas y delimitado a la derecha por la suave curvatura multicolor de Cíclope, se exhibió ante sus ojos.

Tal y como había previsto, las leyes orbitales habían mantenido a la nave y a la estación a la misma distancia relativa. Dado que la Cassiopea no precisaba de la rotación para generar gravedad, pues contaba con un sistema directo de gravedad artificial, Yuri tenía una línea de tiro directa y estable apuntando hacia Hausser.

Miró su artilugio de nuevo y sonrió. ¿A quién se le podría ocurrir usar un chisme tan anacrónico en un combate espacial?


* * * * *


Diana y Lucas habían atravesado tres secciones destrozadas. El joven aguantaba sin problemas, a pesar de la reciente operación. Todo había salido mucho mejor de lo esperado.

La Sala de Reunión 1, donde debía haber decenas de personas en el momento en que estallaron las bombas, estaba totalmente destruida y expuesta al vacío espacial. Sólo dos cadáveres quedaban allí, enganchados a los hierros retorcidos. Los demás debían haber sido absorbidos por los agujeros en el casco y debían estar dispersándose en una órbita alrededor del planeta, para tiempo después incinerarse en la atmósfera.

Un triste final.

Consultó su reloj. Quedaban menos de seis horas.

Siguieron avanzando, con la esperanza de encontrar a alguien con vida en las secciones intactas. Quizá en la Sala de Reunión 2 o en alguna de las secciones dormitorio... 

* * * * *


Rajna llegó a la torre central y, sin perder tiempo, se encaramó por la escalerilla exterior hasta media altura, justo encima del vaso de contención del reactor principal.

Usó la compuerta exterior de acceso de mantenimiento para entrar, tras desprenderse de las correas que la sujetaban a su campo magnético improvisado. El pilar central estaba dentro del escudo de la estación, así que estaría protegida.

A sus pies estaba la gran sección esférica acorazada que contenía el reactor experimental de antimateria (otra cosa que se suponía no debería saber). Los enormes condensadores superconductores, alimentaban los intensos campos magnéticos dinámicos, que controlaban la antimateria sin tocarla, para extraerla de sus contenedores extremamente aislados, y llevarla hasta la cámara de reacción.

Alzó la cabeza y vio la esfera de contención del reactor auxiliar, de fusión de deuterio, rodeado por los potentes láseres de compresión.

Se sorprendió al ver que toda la columna central estaba activa. Había energía total. Al producirse las explosiones, el sistema se había cerrado, dejando a los dos reactores en standby. Pero seguían operativos.

Era un afortunado golpe de suerte.

Pulsó un botón y toda la sección inferior de láseres descendió y se abrió al espacio, como una gigantesca flor. Desacopló los conductos de energía de diecinueve de los veinte cañones, dejándolos en su sitio.

Al último cañón lo saco de su alojamiento, y lo llevó, en ingravidez total, hasta la portilla más cercana, que se abría en la dirección de la nave de Hausser.

Pero, como el cable no llegaba, tuvo que perder unos minutos haciendo empalmes con los conectores de los otros cañones.

Una vez lo hubo situado en el lugar escogido, apuntando a ojo hacia el diminuto punto en la lejanía que era el caza, procedió a inmovilizarlo tan bien como le fue posible.

Sobre el cañón, oculto tras un panel, había un botón de disparo manual, para las pruebas de mantenimiento.

Flotó hacia el panel del computador y tecleó para poner en marcha el reactor de fusión. Pero sus conocimientos no llegaban a tanto y no fue capaz. No obstante, advirtió que los condensadores secundarios estaban cargados casi al máximo. Era energía suficiente para un disparo de compresión de los veinte cañones. Pero, como sólo iba a usar uno, y dependiendo de la duración del disparo, quizá tendría para dos o tres andanadas.

Sonrió siniestramente y se acercó al cañón.


* * * * *


Hausser dio un rugido triunfal. Por fin tenía control total. Exultante, se volvió a sentar en el puesto del piloto.

Agarró los mandos de disparo y, musitando una oración, activó los cañones.

Los dos Gatling rotatorios, de 6 cañones cada uno, salieron de sus alojamientos a ambos lados del morro y empezaron a girar velozmente, calentando los sistemas y preparándose para disparar. Los sistemas automáticos colocaron los cargadores en su posición y 1.250 balas con cabeza de uranio empobrecido quedaron listas para su uso en cada cañón.

Hausser, con una sonrisa cruel en su rostro desfigurado por el fanatismo y la locura, apuntó hacia la sección del reactor auxiliar, a más de tres kilómetros de distancia. Apretó el gatillo apenas una fracción de segundo.

Unas cien balas se precipitaron hacia la estación, a más de 1.200 metros por segundo...


* * * * *



Simultáneamente, Yuri soltó el elástico que sostenía la bomba de Hausser, la que no había explotado, nuevamente activa. 20 segundos era todo lo que necesitaba para alcanzar su objetivo cuando el improvisado y potente tirachinas lanzó la bomba al espacio y ésta se dirigió a toda velocidad hacia el desprevenido caza.


* * * * *


También en el mismo instante, Rajna apretó el botón del disparador y el invisible rayo láser partió hacia la nave de Hausser. Durante la escasísima fracción de segundo que tardó en recorrer la distancia, el rayo interactuó con el gas enrarecido de la alta atmósfera de Cíclope y con el campo magnético, revelándose como una fina y azulada línea de luz letal. 

* * * * *


Y, en aquel mismo momento, algo gigantesco apareció súbitamente entre la Cassiopea y el caza de Hausser.

El Rigel Azul.

Las cien balas perforantes que volaban hacia la estación se estrellaron en la góndola de babor del gran carguero, destrozando los imanes superconductores del propulsor.

El láser de Rajna, mal apuntado, pasó a escasos centímetros sobre la popa del carguero, y a varios metros a la izquierda del caza.

Y la bomba de Yuri, a mucha menos velocidad que las otras armas, prosiguió su camino, esta vez hacia el Rigel Azul... mientras su temporizador seguía desgranando segundos.

La repentina aparición del carguero tras el arriesgado salto pilló completamente desprevenidos a todos.

Hausser se protegió instintivamente la cara con los brazos, aullando de pánico.

Yuri gritó de sorpresa por la aparición de la gran nave; y luego de impotencia por la imposibilidad de desviar o desconectar la bomba que se dirigía a ella.

Y Rajna sólo acertó a abrir la boca dentro del casco, con una histórica expresión de sorpresa. Diana y Lucas, ni se enteraron.


* * * * *


Un agudo dolor de cabeza y unas violentas náuseas asaltaron a los tripulantes del carguero.

Aparecer tan cerca de Cíclope alteró sus organismos de una forma nunca antes experimentada por nadie. El súbito cambio de la instantánea presencia de la enorme masa del planeta, donde una fracción infinitesimal de tiempo antes no había nada, fue completamente insoportable.

Pero, acostumbrados a sobrevivir en el espacio, los hombres y mujeres del Rigel Azul aguantaron a duras penas... con algún que otro imparable vómito.

Inmediatamente, dado que el carguero no trazaba ninguna órbita antes del salto, la inmensa gravedad del planeta gigante se apoderó de él, arrastrándolo vertiginosamente hacia su atmósfera.

Pillados por sorpresa, los tripulantes se afanaron en controlar el enloquecido giro de la nave y presentar la popa al planeta. Apenas tardaron unos segundos, pero se les hicieron eternos.

El capitán, a los mandos en su sillón, encendió los motores a máxima potencia.

En aquel momento, una fuerte explosión sacudió el Rigel Azul. Desconcertado, el capitán miró la pantalla de estado.

El motor de babor, gravemente dañado por las balas del caza, cosa que el capitán ignoraba, había estallado.


* * * * *


Hausser, estupefacto, vio como el carguero caía vertiginosamente hacia el planeta.

—¿¡Pero de dónde diablos han salido ésos!?—gritó, furioso, golpeando el panel frontal. —¿Cuándo han pedido ayuda esos herejes? ¿Y cómo?

Ciego de ira, recuperó el control del caza y apuntó sus armas hacia el carguero. La cosa se le iba de las manos. La estación era presa fácil, pero la presencia del carguero complicaba enormemente la situación. No podía haber supervivientes. Los científicos y su maldita estación debían desaparecer. Y, ahora, también aquella inoportuna nave entrometida.

Verificó las pantallas. Tenía suficiente munición. Si lograba inutilizar otro motor mientras seguía cayendo, la nave no tendría potencia suficiente para abandonar la enorme gravedad del planeta gigante y desaparecería para siempre.

Y, con eliminar el escudo magnético de la estación, todos los de dentro estarían condenados.

Una mueca de horrible determinación apareció en sus labios.

Aún podía arreglar las cosas.

Apuntó cuidadosamente el morro del caza hacia el carguero y disparó.


* * * * *


Rajna maldijo su mala puntería. Volvió a situar el cañón con gran delicadeza y disparó de nuevo.


* * * * *


La bomba lanzada por Yuri estaba a muy poca distancia y apenas quedaban 5 segundos para su detonación. Hausser ni siquiera sospechaba su presencia.


* * * * *


Los dos motores restantes del Rigel Azul se encendieron a máxima potencia, vomitando plasma ardiente por sus incandescentes toberas. Las dos antorchas de impulsión alcanzaron más de 150 metros de longitud tras la nave, dejando una imagen imborrable en la retina de todos los que observaban a la gran nave.

El impresionante espectáculo del enorme navío, cabalgando dos afiladas lanzas de plasma al azul blanco tras su popa, transmitiendo una sensación de potencia que hacía vibrar cada célula del cuerpo, era algo que no podía olvidarse jamás.

