domingo, 8 de noviembre de 2020

ANSIA (1)

 (Creado por Noel)


El horrible siseo se aleja lentamente. Su corazón golpea violentamente en su pecho, mientras se acurruca en el fondo del pequeño armario auxiliar. Los espantosos acontecimientos de las últimas horas la han aterrorizado hasta el límite de la locura.

 

Terroríficas imágenes de lo que esas… cosas… les han hecho a sus compañeros y amigos. Las carreras frenéticas, los gritos, las muertes, la impotencia, el pánico… Una vorágine de horror consume su mente, y solloza en silencio, abrazada con fuerza a sus rodillas, apretando los dientes con dureza.

 

"No quiero morir… no quiero morir… no quiero morir…"

 

En un destello, recuerda los días previos a la masacre. La emoción del aterrizaje, el descubrimiento de las ruinas, la excitación. No todos los días se descubren los restos de una antigua civilización en otro mundo. Es el tercer sistema solar, de los más de veinte investigados, en los que se encuentran restos de civilizaciones. Pensar que habían estado tan cerca de la Tierra y jamás supimos nada de ellos…

 

Y luego… el horror.

 

"Nunca debimos abrir aquella enorme puerta sellada" —piensa, angustiada, sintiendo un lacerante nudo en el estómago. —"Si los Varik la habían sepultado en las profundidades de este mundo, tenían sus razones. Debbie tenía razón. Esa pobre lingüista tímida tenía toda la razón. Las advertencias en la puerta eran claras… pero nuestra soberbia y curiosidad pudo con nosotros". Tiembla incontroladamente.

 

"Algunas maldiciones no son mitos, sino terrores reales que deben permanecer sellados para siempre".

 

Las criaturas parecían inofensivas. Apenas unas extrañas babosas de piel coriácea, de un metro de longitud y cuarenta centímetros de grosor, con cuatro ojos pedunculados, una boca desprovista de dientes, y miles de cilios carnosos tapizando su parte inferior. La euforia por el descubrimiento de una nueva forma de vida se transformó rápidamente en una orgía de muerte.

 

"Descubrimos demasiado tarde lo inteligentes, crueles y metódicas que eran esas cosas. Nos han convertido en su buffet libre particular".

 

Se habían hecho las dóciles hasta que los humanos se confiaron. Entonces atacaron de improviso y coordinadamente a dos ayudantes de laboratorio, despedazándolos y devorándolos rápidamente. Aún sin dientes, sus bocas musculosas eran extraordinariamente fuertes, tanto como para arrancar brazos y piernas sin dificultad alguna.

 

"… y crecieron"—se estremece de horror, ahogando un sollozo. —"Crecen rápido cada vez que comen. Tienen un metabolismo espantosamente rápido".

 

El pánico estalló en la nave de aterrizaje. Las bestias se repartieron por ella en segundos, haciendo inútil cualquier intento de contenerlas. La gente corría de aquí para allá, tratando vanamente de huir… Aquellas cosas, que habían crecido hasta unos cuatro metros, los cazaban como a peces en una pecera, sin la menor dificultad… y los devoraban cruel y lentamente, tras despojarlas por completo de sus ropas con sus hábiles cilios… Las pocas armas que lograron disparar fueron inútiles contra sus duras pieles.

 

En su mente escucha los horribles y variados gorgoteos que emitían, el siseo repugnante que provocaban al deslizarse a toda velocidad tras sus presas, los gritos de horror y la impotencia de los que eran atrapados… la mirada satisfecha y cruel de esos inmundos ojos negros insondables, fijos en los de sus víctimas, mientras son tragadas vivas lentamente.

 

Se agarra la cabeza con las manos engarfiadas y rechina los dientes, intentando que el alarido de pánico que pugna por salir de su garganta se extinga sin ruido. Un miedo cerval la inmoviliza. No sabe si alguien ha conseguido escapar de las bestias insaciables. Había veinticinco personas a bordo. Por lo que sabe, ella es la única que sigue con vida. En menos de dos horas han acabado con todos.

 

Su única y débil esperanza está en el rover de superficie. Está blindado, tiene soporte vital para semanas y puede pedir ayuda a la nave nodriza, que está en órbita lejana al otro lado del planeta en ese momento. Desde el armario en que se ha escondido, hasta la puerta del hangar, hay unos veinte metros. Apenas cinco segundos corriendo. Dos segundos más para abrir la puerta. Cinco metros hasta la escalerilla del rover. Entrar. Encerrarse. Ponerlo en marcha… y escapar de esa tumba de metal. O, al menos, lanzar una advertencia.

 

Consulta su reloj. Hace unos quince minutos que no oye nada. Al principio, los monstruos patrullaron el corredor, buscándola, enloqueciéndola de terror. Pero no pudieron encontrarla y parece que la última se ha retirado en busca de nuevas víctimas. O, quizá, a tratar de salir de la nave.

 

"No voy a morir… no voy a morir… no voy a morir…".

