domingo, 8 de noviembre de 2020

ANSIA (2)

 (Creado por Noel)


Se despierta de repente, aullando de pánico, totalmente aturdida. Está sobre algo frío y duro. Siente su cuerpo cubierto de algo cálido y pegajoso. Le arde la piel. Aunque tiene los ojos cerrados, percibe luz a través de los párpados.

 

Con una inspiración desesperada, tras la larga agonía de asfixia y oscuridad opresiva, llena de nuevo sus pulmones y tose un montón de inmundicia pegajosa.

 

Se encoge en posición fetal, mientras su cuerpo convulsiona, tratando de normalizar su respiración. Sólo hay silencio a su alrededor. Por ello, se arriesga a abrir los ojos.

 

Y éstos se le desorbitan de puro terror. La rodean al menos ocho de esos monstruos enormes. Decenas de ojos pedunculados, negros y ominosos, la observan fijamente.

 

Entonces recuerda. En un veloz destello, recuerda la carrera desesperada y la impotencia cuando la cosa se le echa encima, inmovilizándola con su peso, arrancándole toda la ropa a jirones, mientras ella lucha frenética e inútilmente. Recuerda su cuerpo desapareciendo lentamente hacia el estómago de la criatura, succionado rítmicamente. Recuerda cómo los ojos de la cosa se mantienen fijos en los suyos, y ronronea y gorgotea de placer, tragándola despacio, hasta que su cabeza se hunde en la boca y sólo sus brazos quedan atrás, agitándose desesperados, mientras ella aún lucha en el interior húmedo y pegajoso de la bestia, pataleando, golpeando, arañando inútilmente.

 

La boca se cierra y queda atrapada en el fétido estómago, mientras siente que un líquido denso empieza a llenar la cavidad. Un líquido que quema, que se le mete en la boca, en los ojos, que la asfixia. Lanza un último alarido de terror y el mundo se desvanece.

 

Ahora no puede apartar los ojos de las criaturas que la rodean, que la observan inmóviles, sin emitir ni un sonido. Se incorpora lentamente hasta quedar sentada y se mira las manos y los brazos. Tiene la piel roja, con pequeñas ampollas. Razona que no debe haber estado mucho tiempo en el estómago de esa cosa, que apenas había empezado a digerirla.

 

"¿Por qué me ha vomitado?"—se pregunta, aterrorizada.

 

El monstruo más grande se mueve hacia ella y los demás se apartan. La joven se encoge de puro espanto. ¿Será una ofrenda para el líder de la manada? ¿Por eso la ha vomitado el otro? ¿Va a ser devorada de nuevo? El terror estalla en su mente, se agarra la cabeza con las manos y aúlla de pánico con toda su alma.

 

El monstruo gorgotea muy suavemente, como si tratase de tranquilizarla. La toca con el hocico y ella chilla de nuevo. Vuelve a gorgotear y ella abre los ojos. Las otras cosas se han movido, formando un pasillo hacia la consola de control del capitán. Están en el puente de mando. La luz entra por los ventanales de la proa de la nave de aterrizaje. El hermoso paisaje del gran planeta Ceti e se extiende ante sus ojos, iluminado por Tau Ceti, una estrella muy similar al Sol de la Tierra, y vecina de éste.

 

Dos de los pedúnculos de la cosa se mueven hacia el panel de mando. Es evidente que quiere que ella haga algo. Algo que esos monstruos no pueden hacer.

 

La joven duda, sin entender. El "líder" se gira hacia otra criatura y ésta se mueve hacia la compuerta. Se yergue y la golpea repetidas veces.

 

Entonces, ella comprende qué quieren hacer esos bichos. La nave no pudo ser sellada por dentro para evitar que se repartiesen por ella… pero el capitán sí tuvo tiempo (seguramente antes de ser devorado) de poner la nave en modo de bloqueo de emergencia. Y sin los datos biométricos adecuados, el bloqueo no se puede liberar. Un rápido vistazo a los controles confirma su sospecha.

