sábado, 13 de enero de 2018

"E.L.E."


(Creado por Noel)


"Otra maldita piedra suelta…"

Eso es lo que E.L.E. (Enceladus Life Explorer), Elle para los técnicos del JPL, habría pensado de tener la capacidad para ello. Pese a que su sistema de Inteligencia Artificial Autónomo emula las ecuaciones sinápticas de un perro (de una perra, en realidad, más calmadas y menos dadas al riesgo), como la curiosidad, la fidelidad y la autoconservación, y pese a que dispone de una enorme capacidad de toma de decisiones al margen del Control de Misión, Elle no puede pensar de forma autoconsciente ni abstracta. La tecnología no ha llegado a tanto. Y tampoco sería deseable que se pudiese "distraer" con cosas ajenas a la misión encomendada.

De modo que su potente CPU se limita a reaccionar velozmente y bloquea todas las articulaciones, manteniendo el equilibrio. Baja la cabeza, en la que tiene la mayor parte de los sensores de navegación y las dos cámaras multiespectrales, y enfoca al suelo. En fracciones de segundo calibra su entorno y adapta la posición de la pata que ha fallado al desprenderse el pedazo de hielo. Una vez segura de estar fuera de peligro, tantea el terreno ante sí y continúa su camino. Obviamente, no espera ninguna advertencia ni guiado desde la Tierra

Es imposible.

A 1.200 millones de kilómetros de distancia, las señales de Control de Misión tardan más de hora y media en cubrir el trayecto, a la velocidad de la luz. Si Elle dependiese de esas señales para moverse por la gélida superficie, se estrellaría en cualquier grieta en minutos.

Anteriormente, otros exploradores móviles robóticos, llamados Rovers, debían detenerse y esperar a que, desde la Tierra, les mandasen qué hacer en los próximos metros, como Spirit u Opportunity, los legendarios rovers exploradores de Marte. Eso cambió con las unidades de IA híbrida. Ahora, los exploradores deciden qué hacer en cada momento, en base a una serie de directrices originales, que también pueden ser modificadas si la sonda detecta algo de interés, o si desde Control de Misión se le proporcionan nuevos objetivos. Y Elle también es algo distinta a aquellos primitivos exploradores. No está "desnuda" como ellos, con la maquinaria a la vista. Tiene una "piel" protectora, rígida en unas zona y elástica en otras, que cubre todo su cuerpo. Hecha de materiales compuestos, ligera y resistente, le permite mantener las condiciones térmicas y de protección del equipo en óptimo estado.

Elle sigue caminando prudentemente, con sus seis patas multiarticuladas, guiada por los parámetros de su programa y por la inteligencia animal que gobierna su toma de decisiones. La combinación de la simulación mental de un ser vivo con la capacidad de un sistema informático se ha revelado una combinación poderosa en la exploración espacial, desde que en 2.032 se logró resumir en ecuaciones sinápticas relativamente simples la disposición neural de varias criaturas, la más compleja de ellas, el perro. En el caso de los seres autoconscientes, como bonobos, delfines y, por supuesto, humanos, la tecnología no puede ni aproximarse a ellos… todavía.

En ese momento, el robot de aspecto insectoide está pasando por una zona en la que es más rápido y seguro usar los extremos puntiagudos de sus patas de composite ligero, que las grandes ruedas de sus codos, con las que ha recorrido a moderada velocidad los últimos kilómetros de llanura helada.

Una serie de escarpadas colinas de hielo, roturadas por profundas grietas, dominan esa zona del Polo Sur, ya muy cerca de la región de los géiseres de vapor que han hecho famosa a esta pequeña luna de Saturno. La misión de Elle es llegar lo más cerca posible de uno de estas eyecciones del océano subglacial de Encélado y realizar todos los experimentos que alberga su cuerpo, con un claro y definido objetivo: buscar señales inequívocas de Vida.

El Orbitador pasa sobre Elle, como hace cada 20 minutos, y las dos máquinas intercambian datos. En un instinto reflejo de su simulación canina, levanta la cabeza ladeándola ligeramente, enfocando a la veloz nave orbital, a más de 500 kilómetros de distancia. No hay nuevas órdenes desde la Tierra, así que sigue caminando con precaución, atenta a las extensas lecturas de sus sensores, a las posibles trampas ocultas bajo el hielo y a la temperatura interna de su cuerpo. Con un ambiente a -200ºC, depende del calor y la energía producida por sus tres RTG compactos para que la electrónica no se congele y quede varada para siempre en las inhóspitas extensiones heladas que está explorando.

La tenue y finísima nevada de afilados cristales de hielo que lleva días cayendo muy lentamente sobre su lomo metálico se ha ido incrementando en las últimas horas, señal de que hay un géiser relativamente cerca. Gracias a la exigua gravedad de esa luna minúscula, a Elle no le preocupa el aumento de peso que la nevada pudiese provocar sobre ella, pues la fuerza de sus patas fue calibrada para funcionar en la Tierra. Aquí, ni con una tonelada de masa extra notaría la diferencia. No obstante, y para evitar riesgos innecesarios, regularmente usa el circuito que caldea su cubierta externa, librándose de la acumulación de hielo por el sencillo método de fundirlo.