El Rigel Azul detuvo su caída de inmediato y empezó a alejarse pesadamente del planeta gigante.

El capitán que, a pesar de su violento malestar, había visto al caza abrir fuego, usó los propulsores de maniobra para presentar la proa a la nave enemiga.

Debido a su naturaleza, los cargueros son naves que viajaban muchos millones de kilómetros por el espacio normal entre salto y salto. Lo que significa que hay muchas posibilidades de tropezarse con pequeños escombros espaciales, como micrometeoritos o restos de chatarra de naves accidentadas.

Y, por ello, sus proas son piezas romas, macizas y pesadas, de cerámica, acero y berilio, de más de cuatro metros de espesor.

Las balas perforantes del caza se estrellaron inofensivamente contra el escudo antiimpactos del carguero, desintegrándose a apenas unos centímetros de profundidad.

Simultáneamente, el láser de Rajna impactó en la parte trasera de la nave de Hausser, destrozando los circuitos de control del motor.

Y, al mismo tiempo, a cien metros de distancia, la bomba de Yuri estalló, desestabilizando el caza y provocando varias brechas en el casco con la metralla.

Aterrorizado, sin saber de dónde venían aquellos ataques, Hausser trató desesperadamente de recuperar el control de su nave. Las luces de emergencia y las múltiples alarmas eran enloquecedoras y se puso a golpear con los puños el panel de mandos, completamente fuera de sí.

Levantó la mirada y vio la enorme y fea proa del carguero a pocos metros, llena de cráteres tras años de navegación, abalanzándose hacia él con la fuerza y la velocidad de un cometa.

Gritó de odio y terror, cubriéndose la cara con los brazos. Entonces, el Rigel Azul alcanzó al pequeño caza y lo aplastó como a un insecto.

El gran carguero, prácticamente, ni se estremeció.

—Ahora, rescatemos a esas personas—comentó el capitán, lacónicamente, con un gesto de indiferencia.

Miró orgulloso a sus tripulantes. Todos, absolutamente todos, se habían unido a él en la misión de rescate. No podía sentirse más honrado.

"Ahora viene lo más difícil. Esto aún no ha acabado", pensó.


-5 horas


La esclusa de aire se cerró tras ellos. Habían salvado muchos obstáculos para llegar hasta la sección quince, la de la gran Sala de Reunión Dos. Lucas aguantaba sin problemas y sin apenas molestias. Diana lo observaba atentamente, admirada.

Se restableció la presión en la esclusa, señal de que el soporte vital de la sala estaba activo y, por tanto, podía haber supervivientes.

La doctora cruzó los dedos mentalmente e, inspirando profundamente, pulsó el mando de apertura de la compuerta interior.

Ésta se deslizó hacia la derecha en rápida y silenciosamente.

Ambos se asomaron al umbral y sonrieron aliviados.

Más de cincuenta rostros, con evidentes muestras de terror, cansancio e incertidumbre, los observaron desde el centro de la sala.

Una expresión de inmenso alivio recorrió todas y cada una de las caras en un instante.


* * * * *


Ranja presenció la muerte de Hausser desde su atalaya. No sintió la menor compasión ni remordimiento. Aquel maldito fanático era el responsable de la muerte de decenas de personas... y de haber tratado de asesinar a todos los demás.

Iba a abandonar la torre central cuando se lo pensó mejor. Quizá, desde allí, podría ser más útil. Al fin y al cabo, estaba justo en medio de dos potentes reactores de energía...

Pero necesitaba comunicarse de alguna manera con Yuri y con aquel providencial carguero. Y con los demás supervivientes, si fuese posible. Con la radio del traje no podría emitir hasta más allá de unos cien metros, debido a la interferencia del campo magnético protector.

Se dirigió hacia el terminal del ordenador central y trató de buscar las comunicaciones interiores.

Le costó varios minutos lograrlo, pero al final tenía ante sí, en la delgada pantalla de grafeno, la carpeta de todo el sistema de comunicaciones de la Cassiopea.

Lo primero que vio fue un programa de diagnóstico. Pulsó en su icono y el programa empezó a realizar su función.

Los resultados, tal y como preveía, eran muy malos.

No había acceso a comunicaciones exteriores. Y la red de intercomunicadores estaba muy dañada.

Pero, dado que dentro del anillo la red funcionaba de forma inalámbrica, sólo debía encontrar una forma de conectarse con ella.

Pidió al ordenador que tratase de encontrar rutas de conexión alternativas, que intentase sortear las zonas dañadas.

Y, para su sorpresa, la avanzada computadora le brindó una solución pocos segundos después.


* * * * *


Yuri estaba impresionado. Ver al carguero aplastar como si tal cosa al caza de Hausser le dejó anonadado.

Pero se repuso enseguida. Aún no estaban fuera de peligro. Y necesitaba saber varias cosas: cuánta gente había sobrevivido, dónde estaban y cómo comunicarse con la gran nave que había venido a rescatarlos.

No obstante, no pudo dejar de advertir cierta característica extraña en aquel carguero: sólo tenía dos grandes contenedores, acoplados detrás de la zona de la tripulación, uno a cada lado. ¿Dónde estaban los otros diez? Aquellas naves no viajaban nunca en vacío, no salía rentable.

Sacudió la cabeza y decidió preocuparse de aquello más tarde, cuando estuviesen a salvo. Y no quedaba mucho tiempo.

Las tres cosas que necesitaba las podía conseguir si lograba llegar a uno de los dos cazas que debían quedar en el Hangar Tres. Aquellas naves tenían sistemas de comunicaciones independientes y escáneres avanzados.

El problema eran los casi 700 metros lineales que le separaban de aquel hangar.

Valoró un momento sus opciones. Avanzar por dentro de la estación era más seguro, pero habría decenas de obstáculos que ralentizarían su marcha. Así que, ni corto ni perezoso, agarró dos extintores de halón y salió al exterior por el mismo agujero por el que había disparado contra Hausser.

Una vez fuera, flotando y sólo en la inmensidad, se sintió mareado por su absoluta insignificancia. Consciente de la infinita vastedad, en espacio y tiempo, que le rodeaba, Yuri se encogió de temor. Tuvo que concentrase para desviar la vista de las rutilantes estrellas y del cada vez más cercano planeta, y fijarse en su objetivo, a 700 metros de allí.

Pulsó uno de los extintores y avanzó en total ingravidez, con el vello erizado de aprensión. 


* * * * *


A los mandos del Rigel Azul, el capitán maniobró para acercarse lo más posible a la estación. La destrucción del motor de babor descompensaba la nave y le restaba más del 30% de potencia. Por suerte, debido a su robustez, el carguero había aguantado la detonación sin sufrir más daños que la pérdida de la góndola del motor.

Los escáneres de aquella nave no eran los de un navío militar, por lo que debía acercarse lo suficiente y tratar de averiguar el número y situación de los supervivientes, y localizar luego el punto óptimo para acoplar la nave para el rescate.

Todos sus tripulantes estaban preparados. Los oficiales del puente trabajando en sus respectivas consolas, y el resto ocupándose de preparar la nave para atender a las víctimas.

Al final había sido buena idea dejar acoplados sólo los dos contenedores vacíos y acondicionados para los supervivientes. Al desprenderse de toda la carga en el punto desde el que habían saltado, la nave era mucho más ligera y maniobrable. En gran parte, aquello era lo que les había permitido sobrevivir a la vertiginosa caída hacia Cíclope con un motor menos.

No recibían ninguna señal de comunicación. De hecho, se acababa de dar cuenta de que la baliza de socorro tampoco emitía. Era extraño, pues había estado haciéndolo las últimas 15 horas...

Tampoco tenía importancia. Lo más probable era que la antena emisora hubiese sufrido daños durante el combate.

Sin poder comunicarse con los supervivientes para coordinar el rescate apenas podían hacer otra cosa que localizarlos.

Y, entonces, el escáner empezó a presentar datos.

Había 81 supervivientes agrupados en dos grandes zonas no muy separadas entre sí, y cuatro señales de vida más en una pequeña sección intacta.

Pero lo que más le llamó la atención fueron dos puntos solitarios.

Uno se movía por el exterior de la estación a bastante velocidad hacia un punto indeterminado, posiblemente un hangar que había más adelante. Y el otro, completamente aislado en la torre central, se mantenía inmóvil sobre el reactor principal.

El instinto tocó a su hombro.

Aquellas dos personas eran las que harían posible la comunicación con la ruinosa estación.

El Rigel Azul empezó las maniobras de acople con la maltrecha estación.


-5 horas


Yuri consiguió llegar al hangar en apenas diez minutos. Todo el trayecto lo pasó en un gran estado de agitación, pues la posibilidad de sufrir cualquier percance y perderse flotando en la inmensidad estaba terroríficamente presente.

Durante todo el recorrido asió fuertemente los dos extintores, gastando sólo uno para la impulsión y las maniobras necesarias para sortear algunos escombros. Tuvo buen cuidado de presentar siempre el vientre hacia la estación, pues allí, alojado en el cinturón del traje, estaba enrollado el filamento que podría salvarle la vida en caso de necesidad: un fino y resistente cable de más de cien metros de longitud, acabado en un acople electromagnético de gran potencia, que podía dispararse a toda velocidad contra un objetivo metálico y aferrarse a él.

Se le acabó el primer extintor y lo dejó flotar a la deriva. Con el segundo, realizando pulsaciones cortas, frenó su velocidad de avance y se posó suavemente sobre la compuerta interior de acceso al hangar.