 

Las cosas están atrapadas y, evidentemente, tienen un gran interés en escapar. De algún modo han comprendido que sólo un humano puede abrir la puerta… y ella es la última presa en condiciones de hacerlo. Y, casualmente, una de las tres únicas personas de la tripulación con autorización biométrica, como Jefa de Ingeniería.

 

Entonces, como para corroborar su intuición, dos de las cosas se apartan y ve el cuerpo parcialmente digerido de un hombre en el suelo. El trozo de cara que le queda aún, pegado a un cráneo casi completamente descarnado, es reconocible: es el capitán.

 

Uno de los bichos se acerca a los restos del capitán. Lo golpea y, para su horror, comprueba que aún vive. La joven se lleva la mano a la boca, mientras gruesas lágrimas corren por sus mejillas. Puede ver parte de sus órganos internos, los intestinos desparramados por el suelo, las piernas y un brazo convertidos en huesos apenas cubiertos de carne derretida. El único ojo del capitán se gira hacia ella, en un mudo grito de auxilio. Es imposible que esté vivo, pero sigue resistiendo. La cosa lo vuelve a golpear y él levanta el otro brazo, aún bastante sano, hacia el lector biométrico (que muestra, dibujada, la silueta de una mano). El aparato emite un pitido prolongado y se ilumina en rojo.

 

Ella sabe que no basta con poner una mano autorizada, sino que hay que teclear unos códigos de anulación… algo que lo que queda del capitán no está en condiciones de hacer.

 

Con temor, mira al monstruo mayor, y niega con la cabeza. No puede dejar que esas cosas salgan al exterior, porque acabarían con toda la vida del planeta… tal y como el texto traducido por la infortunada Debbie explicaba. Por eso los Varik las habían sellado para siempre.

 

La cosa se acerca y la mira fijamente, mientras ella tiembla como una hoja, con los ojos desorbitados. Se aleja un poco, y señala de nuevo, con los pedúnculos, el panel. Luego la puerta y luego a ella. Después señala el panel, el cadáver y abre y cierra la boca varias veces.

 

Lo entiende. Le ofrece la oportunidad de escapar con vida. Si desactiva el bloqueo, se podrá marchar. Si no, correrá la suerte del hombre.

 

Ella sabe que no tiene ninguna garantía. Que si libera el bloqueo, lo más probable es que la devoren igualmente. Y que la vida del planeta está condenada si lo hace. También puede ser que, teniendo toda la biosfera de ese mundo a su disposición, una simple presa humana pueda ser despreciable.

 

Se pone de pie temblando. Mira a los ojos de la bestia y respira lentamente. Entonces, se niega. Mueve la cabeza de lado a lado y hace lo mismo con los brazos. No puede hacerlo.

 

El monstruo se yergue ante ella de repente, con un gorgoteo feroz y la empuja al suelo. Se lanza sobre ella y atrapa sus piernas con la boca. Empieza a engullirla. La joven aúlla de terror mientras se desliza por la garganta del monstruo. Esta vez es rápido y en segundos vuelve a encontrarse en las entrañas de otra de esas bestias, sintiendo de nuevo los jugos gástricos atacando su piel, abrasándola, digiriéndola viva. La horrorosa imagen del capitán invade su mente. Eso le espera a ella: una espantosa muerte lenta. Chilla y solloza, pero, en parte, sabe que ha hecho lo que debía, aún a costa de pagarlo con su vida.

 

De pronto, un violento espasmo muscular de la criatura la precipita al exterior y se da un fuerte golpe contra el suelo, envuelta en líquido pegajoso. El monstruo se yergue ante ella y vuelve a señalar el panel con los pedúnculos, babeando a centímetros de su rostro.

 

Ella se niega de nuevo y grita con toda su alma, llorando sin mesura.

