domingo, 28 de marzo de 2021

EL REINO DE HIELO

 

(Creado por Mónica y Noel)

 

"De nada", escuchó ella en su mente.

De la impresión, las piernas le fallaron y cayó al suelo de culo.

Tenía tan abiertos los ojos por la sorpresa que creyó que se le saldrían de la cara.

Una divertida risita resonó de nuevo en su mente, alegre y cantarina.

—Pe… pero, ¿có… cómo es posible?—balbució. —¿Cómo me estás hablando? ¿Qu… qué... quién eres tú?

"Soy Nix…"—fue la respuesta que aleteó en su cerebro.

—¿Nix? ¿Y cómo puedes hablar… hablarme dentro de mi cabeza?

"No lo sé. ¿No se hace así?"—Ladeó la cabeza y sus largas plumas cayeron a un lado con un destello verde.

—No… Quiero decir, sí… O sea, ¡tal vez! ¡No sé, es raro!—exclamó ella.

"¿Y por qué haces ruidos con la boca?"

—¿Ruidos? ¿Cómo que ruidos? Son palabras. Hablar. Hablo con sonidos, como todo el mundo…

"¿Sonidos? ¿Tienen significado? Pensé que sólo era ruido, porque a ti te siento en mi mente."

—O sea, que oyes las palabras de mi boca sin entenderlas, ¿pero entiendes mis pensamientos? ¿Cómo?—preguntó ella, algo más relajada, pero sumamente interesada.

"No lo sé. Supongo que es mi forma natural de hablar. Pensaba que todas las criaturas se comunicaban así…"—respondió él, con un brillo curioso en la mirada.

—No, en absoluto. Unos nos comunicamos con sonidos, algunos más elaborados y complejos que otros. Otros con sustancias químicas, con luces o colores en su cuerpo… Hay muchos medios. Pero de mente a mente de forma directa, no… Al menos, no que yo sepa.

"No me imaginaba tal cosa. Yo sólo sé que en mi cabeza oigo tus palabras… y la canción de tu corazón."

—¿La canción de mi… mi corazón?—preguntó ella, estupefacta.

"Sí. Oigo su tono desde hace algún tiempo"—Nix ladeó la cabeza al otro costado. —"Desde que te enfrentaste al gran pájaro."

—¿Cómo sabes eso? ¿Estabas allí?

"No, claro que no… Te he sentido durante mi sueño. Hasta hace un rato, no sabía siquiera que tenía un cuerpo y había algo fuera de mi mente."

—No entiendo nada—dijo ella, confusa. —¿Te dormiste y lo olvidaste?

"No sé. No tengo ningún recuerdo antes de salvaros. Sólo soñaba. Nunca he hecho otra cosa que soñar."

—Entonces, si nunca has salido de… de dónde quiera que estuvieses, ¿cómo sabes que peleé con el maldan?

"En mi sueño he sentido muchas cosas. No podría decir cuántas ni desde cuándo, porque el tiempo no tenía ningún sentido."—El dragón se tumbó cruzando las patas delanteras. Bajó su cabeza hasta que sus ojos estuvieron a la altura de los de ella. —"Y, entre todas esas cosas, la luz y la música de tu corazón destacaba como ninguna otra antes."

—¿Por qué?

"Pudiste matar al gran pájaro… y sin embargo, llena de compasión, lo liberaste de la trampa mortal. Pudiste matar fácilmente a los pequeños carnívoros con tus lanzas… pero sólo los heriste. Aún con tu obsesión por los dragones, respetaste el esqueleto en el que os refugiásteis, incluso volviendo a dejarlo como estaba. Con apenas provisiones, no te dejaste llevar por la avaricia en la laguna."—Nix resopló y sacudió la hermosa cabeza. —"Cada una de esas y otras acciones aumentaba el brillo y la melodía de tu corazón… Tanto, que cuando llegaste aquí, al volcán, era lo único que podía sentir. Todo lo demás se desvaneció."

Iria lo escuchaba atentamente, extasiada. Nix acercó más su hocico a ella, mirándola intensamente a los ojos. La joven se sintió atrapada en aquellos iris de plata.

"Y entonces, cuando el dragón negro atacó a tu amigo, aún sabiendo que no tenías la menor posibilidad contra él, aún sabiendo que morirías… en tu corazón sólo había valor, decisión, deseo de proteger. Tu corazón resplandeciente me envolvía con tal intensidad, que dejé de soñar. Me arrastraba. Y, de repente, sin saber cómo, estaba detrás de ti. Sólo sabía que debía salvarte para conocerte."

Iria no supo qué decir. Sintió un mareo y apoyó los codos en el suelo, moviendo la cabeza de un lado a otro. Se sentía abrumada. Demasiada información, demasiadas emociones…

 

* * * * * * * *

 

Hablaron durante horas. Nix no recordaba nada de antes de despertar, excepto sus sueños nebulosos. No sabía de dónde había salido. Quién era. De dónde venía su nombre. Por qué podía comunicarse con la mente. Para él fue una auténtica sorpresa saber cuán limitada estaba, en realidad, la comunicación entre especies diferentes (incluso, en algunos casos, dentro de la misma especie).

No conocía nada del mundo. Nunca había visto la hierba, el cielo, las nubes, las montañas, el volcán. Toda su memoria era una amalgama atemporal de sueños confusos, sin ninguna referencia. No sabía nada de los Naish, ni de los kuorts, ni de la miríada de criaturas que los rodeaban. Sólo había soñado. Todo era absolutamente nuevo para él.

Hizo cientos de preguntas, y respondió tan bien como pudo a las de Iria. Tampoco sabía por qué podía curar heridas. Había sido puro instinto, como respirar o ver. Desconocía ese poder por completo. Simplemente, sabía qué debía hacer, y nada más.

Sem, por su parte, estaba tumbado al lado de ambos, mirándolos constantemente, inusualmente atento y tranquilo. Casi parecía entender la conversación.

En un momento dado, el estómago de Iria rugió. Entonces se dio cuenta de cuán hambrienta y sedienta estaba. Llevaban horas hablando, sin moverse del sitio, extasiados el uno en el otro. La chica se puso en pie y caminó torpemente hacia la cueva, con las articulaciones agarrotadas. Nix y Sem la siguieron. Iria se sorprendió muchísimo al ver que, donde el dragón pisaba, la hierba se erguía, más alta, lozana y verde. Parecía revitalizarse a su paso, como si una energía vital arrolladora la inundase. Se lo hizo notar a su nuevo amigo, pero éste tampoco supo dar ninguna explicación. De hecho, ni se había dado cuenta, y recorrió los últimos pasos hasta la cueva en silencio, mirando curioso y sorprendido, cómo la hierba reaccionaba a su presencia.

Sem se quedó pastando cerca de la cueva, sin perder de vista el cielo. No olvidaría nunca el ataque del dragón negro. Nix se tumbó justo frente a la entrada y esperó a que Iria comiese y bebiese algo. La joven salió con un odre de agua y se sentó frente al dragón verde, ofreciéndosela. Él miró divertido el minúsculo recipiente, en comparación a su tamaño, pero aún así lo aceptó. Abrió la boca e Iria volcó el agua en ella… dándose cuenta de cuán ridículos parecían aquellos dos o tres litros de agua en aquella boca enorme. Sonrió, ruborizándose levemente.

Siguieron hablando y hablando, durante toda la tarde, hasta que el Sol empezó a ponerse. A Nix le brillaron los ojos de emoción cuando vio el espectáculo del ocaso. Y aún se emocionó más, como un niño, cuando empezaron a aparecer las primeras estrellas. Al cabo de una hora, se quedó mudo, extasiado con el espectáculo del cielo negro tachonado de millones de estrellas y la banda nebulosa de luz que cruzaba el cielo de horizonte a horizonte, la aparición del Sol Rojo, la salida de Nadira, la luna grande, y un rato después de Delota, la luna pequeña de Sabira.