Activó las suelas magnéticas y caminó torpemente hasta la portilla lateral. Era un cierre simple, sin combinación. Abrió la portilla y entró en la esclusa de aire. Un minuto después estaba dentro del hangar, quitándose el casco.

Los dos cazas estaban allí, aparentemente intactos, pero con las bahías de armamento abiertas y vacías. Por todo el suelo había misiles desmontados, esparcidos de cualquier manera.

Hausser había usado las cabezas explosivas de los misiles para fabricar las bombas con las que había destrozado la estación.

Se quitó el voluminoso traje espacial y caminó hacia el caza más próximo. Pulsó el botón de apertura de la cabina y la cubierta polarizada se desplazó hacia atrás, dejando a la vista el puesto de pilotaje y el del artillero.

Los mandos básicos parecían sencillos, pero en los paneles que rodeaban el asiento había docenas de botones. Yuri desconocía por completo la función de la mayoría de ellos.

Se sentó y paseó la vista por el tablero de instrumentos. Como ingeniero que era, localizó enseguida la radio. Y los mandos de los escáneres.

Activó la energía de la nave y todas las pantallas se encendieron. Empezó a manipular botones hasta que consiguió que los sensores realizasen lo que les estaba pidiendo. Unos segundos después tenía un mapa esquemático con la posición y número de todos los supervivientes.

Satisfecho por su pericia, manipuló la radio hasta localizar el canal de emergencia espacial. Todo el personal a bordo de cualquier nave o estación debía conocer aquel canal y cómo operar básicamente las comunicaciones con el mismo.

Le fue muy sencillo llamar al Rigel Azul.


* * * * *


Diana dejó a Lucas a un lado y se puso a atender a los heridos, que eran al menos dos docenas. Una enfermera superviviente, llamada Elisabeth, había sido hasta aquel momento la única ayuda médica de aquellas personas.

La doctora apenas tenía material con que trabajar, pero con los botiquines y su experiencia, logró estabilizar a todos los heridos rápidamente.

En ello estaba cuando un chirriante sonido de estática recorrió la estancia.

—¿Hola? ¿Me es..ucha a....ien?—Se oyó de pronto. Era una voz femenina.

Alquien trataba de usar el sistema de comunicación interna.

Lucas se abalanzó hacia el intercomunicador más cercano.


* * * * *


Ranja pulsó de nuevo el botón de transmisión, repitiendo su saludo, a la espera de lograr una respuesta. Había mucha estática debido a los daños y a las interferencias magnéticas.

Iba a emitir por tercera vez cuando recibió tres respuestas casi simultáneas, completamente ininteligibles.

—Por favor, hablen de uno en uno, no puedo comprenderles. —Esperó.

Una voz masculina joven habló en primer lugar.

—Hola, soy Lucas Stern, en la Sala de Reunión Dos. ¿Quién habla?

—Soy Ranja, desde la Torre Central. Acabo de reactivar las comunicaciones. ¿Hay alguien más?

Una segunda voz, femenina, que hablaba con esfuerzo, respondió.

—Soy Laura Lin, en la Sección de Carga Tres.

—Y yo Yusuf Tarkin, en lo que queda del Observatorio—añadió una tercera voz, masculina y madura.

Rajna se sorprendió de la aparente entereza y tranquilidad de todas las voces. No había ningún síntoma de histerismo ni pérdida de control. El duro entrenamiento previo daba sus frutos incluso en aquella situación crítica.

—Voy a explicarles lo ocurrido las últimas horas de forma breve—dijo con aplomo. —No hay tiempo que perder.

Durante los siguientes cinco minutos, Ranja explicó todo lo sucedido desde que ella había despertado, más sus conclusiones. Al otro lado de la línea sólo se oía un emotivo silencio.

—Bien—dijo al finalizar. —Díganme su situación actual, para poder coordinarnos con el carguero en cuanto tengamos comunicaciones. De uno en uno.

—Somos 51 personas en la Sala de Reunión. Dos docenas están heridos, pero estables—informó Lucas.

—En el Hangar de Carga Tres estamos un total de treinta personas. Sólo heridos leves—apuntó Laura.

—Cuatro personas esperábamos noticias en el Observatorio—contestó Yusuf con un toque de humor en la voz.

Ranja hizo cuentas. Con ella y Yuri, eran en total 87 personas. Pero carecía de la información para saber si había más supervivientes.

Entonces, una nueva voz se añadió a las demás.

—¿Hola? ¿Ranja? Soy Yuri, desde el hangar de cazas. Tengo comunicación con el Rigel Azul.

La joven casi se desmayó de la alegría.


- 4 horas


Usando a Yuri y a Ranja como enlace con el resto de los supervivientes, el gran carguero maniobró y se acopló a la esclusa exterior más próxima a la Sala de Reunión. Tardaron mucho en transbordar a todo el mundo, debido a la gran cantidad de heridos, algunos muy graves, y a la falta de gravedad. Aún así, gracias al esfuerzo de todos los que estaban sanos, todas las personas de aquella sección estuvieron a bordo y alojadas en uno de los contenedores laterales en menos de una hora.


- 3 horas


Luego, la nave se desplazó cautelosamente hasta el acople de emergencia de la Bodega de Carga Tres, pues no disponía de acople estándar.

Allí la cosa también se retrasó bastante, por los destrozos en los pasillos y los escombros que flotaban ingrávidos dentro de la estación. Además, por la esclusa de emergencia, los supervivientes sólo podían pasar de uno. Tardaron casi 45 minutos en completar el traslado.


- 2 horas


El carguero se desacopló de nuevo y se dirigió con prudencia hacia el Observatorio. Debido al gran tamaño de las dos naves, y a la cantidad de escombros y daños estructurales, el Rigel Azul debía maniobrar con mucho cuidado para evitar un desastre. Llegaron al Observatorio y se encontraron con un nuevo problema. Allí no había esclusas ni acoples de emergencia. Pero sí armarios con trajes. Los cuatro supervivientes tendrían que salir al exterior y llegar hasta la nave por sí mismos.

Dos tripulantes del Rigel Azul salieron al espacio y colocaron un cable de vida entre su embarcación y la escotilla del Observatorio.

Estaba empezando a salir el primer superviviente cuando la estación se estremeció y empezó a moverse muy lentamente.

Todos los ojos se dirigieron al unísono hacia el extremo más cercano al planeta.

El enorme anillo metálico estaba poniéndose incandescente por el roce con la alta atmósfera.

Llevaban más de tres horas consumidas entre maniobras, acoplamientos, rescates y problemas.

Se les estaba acabando el tiempo muy rápidamente. Quedaba poco más de una hora para el desastre.


-1 hora


—¡No, no, no, no, no, no...!—exclamó Yuri, al percatarse de lo que estaba pasado.

El extremo más cercano al planeta del anillo de la Cassiopea estaba rozando las capas altas de la atmósfera de Cíclope.

Hasta aquel momento, la estación se había mantenido estable e inmóvil, trazando dócilmente su órbita descendente.

Pero al empezar a friccionar contra la atmósfera, se estaba frenando en un extremo, lo que estaba desestabilizando su posición y obligándola a rotar.

Por suerte, el Rigel Azul ya no estaba acoplado directamente a ninguna esclusa del anillo de la Cassiopea, lo que dada la enorme masa de ambas naves, habría provocado la destrucción de los anillos de anclaje y la despresurización de algunas zonas en la nave y en la estación.

Aún así, el cable de vida conectado al Observatorio empezó a moverse peligrosamente, mientras el Capitán trataba de compensarlo todo lo posible con los propulsores de maniobra. Tarea harto difícil con el tamaño y la masa del gran carguero.

Yuri se asomó al ventanal del hangar de cazas y observó atentamente, fijándose en cada detalle.

Su entrenado cerebro de ingeniero se percató inmediatamente de lo que se avecinaba.

Debido a los graves daños estructurales provocados por las bombas de Hausser, el anillo no soportaría las tensiones. Y la torre central tampoco. En cuanto la estación se sumergiese más profundamente en las tenues y extensas capas altas de la atmósfera del planeta gigante, empezaría a resquebrajarse. Por su parte, el pilar central, con sus cuatro soportes prácticamente cortados, amenazaba con dar un bandazo y desplomarse, arrastrado por el giro incontrolado, el rozamiento y el incremento de gravedad...

Yuri se fijó mejor… y se le heló la sangre en las venas.

El soporte norte de la Torre Central era el que presentaba menos daños. Los brazos este y oeste estaban casi cortados. Y el acceso sur había sido totalmente destruído.

Si, como creía, la inmensa Torre Central estaba a punto de desplomarse sobre el anillo, lo haría hacia el punto de menos resistencia: hacia el soporte sur...

…directamente sobre el Rigel Azul


* * * * *


El Capitán no era consciente del peligro inmediato que, a modo de Espada de Damocles, suponía el pilar central de la Cassiopea para su nave. Pero sí era consciente de que el anillo de la destrozada estación se le venía encima lenta pero imparablemente.

Tenía a dos tripulantes y a cuatro supervivientes aferrados a aquella ruina espacial. Y su única esperanza era un cable de doscientos metros que los unía a la salvación. Pero aquellas personas no podían darse más prisa. No eran astronautas, sino científicos civiles para nada acostumbrados a los paseos espaciales.

Sudaba copiosamente, tratando de tensar el cable umbilical al mismo tiempo que intentaba mantener la posición relativa de su nave respecto de la estación. Y era cada vez más difícil, porque la impredecible deriva de la Cassiopea era más evidente a cada momento que pasaba.