 

—¡Acaba de una vez, monstruo! ¡No voy a abrir la puerta! ¡No saldréis de aquí!

 

Otra cosa se le echa encima y la engulle, lentamente, mientras el líder observa ronroneando, hasta que sólo los brazos y la cabeza quedan fuera. Entonces se detiene, aprieta los bordes de la boca alrededor de sus axilas y empieza de nuevo la insufrible quemazón de los jugos gástricos. El monstruo está regurgitando el líquido abrasador hasta su boca, bañando todo su cuerpo, pero dejando libre la cabeza y las manos. Han aprendido lo que no deben tocar. El dolor se vuelve insoportable y grita y gesticula desesperada.

 

Observa cómo el líder señala el panel, impaciente. Ante su negativa, la abrasadora acción del jugo estomacal se intensifica. Ella aúlla hasta quedarse ronca, golpeando los costados de su torturador con impotentes puñetazos. Al parecer, esas cosas pueden controlar su digestión, haciéndola más rápida o lenta a voluntad.

 

Una de las cosas se dirige al capitán y lo empieza a ingerir por las piernas, teniendo buen cuidado de que los intestinos desparramados de su víctima no se queden fuera ni se rompan. Cuando va por el pecho, se sitúa frente a ella y se yergue en vertical. El monstruo lo traga hasta el cuello y lo vuelve a regurgitar hasta la cintura, con los intestinos agitándose adentro y afuera de la boca como horribles serpientes. Mientras lo hace, la bestia se sacude, como jugando. Los brazos y la cabeza del capitán se zarandean débilmente. A cada nueva deglución, el cuerpo se deteriora un poco más. Ella oye crujir los huesos, los casi inaudibles gemidos de dolor de la víctima. Adentro y afuera… adentro y afuera… cada vez más carne, piel y tejidos desaparecen de su horrorizada vista… pero el capitán sigue vivo… La joven puede ver el corazón latir en el pecho descarnado, tras los rosados pulmones. Ya no le queda piel ni tejido muscular desde las axilas hacia abajo, y apenas unos jirones de carne en los brazos. Pero la bestia lo sigue manteniendo con vida. Comprende que pueden decidir qué tejidos digerir. La horrible revelación la llena de espanto.

 

El maldito bicho sigue con su espantoso juego, torturando a su desgraciada víctima. Como el cuerpo no está ya en condiciones de aguantar, la cosa se tiende a lo largo en el suelo, y regurgita una vez más a su presa, que queda en el suelo como un títere roto. La joven lo mira con ojos desorbitados de terror.

 

… sólo es un esqueleto blanqueado. No queda ni rastro de carne. Solo hueso, ligamentos y cartílagos. Todo ha desaparecido. Sólo quedan los pulmones y el corazón en la caja torácica. El hígado, los intestinos, los riñones… todo ha sido digerido. Pero la víctima sigue viva. De algún modo, la cosa ha logrado cerrar las venas y arterias digeridas y que la sangre siga circulando, manteniendo al infortunado con vida.

 

Ante su horrorizada mirada, lo vuelve a engullir por completo, y un largo minuto después lo regurgita de nuevo: toda la carne de la cabeza y lo que quedaba en los brazos ha desaparecido. El único ojo cuelga flácidamente en su cuenca, sostenido apenas por el nervio óptico, pero el cráneo se ha convertido en una calavera pelada.

 

La joven solloza de puro terror, al borde de la locura. Sabe qué significa toda esa demostración: si no colabora, le harán eso a ella, y más lentamente.

 

El nivel de crueldad de estas bestias es infinito. El capitán desaparece una última vez y ya no vuelve a salir. La bestia eructa sonoramente y se hace a un lado, gorgoteando satisfecha.

 

El monstruo líder vuelve a señalar el panel. Y ella, aún no sabe cómo, vuelve a negarse. Gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas.