Iria le explicó todo lo que había leído acerca de su mundo y de los mundos que lo rodeaban. Le contó que Sabira era, en realidad, una enorme esfera flotando en el vacío, que giraba alrededor del Sol Amarillo, y que Nadira y Delota giraban alrededor de Sabira. Que el día y la noche eran el producto de dónde daba la luz del Sol, en función de la rotación de Sabira sobre sí misma. Que había zonas frías, como las Llanuras de Fuego, y zonas cálidas, como las Costas Azules o desiertos abrasadores como el Mar de Arena. Que el Sol Rojo era otro sol, pero más pequeño, frío y lejano, que giraba a su vez alrededor del Sol Amarillo. Y que tenía sus propios mundos bailando con él. Que unos eran de hielo y otros estaban cubiertos de lava. Que unos tenían atmósfera y otros estaban desnudos. Le explicó todo lo que los sabios antiguos habían visto con sus aparatos, y que habían dejado por escrito. Le explicó qué era escribir, enseñándole algunos pequeños libros que tenía en las alforjas. Nix estaba encantado, asombrado de que, con aquellos garabatos simples y ordenados en una página, se pudiesen transmitir conocimientos, historias y palabras a través del tiempo.

En cierto momento, Iria le preguntó si sabía volar. El dragón inclinó la cabeza mirándola interrogativamente. Desplegó las alas y las miró como si las viese por primera vez. Las extendió del todo y las batió, con una infinita curiosidad en los ojos. Después contestó que no lo sabía y que, cuando se hiciese de día, lo averiguaría.

Así pasó la noche, sin que ninguno de los dos acusase el menor indicio de sueño. Cuando Iria tuvo frío, se arrebujó en su manta y se pegó a Sem, que estaba calentito y suave como siempre. Y siguieron hablando, y hablando, y hablando…

El amanecer les sorprendió y Nix pudo ver repetido el espectáculo del ocaso anterior, sólo que al revés.

Aquel día inolvidable había agotado las energías de la chica, que tuvo que retirarse a descansar. Nix le prometió que nada le pasaría, que descansase tranquila lo que le hiciese falta, que él velaría su sueño y el de Sem. Iria se durmió con una sonrisa en los labios.

 

* * * * * * *

 

Los días siguientes fueron muy estimulantes. Cada día era una aventura nueva para Nix, que a pesar de su tamaño parecía un niño recién nacido. Se quedaba embobado hasta con lo más simple, como un insecto sobre una brizna de hierba, el ajetreo de un hormiguero o la ondulación del viento en las praderas. Allá por dónde el dragón pasaba, la vida parecía florecer, lo cual constituía un gran misterio para ambos. Iria y Sem, protegidos ahora por la imponente presencia de su amigo el dragón, exploraron las llanuras sin preocupaciones y sin miedo a emboscadas. Iria pudo buscar sus valiosos barros, plantas y minerales de uso médico, las piedras y metales preciosos, los minerales útiles para los alquimistas, que eran difíciles de obtener, como el azufre… y muchas más cosas. Tuvo que hacer nuevas alforjas, tras ofrecerse Nix a ayudarles a llevarlo todo a la vuelta.

Pues el dragón no quería volver a separarse de ellos y quería conocer el vasto mundo junto a sus amigos.

Y sí, había descubierto que sabía volar muy bien, llevando incluso a Iria en su lomo. Y que también podía escupir breves llamaradas.

Iria acondicionó y aprovisionó el refugio con gran destreza. Hicieron una puerta en la entrada de la cueva con una gran laja de piedra, que podía deslizarse fácilmente sobre una guía de obsidiana pulida. La obtuvieron de una gran veta cristalina, en la ladera opuesta del volcán, con la ayuda de Nix y sus durísimas garras.

Cierto día encontraron una extraña y redondeada piedra negra en medio de una extensa depresión en la Pradera, a apenas dos horas caminando, al norte del volcán. Brillaba al Sol y estaba llena de agujeros de diferentes tamaños, pero era increíblemente suave al tacto. Aunque medía apenas cincuenta centímetros de largo y treinta de radio, Iria fue incapaz de moverla. Pesaba mucho. Nix la arañó con sus garras y dejó una marca brillante. La piedra era metálica. La chica supuso que era un antiguo meteorito (cosa que tuvo que explicarle a Nix con todo lujo de detalles), por sus características y por el evidente cráter que había dejado al impactar. Buscando en los alrededores, encontraron otros pequeños pedacitos del mismo material, el mayor de ellos del tamaño de su dedo pulgar.

Iria había oído que el metal caído del cielo era especial, que se podían hacer cosas muy interesantes con él, que eran raros y valiosos. Le gustaría llevarse el meteorito entero, pero era muy pesado para que Sem cargase con él. Y Nix, a pesar de su tamaño y aparente fortaleza, era un dragón volador y, por tanto, de huesos y músculos ligeros. Podría levantar el pedazo de roca sin problemas, pero no acarrearlo durante varios días. Decidió que construiría algo para llevarlo con comodidad… lo que no sabía era con qué materiales.

Otro día dejaron a Sem protegido dentro de la cueva y salieron a hacer un vuelo de reconocimiento en serio. A Iria le encantó la sensación de velocidad que sentía sobre los hombros de Nix. Era totalmente distinto a su vuelo en planeador. Allí sólo se dejaba llevar por las corrientes, era una caída controlada (bueno… hasta que fue una caída de verdad…). Pero Nix se autopropulsaba, podía acelerar, maniobrar, ascender, planear… Era completamente diferente. Sentía la potencia de los músculos del dragón bajo sus nalgas. Notaba el batir de las alas a ambos lados. Percibía la voluntad de control del vuelo. No, no se parecía a simplemente planear.

En apenas unos minutos se habían alejado considerablemente del volcán extinto. El veloz vuelo de Nix acortaba enormemente las distancias. Iria estaba segura de que podrían haber llegado a la Circumpolar en apenas un par de horas… un trayecto que a Sem y a ella les costó casi cuatro días. Y en apenas tres o cuatro horas llegarían a Riakh, si se lo propusiesen.

Las inmensas praderas se deslizaban bajo ellos, mientras la joven sentía su melena ondeando al viento, cuyo fuerte sonido causado por la velocidad de vuelo la ensordecía. Tuvo que abrigarse el cuerpo, pues con el viento, el frío se volvió cortante. Aún con las manos dentro de unas cálidas manoplas, sentía los dedos entumecidos. Se había protegido los labios con grasa, aunque los notaba sensibles. Y la punta de la nariz era un puro carámbano. Pero no pensó en ningún momento en volver.

Sus dos sueños más preciados, hechos realidad… y juntos: los dragones y volar.

Ni loca dejaría que algo tan insignificante como un poco de frío le impidiese disfrutar de aquellas sensaciones.

Se dirigieron a uno de los volcanes cercanos, que se encontraba en plena erupción. Manteniendo una distancia prudente, rodearon el cono de fuego, admirando las lenguas de lava y las explosiones de magma, mientras la enorme columna de ceniza se alzaba kilómetros sobre ellos. Dieron la vuelta completa al volcán, atentos a las posibles bombas de lava que pudiesen caer desde las profundidades opacas de la nube de ceniza, y se dirigieron de nuevo a su cueva refugio por una ruta distinta.

Unos minutos después sobrevolaban una gran aglomeración de rocas desnudas en medio de la pradera, cuando Iria percibió un brillo en el suelo por el rabillo del ojo. Le pidió a Nix que aterrizara junto a la cara sur de las rocas, dónde creía haber visto el reflejo, para investigar.

Se encontraron con un triste espectáculo.

Estaban ante los restos de un campamento de Buscadores. Parecía llevar abandonado algún tiempo y mostraba claros signos de violencia. Encontraron los esqueletos mutilados de varios kuorts y de, al menos, tres Naish. Había quemaduras en las rocas y grandes arañazos y destrozos. Tenía toda la pinta del ataque de un dragón.

Aquellos desdichados habían montado allí un campamento permanente, como base para sus idas y venidas desde la Frontera y para explorar las Llanuras de Fuego. A juzgar por el tamaño y variedad de las construcciones que aún se podían ver entre las rocas, había sido usado muchos años de forma estable.

Ella no tenía noticia alguna de aquél refugio. Quizá se debiese a que estaba fuera de la zona habitual por la que ella habría llegado desde Riakh… o a que aquél refugio había sido mantenido en secreto por los Buscadores responsables. Sería una grave violación del código de honor entre Buscadores, pero tampoco podía asegurarlo.