Aún le quedan unas decenas de metros para lograr llegar a la cima de la colina, así que, mientras camina, aprovecha para hacer diagnósticos, comprimir los archivos de datos y verificar el estado de sus sistemas de energía redundantes.

Un par de horas después, logra pasar una última cresta de hielo y coronar la colina. Un extraordinario panorama se extiende ante sus cámaras binoculares: una amplia llanura lisa y casi circular de blancura prístina, y en su centro, un promontorio de hielo del que emerge, con lenta elegancia, un penacho de vapor que se eleva decenas de kilómetros en el espacio.

La parte animal de Elle "disfruta" unos momentos del espectáculo, pero las directrices de su programación se imponen, e inicia el lento descenso por la ladera helada.

Seis horas más tarde llega a la zona llana y, tras verificar exhaustivamente el estado del hielo ante ella, decide acelerar. Se agacha, pliega las agudas puntas de sus patas hacia arriba y las seis ruedas toman contacto con el hielo. Ahora gastará menos energía en moverse, y podrá hacerlo a mayor velocidad. Comprueba sus reservas de energía y parte en dirección al criovolcán. Calcula que en menos de una hora estará justo ante el promontorio helado. Queda poco para la repentina noche de ese mundo helado sin atmósfera, pero a ella, con sus avanzadas cámaras y sensores, le da exactamente igual que haya luz o no. Se puede mover con total tranquilidad en la más absoluta oscuridad. De todos modos, con la brillante cercanía del impresionante Saturno en el cielo, en el Polo Sur de Encélado nunca reina una oscuridad completa.

Cuando, al cabo de un buen rato, casi ha llegado a la suave pendiente de la ladera del volcán de hielo, de unos cien metros de altura, su "instinto" animal se impone al programa. 

Algo ocurre. 

No se sabe porqué, pero las sondas con IA híbrida parecen haber retenido características mentales de los animales en los cuales se basan. Es un misterio de la programación que, sin embargo, se ha revelado muy útil en todas las misiones en las que han participado.

Se detiene y mira hacia abajo, hacia el suelo helado, duro como una roca. Extiende la pata delantera izquierda para rascar la liviana nieve acumulada y se encuentra con el hielo de debajo. Aunque oscuro, da la sensación de ser transparente. El radar del orbitador, que vuelve a pasar sobre ella, le informa que, sorprendentemente, en ese lugar el hielo apenas tiene un par de metros de espesor, cuando debería de ser de cientos de metros, o incluso kilómetros. Toda la llanura parece ser una especie de cráter, cubierto por una delgada lámina de hielo que aísla del vacío espacial al agua líquida que hay debajo.

La "sensación" que la ha detenido en ese punto vuelve a repetirse y usa todos los filtros de sus cámaras y los dispositivos de su cabeza para escudriñar bajo el hielo.

De pronto, aparece una extraña estructura circular, negra como la noche y orlada por un desvahído color blancuzco. Se mueve bajo ella, insertada en algo también oscuro y bulboso.

En un reflejo de su mentalidad perruna, Elle gira la cabeza con curiosidad. Si hubiese podido y dispuesto de tales accesorios, habría extendido las orejas y ladrado. Entonces, su mente artificial comprende qué está viendo.

Es una gran criatura acuática. 

Y la está mirando con su enorme ojo.

*

Jordan Smith, al mando de la estación de escucha de la Red de Espacio Profundo de la NASA esa noche, recibe un aviso en su pantalla, en forma de ventana emergente. Pone el juego en pausa y se estira cuán largo es. Las vigilancias de datos nocturnas son de lo más aburridas, esperando a que las sondas manden algo especial entre la marea de datos habituales. Se sorprende al ver que se trata de Elle. Según los parámetros de la misión, aún faltan horas para que se le indiquen los pormenores de su intervención en el criovolcán que ha descubierto esta mañana. Sólo tiene que acercarse a la base de la ladera y esperar instrucciones.

"¿Qué tripa se te ha roto a estas horas, perrita?", piensa, algo fastidiado. "Espero que no haya caído en un agujero o se le haya roto algo… serían un montón de millones de dólares tirados a la basura…".

Abre la ventana en la pantalla y teclea unos códigos. Elle acaba de mandar una foto. Jordan se sorprende de que, por alguna razón, una simple foto haya pasado los filtros automáticos. La sonda exploradora debe haberla marcado como prioritaria por algún motivo. 

Curioso, Jordan abre la foto y tarda un par de segundos en comprender qué ve. Se incorpora de golpe, tirando la silla y sale corriendo a llamar al Director de Misión.