 

La criatura que la tiene en su boca se levanta en toda su altura y la inclina hacia el suelo. Otra bestia se sitúa bajo ella y abre la boca cavernosa. La primera la vomita hasta las pantorrillas, y la deja colgando justo sobre la otra boca que la espera. Ella se debate desesperada, gritando, mientras ve que el horrible agujero se llena de líquido verdoso y burbujeante.

 

De pronto la cosa la suelta y se precipita hacia la boca ansiosa, sumergiéndose de cabeza. Casi no tiene tiempo de cerrar los ojos y aguantar la respiración. El monstruo la engulle rápidamente, le da la vuelta en el interior del estómago y la vuelve a regurgitar de cabeza. Pero no la saca de la boca como el otro, sino que apenas asoma la cara por encima del lacerante líquido. Sus brazos chorreantes de jugos, enrojecidos y cubiertos de ampollas, luchan por encontrar asidero y no hundirse en ese mortal pozo.

 

El líder se acerca, la mira… y se aleja.

 

El monstruo la traga por completo y ella se encuentra sumergida en el líquido que le abrasa la cara y el cuero cabelludo. La bestia se agita bruscamente y ella se encuentra dando tumbos en el interior del estómago, golpeada violentamente.

 

Cuando sus pulmones están a punto de estallar, es vomitada de nuevo al suelo.

 

Tose con violencia y jadea desesperada, mientras el dolor de su piel abrasada arrasa su mente. No puede dejar de llorar y gemir de puro sufrimiento. La horrible tortura la está destrozando, mucho más allá del mero daño físico. Y la exhibición que han hecho con el desgraciado capitán abruma su mente. Al mirarse, grandes ampollas cubren su piel, y en algunos lugares, ésta se desprende a tiras, dejando a la vista las fibras musculares. Se le ha caído parte de la exhuberante melena negra que tenía antes de ser devorada esta última vez. Sabe que, como ha visto antes, la está digiriendo tejido a tejido.

 

El líder vuelve a adelantarse con la boca abierta, babeante, mientras los otros se separan, y ella chilla, protegiéndose el rostro con los brazos. La cosa gorgotea furiosa y le vuelve a señalar el panel, la puerta y a ella. Y vuelve a abrir y cerrar la boca.

 

Arrasada en lágrimas, colapsada de dolor, aterrorizada ante la perspectiva de ser devorada de la misma forma lenta, horrible e infinitamente cruel que el capitán, la joven se echa atrás, extiende las manos abiertas ante sí y grita histérica:

 

-¡¡Vale!! ¡¡Vale, lo haré!! No más, por favor. No me hagas más daño. Por favor, más no. No me devores más. No me comas otra vez…

 

El monstruo se detiene y la mira fijamente, a centímetros. Abre la boca y agarra sus piernas. Ella chilla fuera de sí. Golpea y se debate enloquecidamente, pero sin efecto. La bestia la engulle hasta la cintura, se levanta y se dirige al panel con ella en la boca. La joven siente cómo se abrasa la piel de sus pies. El dolor es atroz. Gime angustiada.

 

La cosa la pone al alcance del panel. Sus brazos están apoyados en la boca, tratando de no hundirse más. El monstruo gorgotea y señala el panel con un pedúnculo. A continuación la traga otro palmo. La quemazón llega a las pantorrillas. Vuelve a gorgotear impaciente y a señalar. Y la traga otro poco. El líquido quema sus rodillas. Ella, desesperada, extiende la mano temblorosa. El monstruo la deja salir un poco, aliviando su tormento.

 

La joven apoya las dos manos en el panel de mando y mira los controles. Pulsa un botón rojo bajo una protección de plástico transparente, teclea unos comandos y en la pantalla aparece una advertencia en rojo, pidiéndole confirmación biométrica.

 

Mueve el brazo hacia la derecha y su mano enrojecida y ampollada se extiende sobre el panel. Éste se ilumina en verde tras unos momentos y emite tres pitidos cortos. Con la otra mano, pulsa un botón y apaga la pantalla principal.