 

Abre las puertas correderas con infinito cuidado. Se quita el reloj de la muñeca y, asomándolo apenas por la abertura, usa el cristal como espejo, mirando a lo largo del pasillo en todas direcciones. Está desierto. Sabe lo rápidas que son esas cosas, así que no puede dudar. Si se queda ahí, tarde o temprano la encontrarán. Y, si no, morirá de hambre y sed. Agarra el reloj en el puño, hasta que los nudillos se le ponen blancos.

 

Separa un poco más las puertas, notando cómo el corazón golpea enloquecido en su pecho. La adrenalina satura su organismo, mientras siente el amargo sabor del miedo en la boca. Tiembla de pánico, pero se obliga a calmarse. Respira hondo tres, cuatro, cinco veces. Asoma la cabeza con extremo cuidado y los ojos desorbitados. Nada a la derecha. Nada a la izquierda. La puerta del hangar está allí, tentadora, cercana.

 

Aterrorizada, se pone de pie temblando y sale con cuidado al pasillo. Aguza el oído y no oye absolutamente nada. Da un paso hacia el hangar, preparada para correr con toda su alma. El botón luminoso de apertura la espera, invitador…

 

… y entonces siente su vello erizarse. Un suave gorgoteo le llega desde atrás y desde arriba. En el paroxismo del pánico, temblando incontroladamente, se gira despacio, alza la mirada, las pupilas dilatadas al máximo y jadea de horror…

 

La cosa ha estado esperándola todo ese tiempo colgada del techo. Sus repugnantes ojos pedunculados se clavan en los suyos y la criatura se descuelga lentamente, sin apartar la mirada ni un momento. Está a menos de seis metros.

 

Siente que el corazón le va a estallar. Su visión se enturbia. Está paralizada de pánico. La asquerosa boca musculosa se abre y cierra varias veces, despacio, amenazadora.

 

Mira de reojo hacia el hangar. Quizá tenga una posibilidad. Lentamente camina hacia atrás, tratando de poner distancia. La cosa no se mueve. Casi parece que quiera dejarle ventaja. Escucha lo que a ella le parece un gorgoteo divertido y un ronroneo juguetón. Es como un gato jugando con un ratón… 

 

"... y yo soy el ratón", piensa, histérica.

 

Ha logrado dar tres pasos y la separan unos ocho metros de la criatura. Respira hondo, trata de calmar los violentos temblores y el enloquecido latir de su corazón. Siente sus músculos tensos como cuerdas de arco. El mono de laboratorio está empapado de sudor.

 

"No voy a morir… no voy a morir… no voy a morir…".

 

Se gira de pronto y corre con toda su alma, más rápido de lo que jamás ha corrido.

 

Unas botas golpeando el suelo en una carrera desesperada, frenética, aterrorizada. Inmediatamente, un rápido y siniestro siseo. Un gorgoteo ansioso y anhelante.

 

Una respiración acelerada, sollozante, histérica. Lágrimas de horror caen al suelo.

 

Los pasos se detienen con un chirrido de suelas y suena un golpe sordo contra el metal. Un "bip" al ser pulsado un botón. El sonido neumático de una compuerta al abrirse.

 

El siseo sube de tono. El gorgoteo de ansia se agudiza. Más pasos precipitados.

 

El ruido sordo de un cuerpo al caer al suelo. Un gemido horrorizado. El gorgoteo alcanza su éxtasis y el siseo se detiene.

 

El impotente, prolongado y ensordecedor alarido de terror de una garganta femenina.

 

Golpes, gritos, forcejeo, jadeos desesperados, gorgoteos, ruidos de rasgaduras, sollozos histéricos…

 

Un sonido rítmico y deliberadamente lento de succión.

 

"Voy a morir… voy a morir… voy a morir…"

 

La criatura se aleja lentamente por el pasillo con un suave siseo, gorgoteando de placer. Tras ella, frente a la compuerta, un mono de laboratorio hecho jirones y trozos de ropa interior rasgada. Unas botas tiradas a cada lado. Un reloj de pulsera en el suelo… y nada más.

 

Un brazo femenino desnudo se agita frenéticamente en la comisura de la boca de la cosa. El brazo, con los dedos engarfiados y tratando de agarrarse a algo, va desapareciendo despacio, al ritmo de los pausados movimientos peristálticos que ondean bajo la piel de la criatura. Lentos, calmados. Tragando. Saboreando. El brazo ya ha desaparecido hasta el codo. El ser está disfrutando del horror y la desesperación que está causando. La muñeca está a punto de desaparecer. Ahogados gritos de espanto emergen del interior de la boca.

 

Desesperados movimientos y pataleos se adivinan bajo la piel del monstruo. La mano desaparece. La boca se cierra definitivamente.

 

Un último alarido de terror, débil y ahogado, en las entrañas de la cosa.

 

 Y un gorgoteo satisfecho seguido de un eructo obsceno.


 

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