En aquél momento se le ocurrió que, con la ayuda de Nix, podría levantar rápidamente un mapa muy preciso y completo de una gran región de las Llanuras de Fuego. Necesitaría papel o, quizá, un buen pedazo de piel con el que hacer pergamino.

Pero lo primero era lo primero. Nix, con sus grandes zarpas, excavó en segundos una profunda zanja de cinco metros de largo. Iria, con respeto, enterró los esqueletos blanqueados de los kuorts a un lado, y los de los Naish al otro, siguiendo los rituales fúnebres de Riakh.

Lo volvieron a cubrir todo de tierra, marcaron la tumba según la costumbre, e Iria se dedicó a explorar los restos del campamento, mientras Nix se tumbaba sobre la hierba y la miraba curioso.

Las construcciones exteriores estaban prácticamente arrasadas por lo que fuese que había atacado el campamento. Ella sola poco podría hacer por reconstruirlas. Quizá con la ayuda de su nuevo amigo… Ya lo pensaría. Había tres entradas a tres cavidades entre las rocas. Seguramente allí tenían guardadas las provisiones y los objetos más sensibles. Y seguramente habrían sobrevivido al ataque.

Sin embargo, en la primera cavidad sólo encontró ceniza y las paredes ennegrecidas. Allí dentro se había desatado un violento incendio. Si su hipótesis del ataque de un dragón era correcta, ya sabía el porqué del incendio.

La segunda cavidad estaba llena de provisiones en conserva. También encontró varios grandes pedazos de sal basta. Era una buena noticia, tanto para ella como para quien pudiese usar el refugio en un futuro.

Al entrar en la tercera cavidad, tuvo que ahogar un grito de asombro. Había allí un auténtico tesoro para un Buscador: minerales ya extraídos, piedras preciosas, plantas medicinales secas, huesos de diferentes especies, escamas de dragón, cuernos, placas dérmicas, barro negro seco, oro, plata, cobre, hierro, grandes piedras de azufre, unas botellitas llenas de mercurio… Era todo un alijo, un botín que aquellos Naish debieron tardar años en acumular. Ahora ya no les servía para nada. Y a ella acababan de hacerla muy rica.

En una pequeña cámara adyacente encontró otro tesoro igual de valioso para ella: libros. Decenas de libros en una estantería, mapas, papel, tinta, material de escritura, alforjas, cubiertas de cuero impermeables para los mapas, instrumentos de medición…

Encima de la mesa que había en un rincón, encontró un cuaderno azul. Lo abrió con cuidado y descubrió que era un diario. Empezaba casi quince años atrás y acababa hacía unos seis meses. Cogió el diario y varios mapas y salió afuera. Se acomodó entre las patas de Nix, y se puso a leer, mordisqueando distraídamente un pedazo de cecina de su propia bolsa.

Tardó menos de media hora en acabarlo, y pudo sacar varias cosas en claro. Efectivamente, el refugio había sido descubierto, construido y equipado por un grupo de cinco Naish, pertenecientes a la misma familia, naturales de Flegoren, la aldea de la séptima Atalaya al Este de Riakh. Mediaban unos doscientos veinte kilómetros entre ambas poblaciones.

Dos de los Naish habían muerto a lo largo de los años y sólo quedaban los tres que ella había enterrado. Habían explorado una gran región (incluido su volcán extinto) y levantado buenos mapas de ella, con los puntos en los que habían encontrado todas las riquezas que había allí guardadas. Un par de veces al año viajaban hasta la Frontera para comerciar, pero nunca se lo habían llevado todo. Al parecer, su intención había sido acumular un buen botín y venderlo todo de golpe, para darse la gran vida.

Pero Iria sabía que se habían dejado llevar por la codicia. Nunca tuvieron "un buen botín" según ellos. Contra más riquezas acumulaban, más querían, y nunca se vieron satisfechos. Habían caído en la peor trampa de las Llanuras de Fuego.

Y, a causa de eso, Iria confirmó sus sospechas: jamás habían compartido la ubicación de su refugio, por miedo a que les robasen sus pertenencias. Por esa misma razón, nunca lo habían dejado sin vigilancia. En una de las páginas la joven descubrió, furiosa, que incluso habían asesinado a dos Buscadores que se acercaron demasiado a su botín hacía unos años. Miró hacia las tumbas airada. Nix bajó su hocico y le preguntó qué le ocurría. Pero ella sólo pudo sentir lástima por aquellos estúpidos codiciosos. Ya habían pagado su deuda de una forma horrible. Sólo quedaba olvidarlos.

Iria se levantó y se puso a caminar en círculos, pensando.

Con el descubrimiento del alijo, ya no necesitaría buscar más material por las Llanuras de Fuego. Había provisiones para años, y con los mapas, podría reponerlas sin problemas. El Refugio Avaricia, como decidió llamarlo, no era tan fácil de defender de los ataques de otras criaturas como el Volcán Extinto, pero no podía llevarse todo aquello a la pequeña caverna en que se habían refugiado ella y Sem.

Iria no quería un retiro dorado, viviendo como una holgazana. Quería explorar, inventar, descubrir, aprender…

Entonces tomó una decisión: junto a Nix se dedicaría a levantar el mejor mapa de las Llanuras de Fuego que jamás se hubiese visto. Regresaría a la Frontera con lo que ella había encontrado por sí misma, lo vendería, se construiría un hogar en algún lugar tranquilo y solitario entre dos de las aldeas, lleno de libros y con un cobertizo en el que hacer experimentos, y pasaría el resto de su vida volando con Nix por el Confín del Mundo levantando mapas y explorando, y en su nuevo hogar aprendiendo e inventando cuánto le fuese posible. El Volcán Extinto sería su base de operaciones, su segundo hogar en las Llanuras de Fuego, y el Refugio Avaricia su almacén, del que ir vendiendo poco a poco las riquezas sin perder más tiempo en buscarlas por toda la región. Decidió que dedicaría una parte de esas riquezas en fundar escuelas y bibliotecas en la Frontera, de forma que niños y jóvenes pudiesen tener el mejor acceso posible al conocimiento.

Iba a regresar junto a Nix cuando, bajo un tejado caído, vio algo que le recordó a una rueda. Se metió bajo los troncos (¿de dónde habían salido los troncos si en las Llanuras de Fuego no había árboles?) y se llevó una gran alegría.

Allí, bajo el techo derrumbado, había un sólido y ligero carro de dos ejes, en perfecto estado. Ya tenía la solución para llevarse sus hallazgos a la Frontera, incluido el meteorito. Sus planes empezaban a tomar forma en su mente. Sonrió, feliz y confiada.

Poco imaginaba en aquel instante lo que el Destino les reservaba a ella y a Nix apenas un año después.

 

* * * * * * *

 

La nueva casa de Iria se levantaba en un precioso valle al lado de un pequeño lago, entre Riakh y Lerobán, cerca del cañón oculto por el que entró en el Confín del Mundo. El dinero de la venta de los minerales, las plantas, las piedras preciosas y, sobre todo, el meteorito metálico, le había permitido contratar a un nutrido grupo de carpinteros y picapedreros, y levantar una bonita y espaciosa casa en apenas cuatro meses. Tenía dos pisos, tejados puntiagudos y dos chimeneas. Abajo estaban el gran taller, ya lleno de los curiosos inventos y experimentos de la joven, la alacena, la bodega y un comodísimo establo para Sem. Arriba estaba la vivienda en sí, amplia y muy luminosa gracias a las grandes ventanas, y su mayor orgullo y tesoro: la Biblioteca, cada vez más llena de libros. Una segunda construcción, similar a un granero, se elevaba entre majestuosos árboles. Era el cobertizo para Nix, cosa que nadie sabía, obviamente. Mientras duró la construcción, el dragón había permanecido oculto en la cueva que atravesaba la montaña.

La elevada explanada, en la que se alzaban la casa y el cobertizo de Nix, estaba rodeada por un sólido muro de piedra, con una robusta puerta en su acceso. No pretendía ser una muralla, pero sí mantener la suficiente intimidad.