 

Luces rojas de advertencia destellan por toda la nave. Una alarma resuena con insistencia.

 

Los monstruos gorgotean ruidosamente y el líder la escupe al suelo, como con desprecio. La chica se queda allí, en posición fetal, con la parte inferior de las piernas en carne viva, sin rastro de piel. Una mucosidad sanguinolenta las cubre.

 

Las cosas desaparecen a toda velocidad hacia las compuertas exteriores, mientras el líder se queda junto a su víctima.

 

Pero las bestias regresan enseguida, gorgoteando furiosas. Las compuertas exteriores no se han abierto.

 

El líder se gira hacia ella, rabioso, y la mira extrañado.

 

La joven se ha puesto en pie a duras penas, cubierta de ampollas, quemaduras, sangre y pegajosos jugos gástricos… pero claramente desafiante. Sus ojos brillan con determinación y furia.

 

Mueve la mano y pulsa un botón. La pantalla se ilumina.

 

Una cuenta atrás desgrana los segundos.

 

9… 8… 7…

 

Ella eleva el brazo derecho con el puño cerrado, con una sonrisa fiera en el rostro, y levanta el dedo corazón con vehemencia.

 

5… 4…

 

—¡Devora ésto, cabrón!—le grita a su verdugo.

 

3… 2…

 

El monstruo se abalanza sobre ella…

 

1…

 

…pero jamás llega a tocarla.

 

Al activarse el sistema de autodestrucción, la explosión de doce megatones del núcleo de antimateria de la nave lo vaporiza todo en veinte kilómetros cuadrados.

 

                                    <=PRIMERA PARTE          

                                          

                                        <<= ÍNDICE

 

     

ANSIA (1)

 (Creado por Noel)


El horrible siseo se aleja lentamente. Su corazón golpea violentamente en su pecho, mientras se acurruca en el fondo del pequeño armario auxiliar. Los espantosos acontecimientos de las últimas horas la han aterrorizado hasta el límite de la locura.

 

Terroríficas imágenes de lo que esas… cosas… les han hecho a sus compañeros y amigos. Las carreras frenéticas, los gritos, las muertes, la impotencia, el pánico… Una vorágine de horror consume su mente, y solloza en silencio, abrazada con fuerza a sus rodillas, apretando los dientes con dureza.

 

"No quiero morir… no quiero morir… no quiero morir…"

 

En un destello, recuerda los días previos a la masacre. La emoción del aterrizaje, el descubrimiento de las ruinas, la excitación. No todos los días se descubren los restos de una antigua civilización en otro mundo. Es el tercer sistema solar, de los más de veinte investigados, en los que se encuentran restos de civilizaciones. Pensar que habían estado tan cerca de la Tierra y jamás supimos nada de ellos…

 

Y luego… el horror.

 

"Nunca debimos abrir aquella enorme puerta sellada" —piensa, angustiada, sintiendo un lacerante nudo en el estómago. —"Si los Varik la habían sepultado en las profundidades de este mundo, tenían sus razones. Debbie tenía razón. Esa pobre lingüista tímida tenía toda la razón. Las advertencias en la puerta eran claras… pero nuestra soberbia y curiosidad pudo con nosotros". Tiembla incontroladamente.

 

"Algunas maldiciones no son mitos, sino terrores reales que deben permanecer sellados para siempre".

 

Las criaturas parecían inofensivas. Apenas unas extrañas babosas de piel coriácea, de un metro de longitud y cuarenta centímetros de grosor, con cuatro ojos pedunculados, una boca desprovista de dientes, y miles de cilios carnosos tapizando su parte inferior. La euforia por el descubrimiento de una nueva forma de vida se transformó rápidamente en una orgía de muerte.

 

"Descubrimos demasiado tarde lo inteligentes, crueles y metódicas que eran esas cosas. Nos han convertido en su buffet libre particular".