Si aquellas personas no se daban prisa... tendría que abandonarlas.

Pero no tuvo tiempo de tomar la decisión.

El anillo de la estación, soportando fuerzas que sobrepasaban ampliamente su resistencia actual, se partió cerca del Observatorio.

Los supervivientes no sufrieron daños, pero el anclaje de la punta del cable se rompió y éste se enganchó en una viga estructural...

...justo en el momento en que la sección a la que pertenecía se arrugaba hacia atrás y se echaba sobre el carguero. Un gran pedazo de metal salió disparado hacia el costado de la nave, destrozando el cabestrante del cable y provocando una grieta en la esclusa de aire. Los tripulantes que había allí escaparon a duras penas.

La nave se estremeció y empezó a girar lentamente, sin control, enredando todavía más el cable en las vigas retorcidas.

El Rigel Azul, incapaz de desprenderse del cable, estaba atrapado a la estación. Y la inmensa torre central se bamboleaba sobre el carguero, a punto de desplomarse sobre él y destrozarlo por completo.


* * * * *


Ranja sintió la torre estremecerse y experimentó un mareo al moverse ésta bajo sus pies. El pilar central oscilaba amenazadoramente. Se asomó a una de las portillas abiertas y examinó los lejanos anclajes de la torre. Llegó a la misma conclusión que Yuri.

Se iba a desplomar directamente sobre el carguero.

Pensando a toda velocidad, la joven trató de encontrar algo que ella pudiese hacer. De pronto se le ocurrió.

El soporte norte parecía bastante robusto, así que no podía hacer nada con él. Y el sur estaba cortado por completo. El del oeste parecía estar más entero que el del este.

"Quizá..."

Se impulsó en ingravidez hacia el tablero de control y comprobó el nivel de energía. Los condensadores estaban a más del 60%. Había gastado mucha menos potencia de lo que suponía atacando la nave de Hausser.

Se movió hacia el cañón láser y lo apuntó hacia el soporte del este. Si pudiese debilitarlo lo suficiente, o incluso cortarlo, la caída de la torre quizá se desviaría lo justo para evitar al carguero.

También podría intentar cortar el cable que lo atrapaba, pero era un objetivo demasiado pequeño y lejano para lograrlo.

Apuntó cuidadosamente el cañón y pulsó el botón de disparo de forma continua. El invisible haz, apenas perceptible por su leve interacción con la alta atmósfera, impactó en las vigas estructurales del soporte y empezó a cortarlas.

Ranja pudo ver cómo el metal se ponía al rojo vivo y estallaba en una lluvia de chispas doradas.

"Un poco más", pensó. "Unos segundos más y estará hecho...".


* * * * *


Tenía que hacer algo. Había visto lo ocurrido con el cable. Si el carguero no se liberaba inmediatamente, estaban todos muertos.

Nervioso, empezó a caminar en círculos, estrujándose los sesos.

Entonces su visión periférica captó una serie de destellos lejanos. Miró hacia allí y vio el soporte este despidiendo chispas. Apenas perceptible, divisó una fínísima línea azul.

Comprendió de inmediato. Ranja estaba usando un láser del núcleo de fusión para cortar el soporte y desviar la trayectoria de caída de la torre central.

No pudo evitar que un sentimiento de honda admiración le invadiese. Aquella joven exobióloga, a la que apenas había prestado atención durante toda la misión, prendado como estaba de la encantadora Elisabeth, le tenía realmente impresionado.

Se prometió que, si lograban sobrevivir, haría lo posible por conocer mejor a aquella chica.

Pero para ello debían liberar el carguero y escapar de allí.

Y, de pronto, supo qué hacer.


* * * * *


A bordo del Rigel Azul la actividad era frenética. Estaban tratando por todos los medios de liberarse del resistente cable. Pero el cabestrante dañado no permitía soltarlo. Y la esclusa destrozada impedía llegar a él por aquel lado. Alguien debía salir por la esclusa del lado contrario y cortar el cable manualmente.

Y fue el capitán quien se puso el traje espacial. Pese a los ruegos y protestas, no permitió que nadie le hiciese cambiar de idea. Aquella era su nave y ellos sus tripulantes y supervivientes. Era su responsabilidad. No cabía discusión alguna.

Cogió la antorcha de plasma y salió al espacio. Pese a las botas magnéticas, notó una clara fricción sobre su cuerpo. El traje se calentó rápidamente y el sistema de refrigeración tuvo que emplearse al máximo para evitar que se cociera en sus propios fluidos corporales.

Caminando vacilante sobre el casco inestable del carguero, el capitán se dirigió hacia el costado de estribor, dispuesto a liberar su nave de aquella trampa mortal.

Estaba a punto de llegar a su objetivo cuando percibió movimiento en el límite de su campo de visión.

El vello se le puso de punta.

La inmensa torre caía hacia ellos lenta pero imparablemente.


* * * * *


Ranja se golpeó suavemente contra el techo cuando la torre empezó a desplomarse. Había logrado cortar el soporte, pero no sabía si sería suficiente. El láser, ya sin energía, se le escapó de las manos.

Atemorizada, se impulsó contra el techo y salió al exterior, colocándose rápidamente su cacharro casero de protección. Le quedaba muy poca batería...

Y empezó a notar calor.

Entonces vio algo que la dejó muda de asombro.


* * * * *


Los cañones del caza destrozaron la compuerta del hangar, soltándola de sus soportes y lanzándola al espacio.

Yuri se bajó del caza amarrado y se subió al otro, al que había usado para comunicarse con el carguero y con Ranja.

Había sido una buena idea disparar con la otra nave, guardándose así la munición de la suya para intentar liberar al Rigel Azul.

Encendió los motores y el estilizado caza estelar salió al espacio como una exhalación.

Yuri había pilotado muchas naves... en videojuegos. Pero esta era la primera vez que tomaba los mandos de una de verdad. Esperaba que la Diosa Fortuna le acompañase, porque no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo.

Se dirigió directamente hacia el lugar donde el carguero estaba atrapado, mientras veía la torre caer sobre él. La parte superior del pilar central estaba a unos setecientos metros de la gran nave.

Debía darse prisa.

Apenas unos segundos bastaron para llegar hasta el lugar. Miró la torre. 600 metros. Frenó con los retroimpulsores y apuntó el morro hacia la sección dañada. Inmediatamente, apretó el gatillo sin pensar.

Los Gatling vomitaron dos violentas ráfagas continuas de balas perforantes, emitiendo sendas llamaradas azules de más de tres metros de longitud.

Las 2.500 balas taladraron el casco de la estación como si fuese mantequilla, destrozándolo todo a su paso... incluido el cable rebelde.

La torre estaba a menos de 400 metros y aceleraba.

Se apartó rápidamente y se acercó a los aterrorizados supervivientes del Observatorio. En el caza no cabían, pero podían aferrarse a él con sus anclajes magnéticos. Dio las instrucciones por radio y las seis personas obedecieron rápidamente.

Vio al Rigel Azul encender los propulsores de maniobra laterales y alejarse pesadamente de la torre que se le venía encima.

Con su rocambolesca carga de personas adheridas, alejó el caza de la estación.

"Ranja...", pensó.

Negó con la cabeza tristemente. No tenía tiempo material para sacarla de allí. La joven iba a morir y él ni siquiera recordaba su rostro con claridad.

La parte superior de la torre impactó contra los restos del anillo y se produjo una explosión de pedazos de metal en todas direcciones. El carguero, que no se había podido alejar lo suficiente, recibió un impacto directo en la góndola de estribor, que fue arrancada de cuajo.

Había perdido otro motor.

Y con sólo el impulsor central iba a ser difícil escapar a la atracción gravitatoria de Cíclope. Pero se podía mantener una órbita estable hasta que llegase otra nave a rescatarles.


* * * * *


Uno de los supervivientes trató de llegar hasta el Capitán, que acababa de entrar en la esclusa. Dos tripulantes trataron de impedirle el paso, pero él insistió, visiblemente nervioso.

—Déjenle que diga lo que tiene que decir—ordenó el Capitán con voz cansada. —Pero dese prisa, que esto pinta muy mal.

—Capitán, soy Herman Taniken, jefe de reactores y responsable del proyecto experimental de la Cassiopea—dijo el hombre, muy alterado.

—¿Y cuál es su petición?

—No es una petición, capitán. Es una muy seria advertencia. Si no nos alejamos varios centenares millones de kilómetros de aquí, estamos todos muertos. —Su mirada era sincera y el Capitán se alarmó.

—¿Qué ocurre?—preguntó, receloso.

—Capitán, la Cassiopea contiene un generador experimental de reacción materia-antimateria... Había unos cinco kilos en el reactor en el momento del cierre... y otros noventa y cinco kilos en los contenedores. —El capitán se puso rígido.

"Cuando la columna central alcance cierta profundidad en la atmósfera de Cíclope, la presión destrozará el vaso de contención y se producirá una reacción de aniquilación descontrolada.

Aunque el capitán ya sabía lo que aquello significaba, Herman lo comunicó a todos los presentes.

—Cuando eso suceda, se producirá la mayor explosión artificial jamás presenciada por el ser humano. Y una erupción de rayos Gamma que freirá a cualquier cosa viva en centenares de miles de kilómetros a la redonda.

El capitán se incorporó. Su mirada era fría como el acero.

—Señores—dijo—, tenemos que salir de aquí inmediatamente.


¡Estallido!

0 horas


Yuri maniobró el ágil caza hacia el Rigel Azul. Se sentía desolado por la pérdida de Ranja. La heroica muchacha los había salvado a todos de una muerte segura. Y lo había pagado con su propia vida.