También hizo construir un refugio de varias habitaciones y sala común a la entrada del valle, justo en el Camino de las Atalayas, para que la gente de paso pudiese usarlo para dormir cómodos y seguros, pues se tardaban unos dos días y medio desde Riakh a Lerobán.

Pero ahora los constructores ya se habían marchado, con una generosa gratificación de la chica por un trabajo rápido y bien hecho, y Nix pudo por fin disfrutar de su nuevo y cómodo hogar, en total intimidad.

La casa y sus tesoros no podían quedarse solos mientras Iria y Nix volaban por las Llanuras de Fuego en sus habituales excursiones cartográficas de varios días. O cuando recorría los límites, caminos y aldeas de la Frontera con Sem.

Por ello, tomó una drástica decisión, y un día volvió a Riakh. Caminaba al lado de Sem, acariciando el costado de su cuello. Las alforjas del animal estaban llenas y abultaban a ambos lados. Al subir por el camino de acceso a la puerta de la aldea, Iria sintió una marea de emociones encontradas, a caballo entre la tristeza y la desolación de su destierro, y la placentera y estimulante independencia de la que ahora gozaba, sin necesidad de rendir cuentas ante nadie.

Al llegar a la puerta, con su exuberante melena roja ondeando al viento, los dos guardias la reconocieron y le prohibieron el paso, mirándola con hostilidad. Ella se detuvo a dos pasos y los miró orgullosa, exigiendo ser recibida por el Consejo de la Aldea inmediatamente.

Tras unos instantes tensos, uno de los guardias entró en la aldea mientras el otro se cruzaba de brazos entre ella y la puerta, desafiándola a dar un paso más. Iria sonrió irónicamente, sabiendo perfectamente que, puesto que el guardia no la consideraba una amenaza, le bastaría con un veloz ataque de tres golpes para dejarlo fuera de combate. Pero no era esa su intención, ni la actitud más adecuada para conseguir lo que tenía en mente.

En ese momento regresó el otro guardia, sólo. Le comunicó que, como desterrada, no tenía nada que hacer allí, que no era digna de que los miembros del Consejo la recibiesen, y que se marchase de inmediato.

Iria se rió ante ellos, se recostó contra el flanco de Sem y silbó una sola y larga nota.

Los guardias empezaron a desenfundar sus largos machetes, en actitud amenazante…

… y quedaron paralizados de asombro y terror cuando Nix aterrizó violentamente al lado de la joven, como aparecido de la nada.

El dragón se alzó en toda su estatura, abrió sus imponentes alas por completo y rugió con furia a los dos guardias, mientras Iria podía sentir su risa en su mente. Por supuesto, no tenía la menor intención de dañar a nadie. Sólo era un golpe de efecto… una forma de llamar la atención de la aldea, de un modo que no pudiesen ignorar.

Y funcionó. ¡Vaya si funcionó! El formidable bramido de Nix sacó a todo el mundo de sus casas, alarmados. Algunos incluso salieron a medio vestir, y otros, que debían estar durmiendo y fueron arrancados de golpe de su sueño, salieron tropezando y con expresión confusa.

Los guardias tiraron los machetes y corrieron al interior de la aldea, mientras Iria, Sem y Nix atravesaban orgullosos la puerta y caminaban hacia la plaza central. Toda la población se reunió allí, y observaron entre fascinados y aterrorizados al imponente y hermoso dragón verde. Se formó una media luna de gente a un lado de la plaza, mientras Iria avanzaba hacia el centro con Sem. Nix se sentó como un perrito y miró a la gente con expresión dulce y curiosa, ladeando la cabeza graciosamente. Se hizo un silencio abrumador.

Los cuatro miembros del Consejo avanzaron hacia Iria, que resplandecía en medio de la plaza, con el traje verde ajustado que usaba para volar con Nix y con su soberbia melena agitándose al viento. El arco de costilla de dragón, junto al carcaj lleno de flechas de punta de meteorito, estaba cruzado a su espalda. Una ligera y elegante espada curvada de metal meteorítico colgaba de su cinturón, metida en su funda de cuero labrado. Al otro lado llevaba su viejo cuchillo de monte. El escudo de Seispatas, forrado con escamas de dragón pulidas, colgaba de un costado de Sem, al lado de las alforjas.

Parecía una diosa allí, ante sus antiguos conciudadanos. La miraron asombrados. Mudos. Expectantes.

Iria giró la cabeza y vio las ruinas de la Atalaya. Su semblante se entristeció por la destrucción que había causado involuntariamente. Pero podía arreglarlo en parte.

Sin decir palabra, se acercó a Sem, sacó su cuchillo y cortó las tiras que sujetaban las alforjas. Éstas cayeron pesadamente al suelo. Una de ellas se abrió y varias gemas de varios colores y tamaños salieron rodando, desparramándose por el suelo. La gente miró aquella fortuna con asombro.

La joven habló y dijo que ahora vivía independiente, libre. Que era feliz, estaba bien y, con su nuevo amigo alado, podía explorar el Confín del Mundo sin riesgo y con rapidez. Les explicó lo del refugio y la casa que había mandado construir. Dijo que cualquiera sería bienvenido a su casa en el valle, sin necesitaba ayuda en cualquier momento. Que su biblioteca y mapas estaban a disposición de todos, previa solicitud. Explicó que el contenido de las alforjas era para la aldea, para que se pudiese reconstruir la Atalaya. No quería volver a Riakh, le gustaba su nueva vida. Ahora sabía que no encajaría en una comunidad, que era un espíritu libre y que no iba a dejar de experimentar e inventar, con los errores que ello pudiese ocasionar. Pero quería expiar su culpa y obtener el perdón de la gente a la que tanto había querido (y que seguía queriendo). Quería reparar el daño que había hecho.

La gente la escuchó en respetuoso silencio. Pudo oír más de un sollozo ahogado, y vio muchas lágrimas. Su propio corazón se encogió, pero la decisión estaba tomada. Sólo quedaba hacer una cosa.

Buscó a Galia con la mirada y le sonrió. Dijo que necesitaba amigos de confianza para vivir con ella en el valle, para ayudarla con todos sus proyectos, pues no podía ella sola.

Sin pensárselo siquiera, Galia caminó hacia Iria, la abrazó y se quedó con ella. El Consejo aceptó el regalo de Iria y le dio su bendición. Todo estaba perdonado y, aunque no quisiese volver a vivir en Riakh, la aldea siempre tendría la puerta abierta para ella. Quedaba anulada, para siempre, la sentencia de destierro. La madre de Galia abrazó a su hija, sonriente. Sabía desde hacía mucho tiempo que la joven se consumía de tristeza por la pérdida de su amiga, que consideraba injusta. Y que en su corazón crecía el rencor hacia la aldea por su decisión de desterrarla. Ahora que se habían reencontrado, nada podría separarlas. Además, Galia podía volver siempre que quisiese a Riakh, a ver a su gente. Se giró hacia Iria, con lágrimas en los ojos, y la abrazó con fuerza. Sabía que se cuidarían mutuamente como hermanas.

El más anciano del Consejo le hizo la pregunta que esperaba y que todo el mundo no se atrevía a formular: ¿de dónde había salido Nix?

Ella sonrió, miró a su amigo con cariño y contestó enigmáticamente: "de un sueño".

Las dos jóvenes, Sem y Nix, se dieron media vuelta y empezaron a caminar hacia la salida. Se cogieron de la mano y se sonrieron mutuamente. Su nueva vida juntos empezaba allí.

 

* * * * * * *

 

Galia nunca imaginó que su vida, que habría sido previsible y rutinaria en la aldea, pudiese convertirse en algo tan estimulante, inspirador y excitante. Su corazón rebosaba de alegría y asombro a diario. Las historias de Iria, sus descubrimientos, los mapas que traía del Confín del Mundo, los diarios de viaje que leía, las descripciones de plantas y animales desconocidos, los preciosos dibujos de lugares asombrosos en la Llanura de Fuego. Todo era extraordinario. Era como vivir en un sueño trepidante.