 

Se habían hecho las dóciles hasta que los humanos se confiaron. Entonces atacaron de improviso y coordinadamente a dos ayudantes de laboratorio, despedazándolos y devorándolos rápidamente. Aún sin dientes, sus bocas musculosas eran extraordinariamente fuertes, tanto como para arrancar brazos y piernas sin dificultad alguna.

 

"… y crecieron"—se estremece de horror, ahogando un sollozo. —"Crecen rápido cada vez que comen. Tienen un metabolismo espantosamente rápido".

 

El pánico estalló en la nave de aterrizaje. Las bestias se repartieron por ella en segundos, haciendo inútil cualquier intento de contenerlas. La gente corría de aquí para allá, tratando vanamente de huir… Aquellas cosas, que habían crecido hasta unos cuatro metros, los cazaban como a peces en una pecera, sin la menor dificultad… y los devoraban cruel y lentamente, tras despojarlas por completo de sus ropas con sus hábiles cilios… Las pocas armas que lograron disparar fueron inútiles contra sus duras pieles.

 

En su mente escucha los horribles y variados gorgoteos que emitían, el siseo repugnante que provocaban al deslizarse a toda velocidad tras sus presas, los gritos de horror y la impotencia de los que eran atrapados… la mirada satisfecha y cruel de esos inmundos ojos negros insondables, fijos en los de sus víctimas, mientras son tragadas vivas lentamente.

 

Se agarra la cabeza con las manos engarfiadas y rechina los dientes, intentando que el alarido de pánico que pugna por salir de su garganta se extinga sin ruido. Un miedo cerval la inmoviliza. No sabe si alguien ha conseguido escapar de las bestias insaciables. Había veinticinco personas a bordo. Por lo que sabe, ella es la única que sigue con vida. En menos de dos horas han acabado con todos.

 

Su única y débil esperanza está en el rover de superficie. Está blindado, tiene soporte vital para semanas y puede pedir ayuda a la nave nodriza, que está en órbita lejana al otro lado del planeta en ese momento. Desde el armario en que se ha escondido, hasta la puerta del hangar, hay unos veinte metros. Apenas cinco segundos corriendo. Dos segundos más para abrir la puerta. Cinco metros hasta la escalerilla del rover. Entrar. Encerrarse. Ponerlo en marcha… y escapar de esa tumba de metal. O, al menos, lanzar una advertencia.

 

Consulta su reloj. Hace unos quince minutos que no oye nada. Al principio, los monstruos patrullaron el corredor, buscándola, enloqueciéndola de terror. Pero no pudieron encontrarla y parece que la última se ha retirado en busca de nuevas víctimas. O, quizá, a tratar de salir de la nave.

 

"No voy a morir… no voy a morir… no voy a morir…".

 

Abre las puertas correderas con infinito cuidado. Se quita el reloj de la muñeca y, asomándolo apenas por la abertura, usa el cristal como espejo, mirando a lo largo del pasillo en todas direcciones. Está desierto. Sabe lo rápidas que son esas cosas, así que no puede dudar. Si se queda ahí, tarde o temprano la encontrarán. Y, si no, morirá de hambre y sed. Agarra el reloj en el puño, hasta que los nudillos se le ponen blancos.

 

Separa un poco más las puertas, notando cómo el corazón golpea enloquecido en su pecho. La adrenalina satura su organismo, mientras siente el amargo sabor del miedo en la boca. Tiembla de pánico, pero se obliga a calmarse. Respira hondo tres, cuatro, cinco veces. Asoma la cabeza con extremo cuidado y los ojos desorbitados. Nada a la derecha. Nada a la izquierda. La puerta del hangar está allí, tentadora, cercana.