Pero no permitió que la melancolía le invadiese. Tenía a seis personas adheridas al casco de su nave y debía transbordarlas cuanto antes.

A cada minuto que pasaba era más hábil manejando la pequeña nave. Realmente, era mucho más intuitiva de lo que suponía al principio. Se sintió familiarizado con ella casi enseguida.

Maniobró lentamente, acercándose todo lo posible a la esclusa de carga de babor. La gran puerta de la bodega interior estaba abierta de par en par, con seis tripulantes esperando para rescatar a los supervivientes.

Yuri sabía que le sería prácticamente imposible meter el caza en la bodega, pues apenas quedaba espacio, así que, una vez finalizada la transferencia de personas, se acoplaría al soporte de uno de los contenedores del carguero para saltar con él hacia la Tierra.

Manejando los mandos con suavidad, describió una amplia curva para dirigirse hacia la quilla del Rigel Azul.

Echó un último vistazo a la destrozada estación espacial, y a la abatida columna central. El anillo se había partido en cuatro pedazos, que se iban poniendo incandescentes a medida que descendían hacia Cíclope. La torre se soltó en aquel instante y, debido a la débil fricción atmosférica, empezó a girar sobre sí misma cada vez más rápido. En pocos minutos se hundiría para siempre en el océano de hidrógeno y helio de la atmósfera del gran planeta.

Estaba completando el giro hacia el vientre del carguero, cuando algo llamó su atención. Algo extraño brillaba débilmente en su visión periférica, a gran distancia y en una órbita más baja.

Usó los escáneres ópticos del caza para hacer zoom sobre el curioso objeto multicolor...

...y se quedó sin aliento.


* * * * *


La radio del traje no funcionaba...

Apenas podía respirar...

El sofocante calor que pasaba a través del traje, a pesar de la refrigeración y las protecciones, amenazaba con hacerle perder el conocimiento.

Tras haber saltado de la torre central, y sin apenas propulsión, sólo pudo mantener una precaria órbita apenas más alta que la de la malograda estación.

Pero, aún así, su órbita la mantenía dentro de las capas altas de la atmósfera del gigante gaseoso, por lo que sufría los efectos de la leve fricción: calor y lenta pero imparable caída hacia la atmósfera.

En pocas horas se convertiría en una espectacular estrella fugaz en la atmósfera de Cíclope, aunque seguramente pasaría desapercibida... después del espectáculo que supondría una estación de más de quinientos metros de diámetro estallando en el aire.

Según su indicador, el reciclador de oxígeno podría mantenerla con vida varias horas, así que no dispondría ni siquiera del lujo de morir asfixiada lentamente.

Pensó en levantar la visera del casco y acabar con todo de forma inmediata, sin apenas sufrimiento. Pero con aquellos nuevos modelos de traje era imposible. Ninguno de los anclajes de casco, botas y guantes podía soltarse si no había una presión mínima de seguridad en el exterior.

Había buscado algo con que romper la resistente tela del traje, pero tampoco tenía nada capaz de ello.

Resignada, no le quedaba otra que aguardar a su horrible y ardiente final.

Ranja se relajó y empezó a respirar lentamente, tratando de sumirse en un estado mental en el que su mente quedase desvinculada de su cuerpo. Conocía los secretos del Yoga y la Meditación, pues, debido a su ascendencia hindú, había aprendido ambas de sus padres.

Pero el estrés de las últimas horas, la desesperación, los acontecimientos... la abrumaban. Fue incapaz de dejar la mente en blanco, de alcanzar el necesario estado de paz interior.

Por ello, renunció a todo y simplemente, se quedó mirando los bellos tonos cambiantes de su aurora magnética personal. Increíblemente, el dispositivo seguía funcionando, envolviéndola en una crisálida de luz líquida, multicolor y ondulante.

Miró hacia el ya lejano carguero, despidiéndose de sus compañeros y amigos con un gesto de la mano. Al menos, ellos se habían salvado.

Pensó en Yuri, en su increíble trabajo recuperando la energía y el escudo de la estación cuando todo parecía perdido.

Supo que era alguien a quien le hubiese gustado conocer mejor después de aquella experiencia...

Un deseo que se iba a incinerar con ella en pocas horas.

Iba a cerrar los ojos cuando vio un destello desde el carguero.

Intrigada, agudizó la vista.

Un pequeñísimo punto brillante, al que seguía una curiosa y diminuta punta de luz blanca que apuntaba hacia atrás, se había separado de la gran nave.

Describió una grácil curva y dejó de moverse, aunque tuvo la incongruente sensación de que empezaba a crecer lentamente.

Desconcertada, supuso que sería alguna mala pasada de su mente debido al agobiante calor.

Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos.

Pero la "cosa" seguía allí, desafiante. 

* * * * *


La brutal aceleración casi lo dejó sin conocimiento.

Al ver a Ranja descendiendo sin control hacia la atmósfera, el joven ingeniero había pulsado a fondo la palanca de potencia.

El caza había partido como una flecha enfurecida antes de que él lograse recuperar el control. La antorcha de impulsión de sus cuatro motores gemelos de alto rendimiento había alcanzado más de cuarenta metros tras la nave.

Por suerte, el sistema de seguridad había evitado que se desarrollase todo el poder de los propulsores, manteniendo la aceleración dentro de valores límite, pero soportable. De lo contrario, Yuri habría muerto en el acto.

El joven, ignorando el uso de los sistemas de la nave, no había activado el compensador de aceleración.

Con todo más o menos controlado, y bastante aturdido, Yuri puso proa hacia el punto multicolor que delataba la posición de Ranja.

Estaba a veintitrés kilómetros, apenas perceptible. Tenía que mirar de soslayo, con la visión periférica, porque si miraba directamente hacia ella, apenas la veía contra el fondo de luz del gigante.

Surcaba el espacio a gran velocidad, en trayectoria directa hacia la joven. La alcanzaría en pocos segundos.

Fue en aquel momento en el que pensó si el caza tendría suficiente potencia para escapar, él solo, de la potente atracción gravitatoria de Cíclope.

Se puso el casco hermético y se conectó al soporte vital de la nave. Acto seguido, despresurizó la cabina y puso su mano sobre el botón para abrir la carlinga.

Los bordes de la afilada figura de la pequeña nave empezaron a ponerse levemente incandescentes.

"Estamos muy abajo... demasiado abajo", pensó, nervioso.

Ranja estaba a menos de diez kilómetros. Yuri repasó mentalmente sus siguientes maniobras: decelerar, acercarse, abrir la carlinga, "pescarla" y salir de allí a toda potencia.

Cinco kilómetros.

La bolita multicolor le tenía intrigado. ¿Qué demonios era aquello que rodeaba a la joven? Casi parecía...

No, no podía ser... ¿Cómo iba a serlo? Sin embargo...

Tres kilómetros.

Empezó a decelerar, suavemente. Sólo tendría una oportunidad. Si fallaba, perdía demasiada velocidad, o descendía demasiado, quizá no pudiese volver a intentarlo...

La tensión le hizo sudar, mientras sus nudillos se ponían blancos de apretar las palancas de control.

Menos de un kilómetro.

Fascinado, miró a la diminuta figura humana, preguntándose si aún seguiría con vida.

Y sí, lo que la rodeaba era una aurora magnética de diez metros de diámetro... Tenía un escudo personal. Maravillado, Yuri se preguntó cómo diablos lo habría conseguido.

Trescientos metros.

Hizo señales con las luces de navegación...

...¡y la figura movió las manos!

A cien metros Yuri deceleró con un poco más de intensidad y voló apenas un poco más rápido que la valerosa joven.

Y a veinticinco metros, consciente de la oleada de calor sofocante que iba a experimentar, abrió la carlinga transparente del caza.

Los bordes metálicos del marco se tiñeron de un bonito tono anaranjado y el ambiente en la cabina se hizo agobiante.

Pero Yuri no se dejó distraer. A apenas diez metros, Ranja se deshizo de su curioso artilugio y extendió las manos hacia su única esperanza.

Yuri se incorporó, aferrándose con una mano al cinturón de seguridad, y extendiendo la otra hacia la joven.

Cinco metros...

Ranja podía ver la mirada de Yuri, fija en ella, pidiéndole que aguantase.

Cuatro metros...

Yuri veía su propio reflejo en la cubierta reflectante del casco de ella, pues el sol quedaba a su espalda. Sin la cubierta, la chica se habría quedado ciega al instante.

Dos metros...

Ambos se estiraron todo lo que sus cuerpos permitían.

Un metro...

Yuri sonrió y movió los labios: "casi te tengo", dijo moviendo los labios sin palabras.

Medio metro...

Ranja, loca de alegría, tenía la salvación al alcance de su mano.

Las puntas de los dedos de sus guantes se rozaron...

...y empezaron a alejarse centímetro a centímetro...

Yuri, desconcertado, no comprendió qué pasaba hasta que era demasiado tarde.

La apertura de la carlinga había frenado muy levemente el caza, lo justo para no lograr rescatarla...

El horror se reflejó en su vista. Y Ranja, desesperada, vio la impotencia y la tristeza que aquella mirada emanaba.

Una oleada de ira consumió a Yuri. No había llegado tan lejos para perder en la línea de meta.

Enfurecido, el joven se puso de pie violentamente y, enredando la bota en el cinturón de seguridad, saltó hacia la chica.

Apenas fue medio metro de salto, pero sus manos alcanzaron el guante de Ranja y se aferraron a ella firmemente.

¡¡La tenía!!