Dos semanas después de su marcha de Riakh, Rain y Nemar, dos jóvenes gemelos alegres e inquietos, compañeros de trastadas del grupo de Iria, pidieron unirse a las dos chicas en la nueva casa. Ellas los aceptaron, pues aunque eran un poco trastos, eran amigos leales y aventureros incansables. Junto a ellos llegaron también Salas y Erina, los dos kuorts de los jóvenes, macho y hembra. Sem ya no estaba solo en el establo, ni cuando pastaba por la pradera del valle.

Habían conseguido compilar un mapa muy preciso y extenso de una gran región del Confín del Mundo. Desde la casa hasta el Volcán Extinto había unos 350 kilómetros en línea recta casi hacia el norte. Encontró el claro en el que se enfrentó al Maldan a unos cien kilómetros de la casa, hacia el noroeste. Tomando el volcán como base, a treinta kilómetros al noreste estaba el Refugio Avaricia. Cincuenta kilómetros al norte el volcán en erupción, al que llamó Monte Llama. Al sur, a diez kilómetros estaba la laguna dónde encontró el escudo de Seispatas, la Laguna Serena. A 35 kilómetros la Hondonada del Dragón y unos kilómetros más allá, el Arroyo de Oro.

Desde el Volcán Extinto, habían cartografiado un sector circular que iba desde la Circumpolar hasta el borde del Casquete de Hielo, es decir, unos mil kilómetros en la línea Norte-Sur, y que se extendía cien kilómetros a cada lado de esa línea en el muro de hielo, y unos 500 kilómetros a cada lado en la Cordillera Circumpolar. Había marcados diversos refugios, yacimientos, ríos, lagos, volcanes, lagos de lava, colinas, lagunas salinas, bandas de sal, rutas de migración de criaturas… Toda una exhaustiva y precisa cartografía.

Pero Iria quería llegar hasta el mismísimo Polo Norte, completar la "porción de queso" de aquella sección del Confín del Mundo. Quería volar sobre el Casquete Polar y llegar hasta el eje del planeta, cartografiando la inmensa masa de hielo. Por sus cálculos y los mapas antiguos, sabía que desde el muro de hielo hasta el Polo había otros mil kilómetros. No podía explorar aquella vasta extensión desde sus campos base. Necesitaba construir un refugio seguro justo al borde de la gigantesca muralla de hielo. Y no podía hacerlo ella sola. Necesitaba ayuda y un buen plan. Y recursos para soportar el intenso frío. Nix no tendría problemas, porque no parecía sentir las bajas temperaturas; le eran completamente indiferentes. Pero ella se convertiría en un carámbano volando en su lomo.

En definitiva, necesitaba a sus amigos allí, con ella, en el Confín del Mundo.

Se acercó al gran mapa que cubría una parte de la pared más grande de la Biblioteca y meditó largamente. Galia andaba por arriba arreglando cosas de la casa, organizando y limpiando. Los hermanos habían ido a revisar las trampas de caza y a recoger leña.

El mapa era genial, dibujado con vivos colores, con anotaciones pulcras y precisas, lo más fiel a la realidad que habían podido crear entre todos. Para su sorpresa, Rain era un consumado dibujante, dotado de una paciencia asombrosa, que contrastaba vivamente con su inquieto y explosivo comportamiento habitual. Transformaba los rayajos, símbolos, descripciones y explicaciones de Iria en soberbios dibujos, trazos y formas. Nemar, por su parte, tenía una caligrafía elegante, clara, esmerada y preciosa, al contrario que la catastrófica letra de Iria. Y Galia hacía gala de unas dotes de intendencia y gestión que eran la envidia de todos. Era una líder y organizadora nata. Incluso Iria la obedecía…

Estudió todo lo que había cartografiado en la última semana. Ella y Nix habían estado volando muy cerca del muro, buscando un buen refugio como base. Habían encontrado tres lugares prometedores. Pero ahora, con la visión general del mapa, la mejor elección saltaba a la vista. La presión del muro de hielo contra las fallas volcánicas, había provocado una serie de levantamientos en forma de colinas, a unos nueve kilómetros al sur del Casquete. Una de las colinas había sufrido una gran rotura tectónica y formaba una profunda y seca balma bajo un enorme saliente rocoso cubierto de hierba, orientada al sur. En uno de los extremos de la formación manaba un manantial caliente que desaguaba en unas pozas de cieno volcánico. A menos de dos kilómetros al oeste había varias lagunas interconectadas, alimentadas por uno de los ríos que nacían en el muro helado. A otros dos kilómetros pero al este, un tubo de lava cubierto, lleno de magma ardiente y de unos mil metros de longitud, conectaba un bajo cráter volcánico con una profunda sima, en la que vaciaba su lava intensamente brillante y roja. Y a tres kilómetros al suroeste, una solitaria laguna hipersalina, de un sorprendente e inusual color rojizo.

Si lograban cerrar un buen tramo de la balma con muros de piedra, tendrían un cálido y seguro refugio, en el que podría entrar incluso Nix, con acceso cercano al agua dulce, la sal y la comida, tanto en forma de caza como de vegetación. Además, gracias al manantial caliente y las fumarolas al pie de la colina, también dispondrían de calor… si lograban ingeniar la manera de canalizarlo.

Esa noche, en la cena, Iria les expuso a sus amigos su plan. Estarían fuera varias semanas, y necesitaba que los cuatro la acompañasen. Odiaba dejar la casa sin vigilancia, pero no veía cómo podía solventar el problema. Como siempre, Galia tenía la solución: llamaría a sus padres para que viniesen a visitarla. Ella era una buena mujer, honesta y capaz, a la que Iria quería muchísimo. Y él un hombre honrado y trabajador al que siempre había visto como a un padre. Cuidarían perfectamente de la casa en ausencia de los jóvenes.

Decidieron dejar la vivienda perfectamente abastecida, así que Nemar cogió a su kuort, Salas, y viajó a Lerobán. Iria tenía un trato con una de las tiendas de la aldea, por el cual cada semana les llevaban dos kuorts cargados de alimentos frescos y en conserva, además de otros artículos, como productos de higiene o ropa nueva. Nemar debía llegar antes de que la recua partiese, para aumentar sustancialmente el pedido. Llevaba oro para pagar la mitad por adelantado.

Por su parte, Galia partió con Sem hacia Riakh, para hablar con sus padres y organizar todo lo necesario. También compró una gran cantidad de leña que les llegaría por otra recua en unos tres días, con el encargo de ir haciendo entregas regulares. Sus padres estarían perfectamente abastecidos de todo lo necesario durante semanas, además de los envíos habituales.

Pasaron dos semanas preparándolo todo, organizando los vuelos de Nix para llevarlos a todos hasta el nuevo refugio, que se llamaría Refugio del Muro, uno a uno. No podía volar con dos personas a la vez a tanta distancia. El dragón estaba encantado con la idea de hacer varios viajes con sus nuevos amigos. Las melodías de sus corazones, tan distintas a la de Iria, pero igual de estimulantes, le llenaban de felicidad. La excitación de la nueva aventura hacía que su corazón vibrase en su pecho.

Nix no paraba de intentar ayudar con su fuerza, moviendo troncos y piedras… a veces con resultados catastróficos. Pero parecía tan excitado, tan ilusionado, como si fuese un cachorrito (de más de una tonelada y doce metros de longitud), que era imposible enfadarse con él y con su eventual torpeza.

La distancia era demasiado grande para ir con los kuorts, así que sólo viajarían con Nix. Con su velocidad de vuelo, podían llegar desde la casa hasta el Refugio del Muro en apenas ocho o nueve horas de vuelo, aparte descansos. Así pues, Nix volaría primero con Iria y descansaría con ella hasta el día siguiente. La dejaría allí sola (cosa que no le hizo ninguna gracia) y volvería a la casa, a buscar a Rain, con el que partiría al día siguiente. Repetiría el proceso con Nemar y, por último, con Galia. En cada viaje llevarían el equipo imprescindible y un mínimo de provisiones y conservas. Sólo lo más necesario y ligero, lo que no pudiesen conseguir o fabricar por sí mismos. Nix no era una bestia de carga para llevar grandes pesos. Si querían que el dragón no se agotase o se lesionase, debían gestionar sus fuerzas con inteligencia.