 

Aterrorizada, se pone de pie temblando y sale con cuidado al pasillo. Aguza el oído y no oye absolutamente nada. Da un paso hacia el hangar, preparada para correr con toda su alma. El botón luminoso de apertura la espera, invitador…

 

… y entonces siente su vello erizarse. Un suave gorgoteo le llega desde atrás y desde arriba. En el paroxismo del pánico, temblando incontroladamente, se gira despacio, alza la mirada, las pupilas dilatadas al máximo y jadea de horror…

 

La cosa ha estado esperándola todo ese tiempo colgada del techo. Sus repugnantes ojos pedunculados se clavan en los suyos y la criatura se descuelga lentamente, sin apartar la mirada ni un momento. Está a menos de seis metros.

 

Siente que el corazón le va a estallar. Su visión se enturbia. Está paralizada de pánico. La asquerosa boca musculosa se abre y cierra varias veces, despacio, amenazadora.

 

Mira de reojo hacia el hangar. Quizá tenga una posibilidad. Lentamente camina hacia atrás, tratando de poner distancia. La cosa no se mueve. Casi parece que quiera dejarle ventaja. Escucha lo que a ella le parece un gorgoteo divertido y un ronroneo juguetón. Es como un gato jugando con un ratón… 

 

"... y yo soy el ratón", piensa, histérica.

 

Ha logrado dar tres pasos y la separan unos ocho metros de la criatura. Respira hondo, trata de calmar los violentos temblores y el enloquecido latir de su corazón. Siente sus músculos tensos como cuerdas de arco. El mono de laboratorio está empapado de sudor.

 

"No voy a morir… no voy a morir… no voy a morir…".

 

Se gira de pronto y corre con toda su alma, más rápido de lo que jamás ha corrido.

 

Unas botas golpeando el suelo en una carrera desesperada, frenética, aterrorizada. Inmediatamente, un rápido y siniestro siseo. Un gorgoteo ansioso y anhelante.

 

Una respiración acelerada, sollozante, histérica. Lágrimas de horror caen al suelo.

 

Los pasos se detienen con un chirrido de suelas y suena un golpe sordo contra el metal. Un "bip" al ser pulsado un botón. El sonido neumático de una compuerta al abrirse.

 

El siseo sube de tono. El gorgoteo de ansia se agudiza. Más pasos precipitados.

 

El ruido sordo de un cuerpo al caer al suelo. Un gemido horrorizado. El gorgoteo alcanza su éxtasis y el siseo se detiene.

 

El impotente, prolongado y ensordecedor alarido de terror de una garganta femenina.

 

Golpes, gritos, forcejeo, jadeos desesperados, gorgoteos, ruidos de rasgaduras, sollozos histéricos…

 

Un sonido rítmico y deliberadamente lento de succión.

 

"Voy a morir… voy a morir… voy a morir…"

 

La criatura se aleja lentamente por el pasillo con un suave siseo, gorgoteando de placer. Tras ella, frente a la compuerta, un mono de laboratorio hecho jirones y trozos de ropa interior rasgada. Unas botas tiradas a cada lado. Un reloj de pulsera en el suelo… y nada más.

 

Un brazo femenino desnudo se agita frenéticamente en la comisura de la boca de la cosa. El brazo, con los dedos engarfiados y tratando de agarrarse a algo, va desapareciendo despacio, al ritmo de los pausados movimientos peristálticos que ondean bajo la piel de la criatura. Lentos, calmados. Tragando. Saboreando. El brazo ya ha desaparecido hasta el codo. El ser está disfrutando del horror y la desesperación que está causando. La muñeca está a punto de desaparecer. Ahogados gritos de espanto emergen del interior de la boca.

 

Desesperados movimientos y pataleos se adivinan bajo la piel del monstruo. La mano desaparece. La boca se cierra definitivamente.

 

Un último alarido de terror, débil y ahogado, en las entrañas de la cosa.

 

 Y un gorgoteo satisfecho seguido de un eructo obsceno.


 

             <=VOLVER                    SEGUNDA PARTE=>