Tensó los músculos de la pierna y, sin apartar la mirada de la visera reflectante del casco de ella, la arrastró hacia el caza.

Se giró sobre sí mismo y la ayudó a sentarse en el puesto del artillero. Mantuvo su mano alrededor de la muñeca de ella un par de segundos más, sonriendo y llorando, y se sentó en su puesto.

Cerró la carlinga y aumentó la potencia de los motores.

El caza se estremeció pero empezó a ganar altitud. Definitivamente, la pequeña nave tenía suficiente potencia para salir de allí...

...lo que apenas tenía era combustible...


* * * * *


El capitán, a los mandos del carguero, prosiguió su lento ascenso, alejándose del planeta en una trayectoria de escape.

Uno de los sensores seguía sin descanso a la columna central de la estación, según descendía en la atmósfera.

Quedaba poco tiempo para la gran detonación. Y él sabía, en su fuero interno, que con un sólo motor no tendría potencia para alejarse lo suficiente en el poco tiempo de que disponían.

Tampoco podían saltar, pues los condensadores apenas estaban cargados y la computadora no tenía ninguna ruta de salto calculada.

Se devanaba los sesos tratando de encontrar una solución, una vía de escape, a su crítica situación.

Y entonces, la solución se presentó ante él, describiendo su elegante órbita.

Talos, un planetoide de apenas cuatrocientos kilómetros de diámetro, entró en su campo de visión, eclipsando a la lejana Tau Ceti.

El capitán entrecerró los ojos y realizó algunos cálculos rápidos en su pantalla personal.

Iría justo. Muy justo. Pero tenían una oportunidad.

Forzó el motor al máximo, usando al mismo tiempo los propulsores de maniobra de popa. Todo lo que podía empujar la nave, estaba empujando.

Talos, a menos de dos mil trescientos kilómetros, se acercaba lentamente.


* * * * *


Ranja, sabiéndose a salvo, sintió que toda la tensión acumulada la abrumaba. Llorando inconteniblemente, la joven se desmayó.

Yuri se giró y la vio allí, tras él. No se lo podía creer. Entendió su desmayo y no se preocupó. Le preocupaba el nivel peligrosamente bajo de combustible.

Fijó su mirada en el gran carguero, apenas un punto brillante a más de quinientos kilómetros de distancia. ¡Cómo aumentaban las distancias en el espacio en apenas unos minutos!.

Si estuviesen en órbita, apenas necesitaría combustible. Pero acercarse al carguero, que viajaba a plena impulsión, le obligaba a mantener los motores encendidos continuamente y al máximo de su potencia.

Vio que se dirigía hacia Talos y se extrañó. ¿Por qué el capitán del carguero se dirigía al pequeño planetoide? ¿Qué pasaba allí?

Entonces, con una claridad dolorosa, supo la respuesta.

"El reactor de antimateria..."

Si estallaba... mejor dicho, cuando estallase, la oleada de radiación iba a ser brutal.

Instintivamente, miró hacia la atmósfera del gigante. El anillo de la Cassiopea había desaparecido por completo, dejando brillantes trazas incandescentes en la alta atmósfera. Pero la columna central, diminuta en la distancia, seguía girando y cayendo enloquecidamente. La mayor parte había desaparecido, incinerada. En cambio, las resistentes cubiertas de los dos reactores sobrevivían todavía, envueltas en llamas.

Sin pensarlo siquiera, aceleró al máximo, sin preocuparse del combustible.

Debía llegar al carguero cuanto antes.


* * * * *


El Capitán mantenía los ojos fijos en las pantallas de datos, siguiendo la trayectoria sugerida por la navicomputadora. El ordenador le había facilitado una órbita que mantendría a su nave, y a sus ocupantes, el mayor tiempo posible tras la protección de la pequeña luna.

También vio que el caza de Yuri se dirigía hacia ellos a plena impulsión. Ignoraba porqué se había alejado el joven tan precipitadamente, pero ya estaba de regreso.

Sin duda, debía tener una buena razón.

Esperó sinceramente que tuviesen suficiente combustible.

—Larson, por favor—llamó.

—Sí, señor—respondió el aludido.

—Vaya a popa y hágase cargo de los controles del rayo tractor. Tenemos una nave detrás de nosotros que seguramente necesitará nuestra ayuda.

—Si, señor...—vaciló—. ¿Señor?

—¿Si?

—¿Y por qué hay que manejar el rayo de forma manual?

—Porque usted es el tipo con más recursos de esta nave y, llegado el caso, podrá forzar ese rayo de formas que desde aquí le resultarían imposibles...—contestó el capitán con tranquilidad.

Larson, con los ojos muy abiertos y mudo por la sorpresa, saludó con la mano y corrió a popa.

El Capitán, a pesar de la crítica situación, sonrió levemente.

Y, acto seguido, lanzó sus últimas dos sondas de reconocimiento, para que grabasen todos los datos posibles de lo que estaba a punto de suceder.


* * * * *


A menos de veinte kilómetros del carguero, el combustible se acabó y los motores se apagaron.

La velocidad del caza era superior a la del Rigel Azul, pero el carguero seguía acelerando y ellos no. En breve, su velocidad sería mayor que la de ellos y jamás lo alcanzarían.

Yuri, impotente, sólo pudo quedarse mirando la gran nave...

"Tan cerca y tan lejos...", pensó tristemente.

Se giró en su asiento y alargó la mano, levantando la visera del casco de Ranja.

Las hermosas y serenas facciones de la joven morena, todavía desmayada, aparecieron tras el cristal transparente. Yuri, fascinado, se la quedó mirando.

"Desearía haber podido conocerte, Ranja... Habría valido realmente la pena...".

Entonces, un leve resplandor nacarado envolvió la cabina y notó que el vello se le erizaba.

Desconcertado, se volvió hacia proa y las lágrimas inundaron sus ojos.

La inercia residual del caza los había acercado a menos de cinco kilómetros del gran carguero...

...y, a esa distancia, el rayo de tracción de popa de la nave los había podido atrapar.

Los estaban arrastrando rápidamente hacia la bodega de mantenimiento de popa.

Estaban salvados.

Cinco minutos después, Yuri, con Ranja en brazos, ambos con los trajes presurizados, saltaba del caza hacia el carguero, aferrado al cable que le habían largado.

La pequeña nave, atrapada por el rayo de tracción, siguió dócilmente al Rigel Azul.


* * * * *


El blindaje exterior estaba incandescente, pero aún soportaba las tremendas temperaturas.

No obstante, conforme se hundía en la atmósfera, los resistentes vasos de contención de los dos reactores libraban una batalla perdida contra la abrumadora presión, cada vez más intensa.

A quinientos kilómetros de profundidad, la estructura central que mantenía los núcleos unidos se resquebrajó y se desintegró.

El reactor de fusión, completamente parado, se fue consumiendo durante más de mil quinientos kilómetros, hasta que sus escombros se hundieron en las profundidades inaccesibles del océano gaseoso.

El blindaje del reactor de antimateria aguantó hasta los dos mil setecientos kilómetros de profundidad. Con una presión de más de cincuenta mil atmósferas, debilitada por la temperatura y por las insoportables tensiones, la esfera de contención cedió por fin e implosionó.

Y, una fracción de segundo después, cuando materia y antimateria se encontraron frente a frente, se produjo una explosión colosal.

Casi cien kilos de antimateria se aniquilaron con la materia que la rodeaba por todas partes. La conversión instantánea de toda aquella masa en energía, en una relación del 100%, formó una bola de energía pura de más de cuatro mil kilómetros de diámetro.

La bola de luz brillaba más que el sol, con una temperatura de millones de grados que provocó una reacción secundaria de fusión del hidrógeno del aire.

El estallido creó un gigantesco agujero en la atmósfera de Cíclope.

Las brutales ondas de presión barrieron las nubes en más de setenta mil kilómetros a la redonda, dejando ver, por primera vez desde su formación, el brillante océano de hidrógeno metálico líquido que había bajo la densa y opaca atmósfera.

El agujero apenas duró unos segundos, antes de que la gravedad y la enorme presión volviesen a taparlo. Las terroríficas turbulencias atmosféricas creadas por la increíble explosión tardarían décadas en calmarse y recorrieron todo el planeta. La faz de Cíclope cambió para siempre.

Una parte de la inmensa energía de la explosión lanzó una gran cantidad de gas al espacio, que quedó formando un tenue anillo alrededor del planeta.

La onda de choque abandonó el planeta gigante e impactó en las lunas más próximas, desplazándolas unos metros. Puede parecer poca cosa, pero hay que tener en cuenta las enormes masas y velocidades de aquellos pequeños planetas, para darse cuenta de la gigantesca fuerza de la onda expansiva.

Talos, mucho más pequeño que las demás lunas cercanas a la explosión, se desplazó más de sesenta metros de su órbita. Carente de atmósfera, el polvo acumulado en su superficie durante millones de años se levantó por efecto del impacto y rodeó el pequeño astro como una tenue neblina.

Pero lo peor fue la descomunal emisión de rayos gamma. Letal, abrasadora, la inmensa oleada de radiación barrió un cono de espacio de más de treinta grados de apertura. Cualquier cosa viva que hubiese estado frente a aquel Rayo de la Muerte, habría perecido al instante. Nelis y Proteo orbitaban muy cerca del cono de radiación. Había bastantes posibilidades de que ambas lunas con biosfera hubiesen quedado afectadas.

El resto de la emisión gamma la absorbió el propio Cíclope, haciendo brillar toda su atmósfera durante semanas por la interacción energética.