Habían confeccionado cuatro trajes de vuelo, impermeables y cálidos, forrados de cuero por fuera y de vellón de kuort por dentro. El fino pelo abdominal de los kuorts, suave y espeso, era el mejor aislante conocido contra el frío. No picaba, no se estropeaba, no se humedecía…

Los guantes y botas eran de buen cuero reforzado, forrados también de vellón por dentro. Y habían fabricado unos cascos con los que cubrirse la cabeza, con dos ventanas de cristal a la altura de los ojos, forrados también de vellón, aunque entre éste y su piel había una capa de seda fina. El casco tenía unas ventilaciones regulables con la que evitar el empañamiento de los cristales al respirar.

Y, para Nix, habían mejorado mucho el diseño de la silla de Iria. Normalmente, Nix no volaba tanto tiempo y a tanta distancia de una sola vez, pues iban haciendo escalas. El dragón tenía que estar cómodo y la silla no podía causarle lesiones en la piel o las plumas. Así, habían comprado una gruesa manta de vellón de kuort, forraron todas las cinchas con el mismo material y consiguieron que Nix ni siquiera sintiese la silla alrededor de su pecho.

Por fin, llegó el día de la partida y Nix e Iria se despidieron de sus amigos y de los padres de Galia, que ya se habían acostumbrado a la pacífica y divertida presencia del sorprendente dragón.

El viaje directo al Refugio del Muro se hizo muy largo para los dos. Nix estaba muy cansado cuando llegaron e Iria tenía calambres por todo el cuerpo. Se refugiaron en lo más profundo de la balma, de cara a la pared. Nix se enroscó por completo e Iria se cobijó entre las cálidas plumas de su pecho, cubierta por el ala izquierda. Así, calentitos y protegidos, durmieron del tirón más de diez horas.

Al día siguiente, antes de partir, Iria hizo prometer a Nix que no volvería sin hacer una escala de algunas horas en el Volcán Extinguido. Él protestó porque implicaba dejarla sola casi un día más de lo acordado, pero ella se mostró inflexible. A regañadientes, el dragón aceptó…

… pero no hizo caso. Al regresar hacia la casa, se dio cuenta de que, estando solo, podía volar a gran altitud con mucho menos esfuerzo y a mucha más velocidad. Allá arriba, sus amigos apenas podrían respirar y se congelarían con el intenso frío, incluso con sus cálidos trajes. Pero él se encontraba perfectamente. Así, las casi nueve horas que tardó en la ida, se convirtieron en apenas cuatro en volver, de las cuales, la última fue un largo planeo descendente sin esfuerzo, tras el cual llegó perfectamente descansado al valle.

Por ello, cargó inmediatamente a Nemar y reemprendió el camino. Habló con él, le explicó su descubrimiento, y el impulsivo joven le dijo que volase tan alto como pudiese, que si tenía dificultades para respirar o se empezaba a congelar, siempre podían descender. Nix, conectado a la mente de Nemar, lo fue vigilando durante todo el camino, que esta vez supuso unas seis horas, pues no pudo subir tanto con su amigo.

Cuando Iria lo vio volver tan pronto se enfadó muchísimo. Si se esforzaba demasiado, por mucho que curase a los demás y potenciase la vida a su alrededor, podía lesionarse y hacerse mucho daño. Pero, cuando ambos consiguieron que la airada joven se calmase, le explicaron lo que habían descubierto con lo de volar a gran altitud… e Iria tuvo que acabar reconociendo que era una buena idea.

Así pues, en apenas cuatro días, Nix transportó a los cuatro amigos al Refugio del Muro, junto a los equipajes estrictamente necesarios. En caso de necesitar cualquier cosa, Iria había fundado tres o cuatro refugios en un radio de 200 kilometros desde el muro de hielo, y conocía la ubicación de algunos más, por los mapas del Refugio Avaricia, que estaba a 650 kilómetros al sur, y al que también podrían acudir en caso de emergencia.

Pasaron dos semanas construyendo su nuevo hogar temporal bajo la balma. La ayuda de Nix fue inestimable. Su gran fuerza, sus garras y su fuego les permitieron construir un sólido muro de piedras unidas con argamasa volcánica, en un tiempo récord.

El muro cerraba un gran semicírculo bajo el saliente de roca. De hecho, en la zona de vivienda, eran dos muros concéntricos, separados por cerca de un metro de separación. En dicho espacio acumularon gran cantidad de hierba seca, ceniza volcánica y piedra pómez. Así, consiguieron un excelente aislamiento, tanto del cruel frío nocturno de la región, como de la humedad. El espacio creado por el muro semicircular estaba dividido en dos por una pared doble perpendicular, que separaba el espacio de vivienda del de almacenamiento. En éste, el muro exterior simple, sin aislamiento, poseía estrechas rendijas para permitir el paso del aire y que el intenso frío conservase las provisiones allí colocadas. A su vez, los dos espacios fueron divididos en estancias por tabiques de adobe, hechos con hierba y cieno endurecido. El suelo del espacio habitable lo pavimentaron con piedras planas unidas con argamasa, de forma que fuese cómodo al caminar y fácil de limpiar.

La parte este del muro encerraba también el manantial caliente, cuya agua salía casi hirviendo. Construyeron varias zanjas de arena cristalizada por el calor de la llama de Nix, cubiertas también por piedras planas, que hacían pasar el agua caliente por el suelo de toda la parte de vivienda. Así, consiguieron que el calor del agua caldease el ambiente sin quemar la escasa y valiosa leña que habían podido conseguir. El problema era que, con el agua caliente y el vapor, venía la humedad. Pero esto lo solucionaron fácilmente. Trajeron varios terrones grandes de sal, los secaron sobre las piedras ardientes que cubrían el tubo de lava, y los dispusieron estratégicamente por la estancia, para que absorbiesen la humedad ambiente.

El único problema era que, como no tenían cristales de ningún tipo, no pudieron hacer ventanas y dentro estaba muy oscuro. Si encontrasen láminas de yeso selenita, o de mica, o cristales de cuarzo, podrían tener luz natural dentro. Traer cristales desde la Frontera sería demasiado difícil. Mientras tanto, sólo podían iluminarse con antorchas.

Dejando de lado el problema de la luz, el refugio era muy cómodo y, a pesar del frío exterior, el tiempo era soleado y despejado, por lo que medianamente abrigados podían pasar el día afuera sin mayor problema.

Las siguientes semanas las dedicaron a aprovisionar su nueva morada tan bien como pudiesen. Iria visitó los otros refugios con Nix y trajo parte de las provisiones de cada uno para abastecer el nuevo. Rain y Nemar se dedicaron a cazar y recolectar todo lo que pudieron y a fabricar lanzas, flechas con punta de obsidiana y protecciones alrededor del refugio, por si a algún depredador se le ocurría asomar el hocico por allí.

Habían visto varias manadas de Tikash, además de otros imponentes cazadores solitarios. Incluso dos o tres maldans blancos. También habían visto dragones de varias especies en diversas ocasiones, por fortuna lejos de su vivienda. Y enormes bestias desconocidas para las que aún no había nombre: unas migraban por la llanura, solas o en grupos; otras vivían en el propio hielo del Casquete, excavando enormes agujeros en él. Algunas nadaban por los ríos más anchos y los lagos más profundos. Pero una de ellas, en especial, les impresionó sobremanera: parecía algún tipo de serpiente peluda de unos cincuenta metros de longitud por cinco de grosor, con varios pares de fuertes patas palmeadas… ¡que vivía dentro de un lago de lava ardiente, sin que se le quemase ni un solo pelo! Realmente, estaban en el Mundo de las Bestias.

Galia, por su parte, convirtió aquel espacio habitable en un auténtico hogar, perfectamente ordenado y clasificado, limpio y confortable. Fabricó cestos de hierba trenzada, tarros de barro, tinajas, ollas, platos, vasos y demás utensilios de los que carecían. La joven tenía una sorprendente habilidad para la artesanía de toda índole. Cosía ropa cómoda y cálida con las pieles de los animales cazados, elaboraba botas, alfombras, mantas… Era tan organizada, hábil y trabajadora, que en apenas dos semanas casi no faltaba de nada en aquel rústico hogar. También cazaba con honda o con arco por los alrededores, pues poseía una puntería mortal.