El Rigel Azul y todos sus ocupantes habían logrado situarse tras la sombra de Talos apenas tres minutos antes de la explosión. El cegador destello de luz envolvió a la diminuta luna y todos fueron testigos del estremecimiento del planeta y de la colosal onda de choque. Incluso el carguero, a pesar de estar a cubierto, sufrió una notable sacudida.

Sin embargo, las dos sondas que el capitán había lanzado fueron testigo mudo de todo lo ocurrido. Grabaron hasta el último detalle de la gran explosión... y algo inesperado.


EPÍLOGO


Dos horas después del estallido, el maltrecho Rigel Azul abandonó la protección de la sombra de Talos.

Todos enmudecieron de asombro cuando vieron los efectos de la extraordinaria detonación en la atmósfera de Cíclope.

El planeta había sido llamado así, al descubrirse, por una megatormenta en su ecuador, semejante a la conocida Gran Mancha Roja de Júpiter, pero decenas de veces mayor que aquélla.

Ahora, el planeta realmente parecía la cara de un cíclope, con un colosal agujero en las nubes, que permitía ver las diferentes capas hasta varios miles de kilómetros de profundidad. El agujero, que se iba cerrando paulatinamente, estaba orlado por turbulencias de dimensiones difíciles de imaginar. Toda la atmósfera se había vuelto caótica, con movimientos que, a aquella distancia, parecían serenos, pero que debían encerrar una furia inimaginable.

Si el reactor de la Cassiopea hubiese estallado en la Tierra, o en una órbita cercana, habría destruido el planeta por completo.

Todas las personas a bordo del carguero estaban sobrecogidas, fascinadas por la inmensidad de lo que veían y aterradas por el poder que se había desatado en unos instantes.

El carguero, con dos motores menos, no podía abandonar el enorme pozo de gravedad del planeta gigante. Y, tras unas comprobaciones, comprobaron que los sistemas del hipermotor presentaban daños moderados, tras la colisión contra la torre central de la Cassiopea. Así que emitieron una señal de socorro en todas las bandas y en todas direcciones.

Apenas unos minutos después, una nave de la Armada, estacionada en Próxima Centauri, respondió a la llamada, vía superondas. Tras los preparativos, cálculos y recarga del motor de salto, una pequeña flota de rescate estaría allí en unas ocho horas.

Lo único que tenían que hacer era mantener la órbita y esperar.

Estaban a salvo.


* * * * *


Yuri ayudó a Ranja a bajar del caza. La joven tenía bastante fiebre y su estado físico no era demasiado halagüeño. A pesar de su escudo personal, su organismo había sufrido daños por las radiaciones espaciales. Afortunadamente, su curación quedaba dentro de los límites de la avanzada Ciencia Médica espacial.

Ella abrió los ojos un momento y fijó su hermosa mirada gris en los de él. Compuso una esforzada sonrisa y murmuró una sola palabra:

—Gracias.

Él le sostuvo la mano y la besó suavemente en la mejilla. Luego la acompañó a la Enfermería del carguero.

Ya no se volverían a separar nunca más.


* * * * *


Diana se alejó, mirando hacia atrás.

Lucas estaba con la encantadora Elisabeth, prodigándole sus más galantes atenciones.

La doctora sonrió.

Era normal que un joven apuesto, valiente y vivaz como él se sintiese atraído por la serena belleza de la muchacha.

Diana estaba muy contenta con su joven subordinada.

Al fin y al cabo, había atendido y organizado sola (y muy bien) a todos los heridos de la Sala de Reunión 2 hasta que ella llegó. Eso era algo para lo que no cualquiera estaba preparado.

Caminó por el largo pasillo central del carguero, sumida en sus pensamientos.

Unos pasos más allá se encontró con el Primer Oficial de la Cassiopea, la teniente Álvarez.

Aquella mujer indómita, de cuarenta y cinco años y personalidad fascinante, siempre le había caído bien a Diana. Y el sentimiento era mutuo.

—¿Vas al puente?—preguntó Álvarez.

—Sí. Tengo una duda que me corroe. Quiero preguntarle algo al capitán de esta nave.

—Si no te importa, te acompaño. Yo también tengo algunas cosas que comunicarle.

A Diana le extrañó que la teniente no le preguntase por sus motivos para ver al capitán. Sólo cabían dos opciones: o ya lo sabía o sus motivos eran mucho más importantes.

Ambas cosas la intranquilizaron.

Caminaron en silencio, asimilando los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas (¿sólo había pasado un día?).

Un par de minutos después llegaron a la sección delantera del carguero. El largo pasillo unía la zona de Ingeniería y Propulsión, doscientos metros a popa, con la de Mando y Alojamiento. También daba acceso a los contenedores de mercancía, gracias a doce escotillas a cada lado.

Giraron a la derecha y subieron al ascensor. Diez segundos después, entraban en la antesala del puente.

Solicitaron permiso para ver al capitán y éste apareció enseguida.

Cuando Diana lo vio, contuvo la respiración y sintió que el rubor teñía sus mejillas.

El corazón le saltó en el pecho cuando la mirada profundamente azul de aquel hombre se clavó en sus ojos verde oscuro.

La voz le tembló al saludarlo. 

* * * * *


El Capitán del Rigel Azul era un hombre acostumbrado a la dureza de la vida en el espacio, al compañerismo y la camaradería necesarios para sobrevivir en su peligroso trabajo.

Estaba curtido, como los viejos marineros, en mil situaciones de riesgo. Estaba acostumbrado a tomar difíciles decisiones y a pensar rápido.

Pero en el momento que tuvo ante sí a aquella mujer menuda, de pelo trigueño recogido en una coleta, con aquellos profundos ojos del color de las selvas de su Indonesia natal, sintió sus piernas flaquear.

Hizo un sobrehumano esfuerzo por evitar que se le notase el flechazo que acababa de sentir. Pero su mirada se demoró unos segundos más de lo necesario en los ojos de ella, con un brillo revelador. La fina intuición femenina de la doctora debía haber hecho saltar todas las alarmas. Seguro.

Suspiró imperceptiblemente, haciendo caso omiso de la mal disimulada sonrisa cómplice de la otra mujer, la teniente.

—¿En qué puedo ayudarlas, señoritas?—preguntó en un tono amable y que trataba de ser neutro.

—Queríamos comunicarle unas cuantas cosas, capitán, si no tiene inconveniente—dijo Álvarez, segura de que Diana apenas podría hablar por el momento.

—Ustedes dirán.

—Verá: nos hemos salvado varias veces hoy de una muerte cierta. Pero las acciones de Hausser demuestran que hay alguien muy poderoso detrás de toda esta conspiración. Por tanto, nuestras vidas, las de los integrantes de mi tripulación, y las de las suya, continúan en peligro.

—Sí... Yo mismo estaba reflexionando sobre ello hace un momento—apuntó el Capitán, pensativo. Álvarez levantó apenas la ceja izquierda. Le gustaba aquel hombre franco y directo.

—Bien. Pues creo que tengo una posible solución.

—¿Y cuál es?

—Lo que nos trajo aquí. Lo que descubrimos en Proteo.

—No veo cómo... Oh... Quiere hacerlo público.

Decididamente, la agilidad mental del capitán sorprendió y complació enormemente a la teniente Álvarez.

—Exacto—contestó ella, sonriendo. —La finalidad del sabotaje era mantener el secreto del descubrimiento. Pero, si lo hacemos público sin posibilidad de ocultación por ningún medio, si se comunica de forma masiva, no podrán hacernos nada sin ponerse al descubierto. Ya no tendría sentido.

—Una jugada muy inteligente. Y, dado que piensa hacer público lo que sea que encontraron... ¿puedo preguntar de qué se trata?

Diana y Álvarez se miraron un momento, consultándose con la mirada. La doctora sabía más de lo que debía, en parte gracias a su amistad con la teniente. Decidieron confiar en el capitán.

Álvarez sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño cubo de cristal de dos centímetros de lado. Una memoria cuántica. Una copia de seguridad inviolable de todo lo ocurrido en la estación en los últimos dos meses.

—Nada menos que el origen de la civilización humana, capitán… al menos, de la  de la Tierra.

Él abrió mucho los ojos y miró fijamente el pequeño pedazo de cristal con vivo interés.


* * * * *


—¿Y qué era lo que quería decirme usted, doctora?—preguntó el Capitán, con una encantadora sonrisa.

Diana se sintió atrapada en el remolino azul de su mirada.

—Querría...—Tenía la garganta seca por la emoción que despertaba en ella aquel hombre fascinante. Carraspeó. —¿Querría usted explicarme cómo es posible que viniesen tan rápido en nuestra ayuda?

—Por supuesto—dijo él, dubitativo. —Estábamos en ruta desde las minas de iridio en Epsilon Eridani hacia el Sol, cuando recibimos su señal de SOS por superondas.

—¿Nuestra... señal?—preguntó ella, inclinando la cabeza y entrecerrando los ojos.

—Sí... su señal de socorro...—explicó el capitán, vacilante.

Diana y Álvarez se miraron.

—¿Qué ocurre?—preguntó, intrigado.

—Capitán...—empezó a decir Álvarez. —Eso no es posible.

—Puedo asegurarle que...

—Capitán—le interrumpió ella. —Hausser provocó una explosión de señuelo para que la mayor parte de la tripulación, ante la alarma, se reuniese en lugares específicos. En esos lugares estallaron las restantes cargas apenas unos minutos después.

—Pero...

—Señor, la primera explosión destruyó por completo el módulo de telecomunicaciones de larga distancia de la Cassiopea. Y TODAS las balizas de socorro de todas las cápsulas y secciones habían sido saboteadas, presumiblemente en los días anteriores al atentado...

—Entonces...

—La estación ha estado absolutamente muda las últimas veinticuatro horas, Capitán... —afirmó Álvarez, dejando que su voz se fuese apagando con la frase.

Los tres se miraron, desconcertados.


* * * * *


Una hora después, todo el contenido relevante del cristal de datos surcaba el hiperespacio a la velocidad de las superondas, llegando a todos los hiperrelés de telecomunicaciones de todo el espacio explorado.

En pocos segundos, todas las agencias de noticias en la Tierra, todos los organismos públicos, todas las colonias, estaciones y naves de cuarenta años luz a la redonda, tenían una copia del mayor descubrimiento de la Historia.

La información se extendió a una velocidad de vértigo. En apenas unos minutos, era totalmente imparable e imposible de ocultar.

En la sede central de la Fe, los tres máximos sacerdotes se miraron derrotados. Tanto esfuerzo, tanta planificación, tanto dinero y tantas maniobras entre bambalinas para nada. Hausser había fallado y el daño era irreparable.

En breve, vendrían a detenerles.

Pensaron que ojalá hubiesen vivido en el siglo pasado, en el que, dada su posición social y de poder, hubiesen sido prácticamente intocables.

Pero la catástrofe meteórica de 2.027 había cambiado la faz de la Tierra y a la Humanidad en su conjunto. Ya nadie era inmune a nada. Y la condena por asesinato y conspiración era ejemplar.

Atrapados y sin escapatoria posible, miraron los vasos con agua que tenían delante. El veneno que había en ellos era rápido e indoloro.

No tendrían que verse expuestos a la vergüenza y el escarnio de un juicio público ni a la severa condena de por vida posterior.

Suspiraron, alzaron sus vasos y, tras un desabrido brindis, bebieron.

Su cobardía murió con ellos unos segundos después.


* * * * *


Hacía ya tres horas que las sondas estaban a bordo del Rigel Azul.

Larson, impaciente por ver lo que sus sensores y cámaras habían registrado, no perdió tiempo y, en cuanto pudo extraer los cristales de datos, metidos en sus alojamientos acorazados, se puso a revisar las grabaciones.

Contempló la detonación del núcleo de antimateria en la atmósfera del planeta gigante. Emocionado, asistió a los violentos efectos que tuvo en su clima la gigantesca explosión. Y se sintió fascinado por el estallido de radiación gamma que, a modo de cono, barrió el espacio.

Si no hubiese sido por la proverbial presencia de Talos...

...pero... ¿qué era aquello?

Volvió la grabación unos segundos atrás y la volvió a pasar a cámara lenta.

Incrédulo, repitió el proceso tres veces más.

"No puede ser".

Era imposible.

Usó el ordenador para dar contraste al vídeo, para mejorar la imagen y la amplificación.

"Sí, no hay duda..."

Pero no podía ser...

"¿O sí…?"

Allí estaban las imágenes y eran incontestables.

Cogió una tableta y, con la imagen en la delgada pantalla, se encaminó hacia el puente.

No pudo evitar sonreír cuando pensó en la cara que pondría el siempre imperturbable Capitán cuando viese aquello.

Porque en la imagen podían verse claramente dos tenues campos de fuerza alrededor de Nelis y Talos, que no estaban allí unos segundos antes y después de la explosión gamma.

Pero lo más curioso era que ambos campos de fuerza parecían alimentarse de un punto en la órbita del planeta gigante, del que salían sendos rayos de energía apenas visibles.

Un punto en el que se veía, sin ningún lugar a dudas, la silueta fantasmal de una enorme construcción artificial protegida por algún tipo de campo de ocultación.

Una construcción cientos de veces mayor que la Cassiopea.

Una construcción claramente alienígena.


* * * * *


"Bien", pensó. "Ha terminado el drama. Puedo volver a mi tarea original."

El Guardián salió de la esfera de control de la enorme instalación.

Construida para durar milenios, la instalación funcionaba prácticamente sola. Pero, aún así, las grandes decisiones debía tomarlas un ser sensible, no una máquina.

Era el último de su raza. El último superviviente de los cientos que habían habitado la estación al principio del Proyecto.

Muchos habían seguido viajando por las estrellas, difundiendo la Civilización y la Vida.

Su misión era vigilar a sus hijos de Gaia (la Tierra, como ellos la llamaban), aquellos prometedores y fascinantes seres primitivos a los que sus antepasados habían llevado la civilización.

El problema era su enorme tendencia autodestructiva, que había frustrado los planes de futuro de los Guardianes durante milenios.

Por ello se había sorprendido mucho cuando empezó a registrar sus primeros vuelos espaciales, sus infructuosas tentativas de comunicación con otras especies inteligentes, su primer salto espacial. En muy poco tiempo avanzaron a un ritmo prodigioso y, un día, tenía ante sí una reluciente estación espacial de notables dimensiones orbitando junto a la suya.

Por supuesto, el campo de ocultación y la tecnología de su instalación, a miles de años por delante de los humanos, lo mantuvieron indetectable.

Durante meses disfrutó de la actividad, el compañerismo y la ilusión de aquellas criaturas, como un padre lo haría viendo a sus propios hijos.

Pero, puesto que podía sentir las mentes de todos y cada uno de ellos, descubrió que había una fruta podrida en la cesta.

No podía intervenir, porque estaba prohibido. Las civilizaciones podían ser iniciadas, recibir ayudas en momentos críticos de su desarrollo, ser salvadas en caso de catástrofe total... pero intervenir en sus asuntos internos, intervenir en las vidas de unos pocos, estaba completamente prohibido.

No obstante, le habían gustado aquellas personas. Estaban trabajando duro y descubriendo en la luna oceánica todo lo que se había dejado allí para que fuese descubierto. Y la ilusión y esperanza que emanaba de sus mentes lo habían llenado de regocijo.

Así que, cuando la estación empezó a sufrir explosiones, cuando sus avanzadas computadoras le indicaron que iba a caer al planeta gigante, cuando supo que todas aquellas fascinantes personas iban a perecer de un modo absurdo y cruel...

...decidió ayudarles un poco, saltándose las prohibiciones. Mandó una falsa señal de socorro a la nave humana más cercana que sus sensores le indicaron… y, cuando supo que se iban a arriesgar a un salto prácticamente mortal, provocó una sutil deformación en el espacio circundante, de forma que la nave de rescate, cuando saltase, apareciese de forma segura lejos del gigante gaseoso y lo más cerca posible de la moribunda estación.

No se había equivocado.

Los humanos, a pesar de sus fallos, a pesar de sus tendencias autodestructivas, a pesar de toda la maldad que algunos podían albergar, también eran capaces de los más elevados actos de altruismo, generosidad y respeto por la vida.

Las últimas horas lo demostraban.

Estaba convencido de que había llegado el momento.

La Humanidad por fin había madurado lo suficiente como para empezar la fase final.

Activó la propulsión gravítica de la estación, por primera vez en más de cinco mil años, y ésta se movió con una agilidad y elegancia pasmosas, dado su enorme tamaño.

Unos minutos después llegaba a la órbita del tercer planeta de Tau Ceti.

Miró hacia abajo, nostálgico.

"Por fin, hermanos. Por fin los hijos podrán ayudar a los padres".

Sus pensamientos fluyeron hacia el subsuelo del antaño bello planeta. El cambio de la radiación de la estrella, treinta mil años atrás, había aniquilado la biosfera, al alejar la Zona Habitable, transformando su superficie en un mundo muerto… pero había disparado una explosión de vida en Proteo y Nelis.

Las colonias del sistema fueron abandonadas y la Civilización se expandió por la Galaxia, buscando nuevos mundos y nuevos horizontes.

Pero no había naves para todos, ni tiempo para construirlas.

Cuatro mil quinientos millones de seres esperaban allí abajo, en las vastas cámaras subterráneas, en sus vainas de suspensión temporal, a que la civilización volviese a florecer a su alrededor y les brindase una segunda oportunidad.

La Humanidad representaba aquella oportunidad.



[1] Aunque lo lógico sería solapar los tiempos de proceso, drenaje y recarga, es imposible hacerlo. Mientras el hipermotor drena la radiación de taquiones, los sensores de espacio profundo se ven alterados de forma imprevisible, por lo que la Navicomputadora no puede realizar los cálculos necesarios para el salto. En rutas cartografiadas, no obstante, sí se suele hacer, porque hay amplios márgenes de seguridad. En cuanto a la recarga de los condensadores superconductores, tampoco puede iniciarse hasta que se haya acabado el drenaje de radiación, ya que se usan precisamente como parte del proceso de drenaje, y la computadora debe controlar todo el sistema de recarga, pues con las enormes energías que manipula el hipermotor, cualquier fallo de cálculo sería catastrófico. Por ello, en esta situación, las naves tienen que estar paradas al menos 3 horas antes de cada nuevo salto. (N. del A.)
[2] Contra lo que cualquiera pueda pensar, el vuelo en cargueros espaciales y naves coloniales es el más exigente y difícil de todos, y el más solicitado. El mejor lugar para aprender el arte del vuelo interestelar es a bordo de las inmensas y pesadas naves de carga, pues su enorme masa e inercia requieren un control absolutamente preciso de las mecánicas orbitales y de aceleración, además de todo el conocimiento técnico que se adquiere, pues esas naves raramente se encuentran detenidas, excepto los días que dura la carga y descarga, y todo el mantenimiento y reparaciones se hacen en vuelo. (N. del A.)