Además, hizo que los gemelos construyesen todo tipo de mobiliario con piedra, a falta de madera. Con la ayuda de Nix trajeron una gran losa plana y delgada, que pusieron en el centro del espacio más grande, disponiendo así de una magnífica mesa, con taburetes de ligera piedra pómez pulida alrededor.

Por fin llegó el momento de planear la peligrosa expedición. Más allá del muro, en el reino de hielo eterno, Iria no tendría nada que comer más que sus propias provisiones. Y, en vista de las Bestias que habitaban el muro del glaciar, no sabía qué tipo de desconocidas criaturas se podrían encontrar viviendo en el hielo. Era muy poco probable que encontrase caza a su alcance, e imposible que encontrase vegetación. Y Nix no podía acarrear mucho más peso que el de ella, durante un vuelo de duración indeterminada. Además, debía llevar el saco de dormir de vellón de kuort, y, dejando de lado las Bestias, no sabían qué tipo de trampas ocultaría el hielo en los lugares en que aterrizasen.

No era nada sencillo planificar algo tan arriesgado. Pero la joven y el dragón estaban más que decididos y resueltos a sumergirse en aquella nueva aventura.

Como siempre, fue Galia la más previsora e ingeniosa. Consiguió meter en una mochila atada a la silla, sobre el lomo de Nix, el saco de dormir, una fina esterilla impermeable de hierba trenzada, un chubasquero de seda ligera, un cazo metálico, ropa de recambio, un par de botas y un montón de provisiones secas y ligeras, separadas por raciones. Había para unos dieciocho días, a razón de dos sobrias comidas diarias… y todo junto pesaba menos de veinte kilos.

En cuanto a Nix, como siempre, él mismo se buscaría su sustento. Cuando le explicaron que en el hielo no había nada que comer, sólo sonrió (a su dragoniana manera) y se quedó callado. A aquellas alturas, nadie estaba seguro, aún, de qué comía Nix.

El último día Iria dejó instrucciones precisas para sus amigos. Además del mapa grande de pieles unidas que había en una pared, les dejó otro mapa de viaje, en pergamino, que marcaba la dirección, ubicación y distancia de todos los refugios hasta la frontera, así como los caminos más seguros, las fuentes de agua, los lugares a cubierto dónde defenderse o pasar una noche… todo lo que necesitasen si tenían que volver solos a la Frontera.

Si ninguno de los dos regresaba en un máximo de treinta días, debían cerrar y abandonar el Refugio del Muro y volver a casa. Y si no volvían a tener noticias de ellos en un año, la casa, el Refugio Avaricia y todo lo que contenían era suyo, y podían usarlo como mejor les pareciese.

Esa misma tarde Iria y Galia subieron solas a la colina más elevada que se veía desde su refugio, a unos dos kilómetros al sureste. Los dos chicos habían salido a cazar y Nix volaba sobre ellas, casi fuera del alcance visual de las jóvenes, pero sin quitarles ojo. Iria se llevó el arco, las flecha y el cuchillo, por si hubiese problemas.

Como en otras ocasiones cuando eran niñas, apilaron piedras sobre una roca que sobresalía de la corta hierba de la cumbre. Cada una depositó a los pies de la pila un pequeño mechón de sus cabellos, un ritual íntimo de las dos, por el cual se comprometían a volverse a encontrar allí y recogerlos, intercambiándoselos, como señal de buena suerte. Así, un bucle rojo intenso de Iria atado con un cordelito gris, y una punta de la trenza gris oscuro de Galia, atada con un hilo rojo, esperaron allí a que las chicas volviesen a recogerlos.

Luego estuvieron un rato absortas, mirando el paisaje. El Muro de Hielo, con sus tres kilómetros de altura, se veía engañosamente cerca, un poco desdibujado por el brillo del hielo y los 10 kilómetros de distancia que había hasta él. Emprendieron el camino de regreso, charlando animadamente y recordando con nostalgia sus aventuras infantiles.

A la mañana siguiente, temprano, todo estaba preparado. Iria los abrazó a todos, se colgó el arco y el carcaj a la espalda, la espada y el cuchillo al cinto, se abrigó bien, comprobó los correajes que sujetaban la silla y la mochila al cuerpo de Nix, y se subió a su amigo.

Ambos lanzaron una última mirada a los tres Naish que se quedaban en el Refugio del Muro y, con un poderoso batir de alas, el dragón se alzó en el cielo, brillando como metal pulido al Sol.

Galia y los demás siguieron su vuelo hacia la imponente muralla de hielo, de tres kilómetros de altura, que cubría el horizonte norte con su mole de blancura inmaculada.

Nix se fue haciendo cada vez más pequeño, hasta que lo perdieron por completo de vista. Entonces, con el corazón lleno de inquietud, pero también de confianza en las habilidades de su amiga y del dragón, entraron en su refugio y empezaron su larga espera.

Pero Galia tardó unos segundos más en entrar. No sabía por qué, pero algo le hizo mirar hacia el norte, por encima de la muralla helada. No vio nada raro (¿qué iba a ver?) pero tuvo un extraño presentimiento. Ni malo, ni bueno. Raro. Algo iba a pasar, algo que no podía comprender… y, por alguna razón… algo de lo que todo dependía.

Inquieta y confusa, entró en el hogar y se dispuso a esperar a sus amigos.

 


 

 

* * * * * * *

 

Ya lo habían visto extendiéndose a lo lejos en sus exploraciones previas cerca de la inmensa muralla helada, pero aún así, una vez que dejaron el borde del Muro de Hielo varios kilómetros tras ellos, no pudieron por menos que asombrarse: un inmenso páramo de hielo, aparentemente llano, que cubría el mundo hasta dónde alcanzaba la vista. Ni montañas, ni valles, ni elevaciones. Ningún accidente geográfico que sirviese de referencia para orientarse. Sólo una continua, llana e infinita extensión de hielo prístino en todas direcciones, aparentemente igual en cualquier dirección que se mirase. Sólo rompían la monotonía unas delgadas y altísimas columnas de vapor en la lejanía, apenas visibles. Pero claro, podían extinguirse en cualquier momento, o ser barridas por un fuerte viento. El riesgo de perderse irremediablemente en aquella vastedad blanca era muy alto y muy real.

 La brújula de Iria, a veces, señalaba aproximadamente en la dirección norte. Pero según sobrevolaban el auténtico Confín del Mundo, la mayor parte del tiempo giraba alocadamente o señalaba hacia abajo en cualquier dirección, señal de fuertes interferencias geomagnéticas en la zona. No era, en absoluto, fiable. Sólo el Sol podría guiarlos con fiabilidad, siempre y cuando las nubes no lo ocultasen totalmente.

Pero, conforme fueron avanzando, la aparente uniformidad del inmenso campo de hielo fue revelándoles sus secretos. Sí que había formaciones que podían usarse como guía, pero, abrumados al principio por aquella inmensidad, y sin tener la vista acostumbrada a distinguirlas, sólo habían visto hielo y más hielo.

Había enormes corrientes de hielo glaciar que se movían sobre el resto del hielo inmóvil; grietas pavorosas de miles de metros de profundidad y decenas de kilómetros de longitud; elevaciones redondeadas y grupos de abultamientos en forma de colinas de hielo; agujas heladas completamente transparentes que, a causa de la monstruosa presión de los glaciares en movimiento, se habían elevado hacia el cielo; grandes acumulaciones lineales de hielo cristalizado en forma de perlas (como descubrieron al aterrizar para descansar) que centelleaban al Sol; hielo azul, hielo blanco, hielo negro, hielo transparente como el cristal u opaco como la roca; áreas nevadas y zonas de hielo liso; columnas de humo y vapor que se elevaban del hielo allí donde el abrasador magma de los volcanes subglaciares luchaba a muerte con su sudario blanco… Literalmente, había miles de detalles que se podían usar como referencia, una vez que se sabía qué, dónde y cómo mirar.

El primer día avanzaron un centenar de kilómetros sobre el eterno manto helado, en dirección a una de aquellas columnas de vapor. Pararon a acampar cerca de su base: una imponente sima volcánica, un agujero de dos kilómetros de diámetro de paredes inclinadas, que horadaba los casi cuatro kilómetros de grosor del hielo hasta el lecho de roca. Desde el aire pudieron ver, en el lejano fondo de roca pulida por el hielo del agujero, una enorme caldera volcánica de más de un kilómetro de diámetro. Era un lago de lava abrasadora, agitada salvajemente por violentas corrientes y estallidos que elevaban lenguas de fuego y roca fundida de cientos de metros de altura. Las paredes de hielo de la sima sudaban por la abrasadora columna de aire caliente, y el vapor formaba una gruesa y altísima columna blanca, que al llegar a cierta altitud se extendía horizontalmente en todas direcciones, como si chocase con un techo invisible. Se podía ver a decenas de kilómetros en todas direcciones, por lo que sería un buen sitio como base para explorar al Este y al Oeste

La joven comentó con Nix que era buen lugar para rellenar el mapa de aquella región en ambas direcciones. No habían visto Bestias cerca en kilómetros, era fácil de encontrar, no hacía apenas frío gracias al aire caliente del volcán…

Pero, por alguna desconocida razón, el dragón no le prestaba apenas atención. Estaba agitado, inquieto. No dejaba de mirar hacia el norte ladeando la cabeza espasmódicamente. Sus músculos se tensaban y no dejaba de caminar en círculos, sin dejar de mirar inquisitivamente hacia el Polo. Cuando su amiga dijo de acampar, Nix, por primera vez desde que se conocían, se negó en redondo. Tajante.

Debían seguir, imperativamente. Debían llegar al Polo lo más pronto posible. Cuando Iria le preguntó el por qué, viendo como el dragón caminaba de un lado a otro cada vez más rápido y nervioso, él sólo pudo responderle que no lo sabía, pero que tenía que llegar allí. Sentía como una llamada a seguir avanzando sin demora. Una fuerza irresistible tiraba de cada fibra de su ser y le instaba a continuar volando hasta el eje del mundo, sin entretenerse.

Iria trató de protestar, pero Nix la miró de una manera que se estremeció. Sólo había visto aquella mirada cuando peleó con el dragón negro. Las pupilas estaban contraídas y sólo había determinación y ansiedad en sus ojos. No sintió miedo, pero sí supo que debía obedecer sin chistar. Nix siguió caminando nerviosamente, aleteando, agitando la cola con violencia, moviendo el cuello espasmódicamente, y sin dejar de mirar al norte.

Iria se rindió y Nix se quedó quieto el tiempo justo para que ella se subiese a sus hombros. La joven sintió como todo el cuerpo del dragón temblaba bajo ella, los músculos tensos como cuerdas de arco, la respiración agitada. Pudo sentir incluso el potente latido acelerado de su corazón en las pantorrillas, al abrazar su pecho con las piernas. Iria se preocupó por su amigo, pero apenas tuvo tiempo de pensar en ello en ese momento: Nix, en cuanto ella estuvo asegurada, corrió veloz hacia la sima, se arrojó al vacío, extendió las alas para capturar el aire caliente ascendente y, con una violencia inusitada, las batió, elevándose rápidamente.

Sumergidos en la caliente y opaca columna de vapor, ascendieron a gran velocidad, alcanzando una gran altitud. De repente, Nix se ladeó, batió las alas furiosamente y atravesó el muro de vapor, saliendo al aire puro y cristalino. A Iria le empezó a costar respirar. Estaban demasiado arriba para ella, pero Nix seguía ascendiendo.

La joven le chilló que descendiese pero su voz quedó ahogada por el rugido del viento a su alrededor. Su amigo aparentaba estar completamente enajenado, como hipnotizado, se comportaba como un autómata. No parecía consciente de que ella estaba allí arriba con él, ni del grave peligro que le acechaba. Sólo ganaba velocidad y altitud. Iria se tuvo que tumbar por completo sobre las plumas del cuello de Nix, incapaz de sostenerse erguida contra la enorme fuerza del aire en su pecho. Notó que se asfixiaba, que se le iba la cabeza y que sus músculos se aflojaban. De no haber sido por las correas que la sujetaban a la silla, habría resbalado y caído al vacío.

Apenas sin respiración, y con la aterradora velocidad del viento, no podía ni balbucear. Hizo un último esfuerzo, logró reunir los últimos restos borrosos de su conciencia, y lanzó un grito mental de socorro.

Nix agitó la cabeza como saliendo de un trance, repentinamente consciente de qué estaba haciendo y del crítico estado de Iria. Aterrado, descendió en picado, buscando aire de más densidad para que su amiga, ya desmayada, pudiese volver a respirar con normalidad. No entendía qué le estaba pasando, qué fuerza era aquella que lo obligaba a volar irracionalmente hacia el Polo, incluso a costa de olvidarse del riesgo mortal que suponía para Iria ascender a tales altitudes. Cuando descendió hasta unos cinco mil metros, niveló su vuelo y planeó elegantemente a una velocidad muy inferior a la enloquecida carrera de unos minutos antes.

La fuerza se volvió más obstinada, más intensa, más insistente. Se sentía forzado a acelerar, a llegar cuanto antes. Pero su mente se impuso a aquella insidiosa locura, a aquel instinto salvaje. Llegaría a su destino, pero con  Iria, no a su costa.

Notó que la joven volvía a respirar con regularidad, que su pulso se normalizaba y que, poco a poco, recuperaba la consciencia. Nix se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración, muy asustado por el estado de su amiga. Inspiró profundamente y siguió volando a una velocidad soportable para ella, imponiendo su voluntad a la fuerza que lo arrastraba.

 


En la lejanía pudieron ver una elevada cordillera que asomaba por encima de la llanura helada, perdiéndose de vista en ambos horizontes.

Volaron durante tres o cuatro horas, y entonces, el hasta entonces relativamente monótono paisaje helado bajo ellos, cambió de repente.

El hielo desapareció, contenido por una cadena montañosa continua y circular que se elevaba unos dos mil metros sobre él, en las dos direcciones. Se miraron confusos. Nix ascendió para rebasar el borde dentado de la cordillera nevada… y enmudecieron de asombro al llegar al otro lado.

Allí, en el que debía ser el punto más frío del Confín del Mundo, el de mayor grosor de la capa de hielo… no había ni un mísero copo de nieve. Sólo roca pelada en las vertientes casi verticales de la ininterrumpida cordillera, que caían abruptamente varios kilómetros más abajo del nivel medio del hielo. Múltiples cascadas de agua líquida se despeñaban por las vertientes, producto de la fusión del hielo del otro lado a través de las montañas. Observaron que la pendiente, allá abajo, se iba curvando lentamente, perdiendo inclinación hasta que se volvía horizontal unas decenas de kilómetros más adelante. Descendieron entre nubes ligeras, notando sorprendidos cómo la temperatura iba aumentando.

Pero lo que más les sorprendió fue el contenido de la inmensa llanura: una exhuberante selva fría, similar a los bosques de la Cordillera Circumpolar, la cubría por completo hasta perderse de vista, salpicada aquí y allá por suaves colinas y algún acantilado del que también se despeñaban espumeantes cascadas.. Decenas de anchos ríos, alimentados por las aguas de fusión, atravesaban sinuosamente la extensa selva, hasta más allá del horizonte. 

Iria miró alrededor asombrada y, de pronto, comprendió qué estaba viendo. La cordillera circular, la forma de cuenco, el suelo mucho más abajo que el lecho de roca sobre el que descansaba el casquete de hielo tras las montañas, las fisuras radiales desde las montañas hacia el centro de la depresión, la regularidad en la forma… No había duda: era un cráter de impacto. Un cráter de, al menos, trescientos kilómetros de diámetro, según sus cálculos en el mapa. Y muy viejo.

El centro del Casquete Polar Norte, el Eje del Mundo, el centro del Reino de Hielo…

… era el formidable cráter creado por el impacto de un gigantesco meteorito, quizá, cientos de millones de años atrás...

 ... y cubierto por completo por una increíble selva húmeda. 



 

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